Hay una extraña razón por la que España empieza casi siempre mal los grandes torneos. Como si lo viera todo demasiado fácil y necesitara elevar la dificultad auto poniéndose piedritas en un camino ya de por sí escarpado. La derrota ante Serbia, esperable, ha puesto sobre alerta al grupo. Hubo autocrítica nada más terminar el encuentro, reconociendo fallos propios y sin mirar hacia el silbato como había ocurrido en otras ocasiones. Esa es la primera parte (la más importante) para buscar soluciones.
La principal pasa por la intensidad, donde Serbia superó a la selección con claridad. Quitando algunos minutos del primer cuarto, España no mostró nunca la tensión necesaria para ganar el partido. Un error facilmente subsanable y que ante Turquía debería ya como algo superado.
El problema del acierto es otro de esos que no deben preocupar en demasía. Con tan buenos tiradores en el equipo (Rudy, Llull, Sergio Rodríguez, Mirotic o Pau Ribas) es complicado que se repita ese 3 de 19 desde el triple que avergonzaba tras el choque ante Serbia.
En la suma de problemas, hay que apuntar la gris actuación (de nuevo) de hombres llamados a ser importantes en este Europeo. Me refiero a Claver y San Emeterio, que en el poco tiempo que estuvieron en pista apenas aportaron nada. Nada que decir de los más jóvenes (Vives y Hernagómez), cuya presencia testimonial apenas tuvo incidencia. Eso sí, esos minutos escasos son como un máster en realidad, que dará sus frutos en el futuro.
Para hoy, la actitud debe ser otra. De nuevo en un ambiente a la contra, con las gradas llenas de turcos, la selección necesita ganar y hacerlo bien. Un triunfo contundente elevaría la moral antes de encarar la fase final del grupo. Porque una derrota condenaría a España a luchar por las dos últimas plazas, complicándose mucho el camino hacia semifinales.
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