La investidura del próximo presidente del Gobierno se ha convertido en un galimatías que a estas alturas yo ya no sé si Rajoy y Sánchez tiene alguna cosa clara. Un laberinto de sumas, restas, apoyos, puestas en escenas, postureos, o no, que debe acabar cuanto antes.
Si me atengo a lo que se cuece en la sede del PP en la calle Génova, la desolación es absoluta. La gran mayoría de los dirigentes nacionales dan el pacto PSOE-Podemos por hecho y buscan ya una vía de salida ante el colapso que se puede producir cuando la alianza se oficialice. Con menos presupuesto; prácticamente, por no decir ninguna, donación particular, y con el desembarco seguro del personal que se fue al Gobierno, las cuentas empiezan a no cuadrar.
En el Gobierno, al menos de cara a la galería, no se le da tanta importancia a este tiempo muerto que ha pedido Mariano Rajoy y por el que se ha colado Pedro Sánchez, que actúa ya como presidente, reuniéndose hasta con el primero que se encuentra por la calle para estrecharle la mano y hacerse la foto de rigor. No hay colectivo con el que no se haya reunido en el corto espacio de una semana, y lo que queda hasta la fecha de la investidura en el Congreso. Le ha cogido gusto a esto de ser importante.
Si hablas con alguien del círculo cercano al presidente, te dicen que “tranquilidad” y que lo de Pedro Sánchez es solo “postureo”.
¿Qué está pasando de verdad? ¿Pedro Sánchez ha conseguido la cuadratura del círculo y ya tiene los votos de Podemos, la abstención de Ciudadanos y apoyos de los nacionalistas vascos y los independentistas de cualquier pelaje? ¿Será posible esta machada sin que el PSOE se despeine y Susana Díaz se levante en armas?
¿Rajoy sabe más de lo que pensamos y ya está preparando la estrategia para unas nuevas elecciones? ¿Se ha resignado a terminar su carrera política en la oposición?
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