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Blogs Ciencia y Tecnología por José Manuel Nieves

Por qué chocan los satélites

José Manuel Nieves el


La primera colisión espacial (que sepamos) entre dos satélites intactos y en órbita de la Tierra (uno de comunicaciones del Consorcio Iridium y otro militar ruso) está trayendo de cabeza tanto a sus responsables directos como a centeneres de técnicos e ingenieros que, supuestamente, deberían manejar datos suficientes como para poder prevenir esta clase de accidentes. La empresa de tecnología espacial Analitycal Graphics, con sede en Filadelfia, ha reconstruido el evento en este vídeo, que permite contemplar desde diversos ángulos cómo se produjo la colisión y comprobar cuál será la trayectoria probable de los restos del choque y su futura interacción con las más de 18.000 piezas de “basura espacial” que actualmente monitoriza el Pentágono. Los 66 satélites de la “Constelación Iridium” (cuyas trayectorias aparecen en los primeros instantes del vídeo) describen órbitas polares a unos 780 km de altura.

Como puede apreciarse en las imágenes, la colisión del pasado jueves ha creado una auténtica “nube” de cientos de fragmentos que pueden ocasionar serios problemas durante décadas enteras. En efecto, las “nuevas piezas” recién incorporadas a la basura espacial conocida pueden (y es muy probable que así lo hagan) volver a chocar con otros restos en órbita, dando lugar a toda una cascada de colisiones cuyas consecuencias resultan prácticamente imposibles de predecir. Aparte del hecho de que un nuevo “encuentro” entre dos o más de los casi 7.000 satélites que actualmente orbitan la Tierra puede volver a producirse en cualquier momento, sin que nadie parezca ser capaz de evitarlo. Según han asegurado los propios técnicos de Iridium, sólo durante el año 2007 la compañía recibió cerca de 400 alertas por semana sobre objetos que pasarían a menos de 5 km de alguno de sus satélites.

En la actualidad, el catálogo más completo que existe de objetos en el espacio cercano es manejado por el Pentágono, que utiliza una batería de telescopios y radares para seguir las trayectorias orbitales de más de 18.000 fragmentos mayores de diez centímetros. Los datos son complilados y estudiados por ingenieros de la Fuerza Aérea Norteamericana y muchos de ellos son accesibles  a través de internet en la página Space Track. Sin embargo, ni siquiera con ese despliegue de medios el gobierno estadounidense está en condiciones de calcular las posibilidades de riesgo para todos y cada uno de los satélites militares y comerciales que hoy giran alrededor de nuestro planeta.

Si bien es verdad que se presta una especial atención a algunos de ellos (satélites militares estratégicos, la Estación Espacial Internacional o el transbordador, cuando está en órbita), la inmensa mayoría no recibe ese tratamiento privilegiado. “No existen ni los recursos humanos ni la capacidad de computación para hacer algo así”, asegura en New Scientist Andy Roake, portavoz del Comando Espacial de las Fuerzas Aéreas norteamericanas.

La principal razón para que este seguimiento resulte tan complicado es, sencillamente, que las órbitas de muchos de estos objetos no son estables, sino que cambian a menudo debido a todo un abanico de circunstancias, que pueden ir desde la simple pérdida de combustible de un satélite comercial (hecho que altera su trayectoria) a la acción gravitatoria combinada de nuestro planeta, la Luna y el Sol, cuya fuerza depende de sus posiciones relativas en cada momento. Por eso, muchos analistas creen que los datos que maneja el Pentágono (tanto los que hace públicos como los que no) no son lo suficientemente precisos como para tener que preocuparse continuamente por ellos.

Un ejemplo. Según esos mismos datos, comprobados “a posteriori” por el analista espacial  T. S. Kelso después del accidente del jueves, los dos satélites habrían tenido que pasar a 584 metros el uno del otro, y no chocar, como de hecho hicieron. La incertidumbre más comunmente aceptada para esos datos es de varios kilómetros… lo que, en la práctica, los convierte en un simple indicativo, y no en una herramienta fiable con la que predecir un riesgo real de colisión. En los modelos que Kelso ha realizado con los datos existentes, había por lo menos otros 151 objetos con más posibilidades de chocar entre sí el jueves que los dos satélites ccidentados.

El propio vicepresidente ejecutivo de Iridium, John Campbell, aseguraba a la agencia Reuters, en junio de 2007, que “incluso si tuviéramos un informe de una colisión directa e inminente, el error podría ser tal que cualquier maniobra que realizáramos podría llevarnos hacia un impacto real, en lugar de alejarnos de él”. En el caso del accidente del jueves, además, se sumó el hecho de que uno de los protagonistas era un viejo satélite ruso de 1993, fuera de servicio desde hace años y al que nadie, por tanto, prestaba la suficiente atención. “Es como estar conduciendo un coche con un GPS pero con las ventanillas pintadas de negro -asegura el consultor espacial Brian Weeden-. Tu sabes a dónde vas, pero no tienes ni idea de dónde están los demás coches”.

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