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Blogs Pienso de que por Rafael Cerro Merinero

Juzguemos a los muertos

Juzguemos a los muertos
Rafael Cerro Merinero el

Una mujer ha denunciado a su ex por incumplir una orden de alejamiento. Por supuesto, en España: en Asturias. Él había fallecido un año antes de los hechos, nimiedad que a ella no le ha parecido óbice, cortapisa ni valladar para presentar tamaña acusación. Ignoro por qué ha actuado ella así, pero que la noticia aparezca en un teletipo de Europa Press y sea creíble ya indica cómo está el asunto de las denuncias falsas que teóricamente no existen. El fiscal cree que la mujer sabía a ciencia cierta que el tipo estaba muerto. Un diario de Madrid se ha apresurado a justificarla titulando “Una mujer, acusada tras denunciar a su maltratador sin saber que estaba muerto”. Este párrafo de la redactora, cuyos errores gramaticales respeto con devoción para reproducirlo textualmente con deleite, es un ejemplo para futuras generaciones de periodistas:

“Se encontró con un grupo de conocidos por la calle entre los que creyó que estaba su ex pareja, condenado por malos tratos hacia ella, y echó a correr sin comprobar que era él. Luego le denunció en comisaría por incumplir la orden de alejamiento”.

La explicación es perfectamente verosímil, como ético resulta que la periodista presione a Su Señoría dando de antemano por  buena la versión de la acusada antes de que él denuncie si hubo denuncia falsa. Otro juicio más desarrollado en la prensa antes que en los tribunales. La verdad es que no era necesario, porque denunciar a los cadáveres ni siquiera es novedad. Ya ha habido otros casos…en España. Además, si eres mujer y te deniegan una pensión de viudedad porque no reúnes los requisitos, puedes conseguirla con un recurso que alegue que tu ex te pegaba. Él se revuelve un poco en el humus, y las vísceras se le retuercen ante la difamación, pero es probable que tú consigas el dinero.

La práctica de lapidar públicamente la imagen de un muerto es secular y pía. Corría el año 897 cuando el Papa Esteban VI llevó a juicio por traición a su antecesor Formoso. En el concilio cadavérico o sínodo del terror exhumaron el cadáver, lo sentaron en una silla y lo juzgaron. Lo encontraron culpable (no habían trabajado tanto para absolverlo, igual que ocurre ahora), le arrancaron los tres dedos con los que impartía las bendiciones papales y finalmente arrojaron al Tíber los restos del centésimo decimoprimer papa de la Iglesia Católica.

Una fruslería como estar muertos no debe liberarnos del juicio (condenatorio, pero eso es redundante). Desenterrar los cuerpos de los maltratadores para juzgarlos podría ser una vía aquí. Como no debemos contaminar el Manzanares con ellos, propongo quemarlos en piras funerarias instaladas en las riberas, preferentemente en la hermosa zona de Madrid Río, que quizá podrían convertirse en atracciones turísticas cuando la tradición arraigase. No digo presuntos sino maltratadores porque no son presuntos: la teoría de la Ley de Género y la práctica del feminismo radical español dejan claro que no los hay cuando identifican en uno los conceptos de denunciante y maltratada. Cuando quien propuso ignorar las denuncias falsas, Juan Fernando López Aguilar, dijo que la suya lo era y debía ser tenida en cuenta, una columnista del mismo periódico le contestó que eso es lo que alegan todos los maltratadores y propuso que lo echasen del Parlamento Europeo. El sistema en el que puedes alegar que te están atribuyendo una mentira está anticuado. Se llama Estado de derecho.

El concepto de mentira también ha pasado a la historia si es la mujer la que denuncia al hombre. Sin denuncias, la industria del género no puede conceder ni subvenciones ni empleo a médicos, juristas, asesoras, periodistas, gestores de residencia y psicólogos. Lo hace precisamente a condición de que no entremos en el debate de la posible inocencia del varón, tan engorroso como superfluo.

La Ley Integral de Violencia de Género habla en presente de indicativo de la violencia que el varón ejerce sobre la mujer, no en presente de subjuntivo de la violencia que el varón ejerza sobre ella, porque este subjuntivo significa que pueda ejercer. El muy intencionado indicativo del texto de la Ley, ejerce, señala claramente un hecho y también a quienes ejercemos la violencia: todos los machos. El último matiz está en que el feminismo radical identifica los conceptos de denunciante y maltratada.

La prevención siempre es más barata. Una solución a todo este asunto de la violencia, virtual o no, sería que las mujeres parieran directamente en la cárcel. Las nacidas niñas irían saliendo para desarrollar su vida fuera y los varoncitos se quedarían directamente allí, acostumbrándose a la comida del penal y haciendo amistades masculinas. Mucho menos costoso que detenernos y juzgarnos en masa cuando alguien  nos denuncia sin pruebas ni indicios, que es lo que hace la justicia española al no reconocer la presunción de inocencia. Por este motivo es conocida internacionalmente y goza de gran prestigio.

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