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Blogs Pienso de que por Rafael Cerro Merinero

Soy runner

Soy runner
Rafael Cerro Merinero el

Glamur empezó siendo glamour, forma con la que la Academia todavía recoge la palabra. Parece uno de esos casos en los que el extranjerismo era necesario, aunque es cierto que se puede traducir por “encanto sensual que fascina”. Nosotros tenemos el glamur o el glamour de una sociedad que no se viste en Pedro del Hierro, sino en Decathlon. Las tiendas de deportes ya no venden bicicletas ni pesas, porque se han convertido en comercios de ropa hortera. El cliente medio sale de allí no con un balón, sino ataviado con un chándal de triple raya lateral y potentes bandas reflectantes que lo hacen más veloz. Nosotros somos gentes que nunca leen, pero corren por la calle vestidas de colores refulgentes. Que no se preocupan de que el niño sepa quién era Lope, pero cada día lo llevan a partidos y entrenamientos.

Correr cuesta mucho esfuerzo y nosotros hemos ido subrayando el mérito de segregar ese sudor con el exotismo de varios anglicismos consecutivos. Correr no se ha llamado correr, sino hacer footing, o hacer jogging. Incluso se ha convertido en un ser: ser runner. La del runner, mucho más que la del simple corredor, es una religión que la gente lleva muy a gala y utiliza como currículo en las redes. El teléfono nos informa a través de una aplicación de que Gervasio López acaba de correr 11,201 kilómetros en no sé cuántos minutos calzando una marca determinada de zapatillas de colorines. No hay ninguna aplicación para responderle a este tipo “no se me da un ardite”, que en español culto significa “me importa un pimiento”. Tampoco hay nunca un aviso de que Gervasio haya leído algo de Quevedo.

El alquiler de vehículos es un renting y compartir coche es hacer car sharing. Da igual que el barbarismo sea más absurdo cuanto más claro queda que las cosas se pueden decir igual en español porque las traducciones son casi lineales. Hablamos en inglés porque el cerebro se nos está licuando de estupidez y de esnobismo; sólo nos importa intercalar de vez en cuando una palabra extranjera que nos revista de interés ante los ojos del interlocutor. Cada vez que digo esto ante un políticamente correcto, éste me coloca su respuesta uniformada de cerebro sin circunvoluciones: “El lenguaje evoluciona y, sin estas importaciones, todavía hablaríamos en latín”. No: el problema está en la frecuencia y nunca ha habido una importación masiva de anglicismos como ésta. Antes de la epidemia de idiotez, importábamos sólo términos necesarios.

Los dejo a ustedes porque tengo que ir a comprar algo de ropa. Me esperan en el showroom.

@rafaelcerro

 

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