Una de los acontecimientos que más éxito ha tenido en los últimos tiempos, dentro de los muros del Palacio Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, ha sido la celebración de una jornada acerca de la Leyenda Negra española organizada por el Ateneo Escurialense. No se me ocurre mejor sitio, no ya como Espía Mayor, sino como español (con perdón) y amante de Clío, musa de la Historia, para llevar a cabo debate tan antiguamente actual. A escasos metros de la tumba del Diablo del Mediodía, el oscuro y malvadísimo rey Felipe II cuál Darth Vader del XVI. Y, paradójicamente, bajo el amparo directo de una de las bibliotecas más deslumbrantes del mundo orbe. Llena de ciencia, literatura, conocimiento y luces… ¡Átenme esa mosca por el rabo!
Cientos de personas de toda España acudieron a la localidad serrana a ver esa Felicísima Recontra Armada Negrolegendaria. Historiadores, divulgadores, periodistas, investigadores… llevaron a cabo una serie de Mesas Redondas hablando de centenarios y celebraciones olvidadas, como las de Hernán Cortés o las de Juan Sebastián de Elcano. Lo más importante para mí no fue lo que dijeron. Ni ellos, ni los que participaron en la I Jornada de 2018. Lo que me pareció un acierto fue el que se congregara un elenco tan variado, ecléctico e interesante, donde había doctores en Historia, novelistas de prestigio, profesionales liberales, profesores en diversas materias, periodistas de renombre y, todo ello, al margen de ideologías.
No estoy yo para hacer una Jura de Santa Gadea. Que nunca ocurriera lo sé lo sé, pero tampoco lo de Excalibur y nos fascinamos pacatamente con cuantos relatos o películas se hagan con la dichosa espada. Porque mientras que los ingleses siguen buscándola, nosotros publicamos que la Tizona es falsa. Y la Colada. ¡Y Babieca mismo! Pero he de jurarles yo sobre el Cristo de Benvenuto Cellini sanlorentino que la ideología partidista no estuvo como leitmotiv de los ponentes, y eso que había gente de VOX… y de PODEMOS (¡lo que leen!). Medios de izquierda. Y de derecha. Pero todo eso fue lo de menos. Y debería de seguir siéndolo.
Aunque parece ser que no va a ser posible, por lo que se lee últimamente. Pues no parece sino que si se habla de Historia de España, dos demoños salen de la Boca del Infierno que el Monasterio serrano tapa: el cainismo y la envidia. ¡O la mala leche, qué carallo! Pues no sé por qué parece que aquí nos gusta ser de los Austrias o de los Borbones; de Frascuelo o de Lagartijo; de Sertorio o de Pompeyo; concebollista o sin ella. Y así no hay manera, claro. Citando a un ilustrado nuestro (de los que unos adoran y otros vituperan), Frey Benito Jerónimo Feijoo, decía el vate en su Teatro crítico universal en 1726: «Dos extremos, entrambos reprehensibles, noto en nuestros españoles en orden a las cosas nacionales. Unos las engrandecen hasta el cielo; otros las abaten hasta el abismo». ¡Pleno al quince! Y así, nos estamos yendo al guano.
Porque estamos hechos de esta guisa. No peor que en otros sitios. Pero voy a reconocer, como cierto académico de la RAE gusta de enfatizar, que de mala oblea vamos servidos. Y con lo concerniente a nuestra Historia, más que sobrados. Andamos últimamente incluso quejándonos de la versión cinematográfica de El Cid de 1961 por facha, pero nos parece normalísimo de la muerte la película Elizabeth, la edad dorada de 2007 con una Cate Blanchet (nominada al Oscar y todo) a la que sólo le faltó levitar a los sones del Rule Britannia, mientras un Jordi Mollá disfrazado de Felipe II patizambo (sic) se convirtiera en abominable gusano babosa. Y cada vez que veo que refiriéndose al héroe burgalés del Cantar se le echa el sambenito de «mito franquista», me viene a la cabeza la letra del Himno de Riego de 1820 (hace 200 años de nada), y que el presidente de la Segunda República, un tal Manuel Azaña, quiso restaurar. Dice en una de sus estrofas: «de nuestros acentos / el orbe se admire / y en nosotros mire / los hijos del Cid». ¡A ver si este mito va a ser algo anterior al exhumado de Cuelgamuros…!
