Cuando me preguntan que me parece Mariano Rajoy como polÃtico, siempre digo que si el presidente del PP llega a la Moncloa alguna vez, habrá que hacerle un monumento. En los seis años que lleva al frente de esta formación polÃtica, no sé si alguien se acuerda ya de cuantos obstáculos ha tenido que salvar y cuantas crisis internas y campañas de desprestigio ha esquivado con dignidad. Cuando todo parecÃa estar en calma, en un mismo dÃa se producen dos hechos que lo vuelven a poner en la picota: el abandono de Manuel Pizarro, que deja su escaño en el Congreso, y la pillada de Esperanza Aguirre llamando hijoputa a alguien que todavÃa no se ha podido identificar. De esto último mejor no hablar, que cada uno saque sus propias conclusiones, pero de Pizarro sÃ. El que fue la gran esperanza económica del PP se va, no sé si por la puerta grande, o por la de atrás, pero si hay algo que ha caracterizado a este brillante abogado del Estado durante su etapa en el Congreso, es su señorÃo. Los periodistas escribimos sobre mucha gente, los menos nos llaman para darnos las gracias, casi siempre los que realmente son alguien en su carrera y en la vida. Entre estos últimos un dÃa estuvo Manuel Pizarro, y yo, que no tengo mala memoria, me acuerdo porque dice mucho de su categorÃa como persona. La información que tanto le gustó sólo trataba de reflejar el trabajo de este hombre, que era el primero que llegaba al hemiciclo, el diputado que nunca faltaba a los Plenos, el que siempre estaba allÃ. No era una información muy extensa, pero tanto le gustó que me buscó y me la agradeció. Después nos saludamos algunas veces y nunca desmereció lo que un dÃa escribÃ. Se va un señor de la polÃtica, una pena en los tiempos que corren.