¿Qué tendrá nuestra Historia que la embestimos como si hubiera que derribarla a cabezazos? Porque eso no pasa si se habla de Historia Universal. De hecho, ha sido digno de ver cómo el canal divulgativo Academia Play ha pasado de tener un éxito apabullante con su libro sobre la Historia en general… a que le pongan picota, escarnio y humillación ofensiva por hacer lo mismo, pero con un libro específico sobre la de España. Todo críticas. Curioso… Ya se sabe, destruir es mucho más fácil que construir. Porque en esto de criticar me voy al que debería de ser libro de cabecera español, de otro curilla con retranca llamado Baltasar Gracián, que dijo precisamente en su obra El Criticón de 1651, aquello de que «los españoles abrazan todos los extranjeros, pero no estiman los propios», pues según el aragonés son (somos) «poco apasionados por su patria».
¡Pero es que si nos apasionamos es peor! Porque entonces vuelve a salir esa mala follá que dicen que tienen los granaínos, y que se nota que es la guinda de la Reconquista (que tampoco existió ya, ya lo sé, ¡faltara o faltase!) de esta España que tantos niegan su propia existencia. Una España siempre atrasada por culpa de curas trentinos y de una Inquisición bárbara. Que nos alejó irremediablemente de una glamurosa Europa y del éxito… aunque los actuales indicadores internacionales nos pongan hoy en día por las nubes. ¡Lo siento por los Noventayochistas del siglo XXI!
Cada vez más admiro al coñón de don Marcelino Menéndez y Pelayo, cuando escribiera con toda su retranca posible en La ciencia española en 1953 eso de: «¿Por qué no había industria en España? Por la Inquisición. ¿Por qué somos holgazanes los españoles? Por la Inquisición. ¿Por qué duermen los españoles la siesta? Por la Inquisición. ¿Por qué hay corridas de toros en España? Por la Inquisición». Lo que empieza a ser remoquete ya algo cansino y no siempre cierto. Sin negar hogueras ni autos de fe. Pero no hagamos de la Historia de España una especia de Fallas continuas de herejes y heterodoxos.
Dejémonos de paños calientes. De nuestro retraso no tuvieron culpa los masones ni Franco. Ni los curas ni los ilustrados. Cuando lo hubo fue porque somos como somos e hijos de nuestros actos. Y en España tenemos a Torquemada y a Alonso de Salazar. Al Dios de Trento y al de la Escuela de Salamanca. A Lope de Aguirre y a Hernán Cortés. A Las Casas y a Montesinos. A espadones del XIX pero también a militares como, Fernández de Córdoba, Balmis, Jorge Juan, o los que dieron su vida en las orillas del Neretva no hace tanto.
España es Larra y Saavedra Fajardo. Es Galdós y Quevedo. Es Lope y Cervantes. Lorca y Fernández Flórez. España y los españoles somos Goya y Sorolla. Somos luces y sombras. Aprendamos de todas. Sin equidistancias. Con ecuanimidad. Porque lo contrario es creer que somos querubes o trasgos, y lo que somos es lo mejor y peor posible que se pueda contar. Así de extremos somos. No permitamos que lo negrolegendario venza. Ni que lo aureo le haga salir extremidades a Blas de Lezo. No nos pasemos de regeneracionistas como Joaquín Costa echando «doble llave al sepulcro del Cid». Disfrutemos con las leyendas y aprendamos de los hechos. Reconciliémonos con nuestra Historia. Que es muy muy grande.
Y para disputas personales, mañana al alba, sin padrinos, junto a la tapia de San Miguel de los Carabancheles. Y los alguaciles y corchetes llévense al caído. Pues no parece que no queda… sino batirse.
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