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Los hachazos mortales del ave del terror

José Manuel Nieves el

Hace seis millones de años, cuando America del Sur era aún un continente aislado, el más temible de sus depredadores era un ave. Un ave descomunal, que podía llegar a los tres metros de altura, que era incapaz de volar pero que estaba equipada con un enorme y afilado pico que utilizaba con habilidad para matar y despedazar a sus presas. Ahora, un equipo internacional de científicos acaba de publicar en la revista PLOS One un detallado estudio que revela las técnicas de caza de esta criatura, cuyos restos más antiguos se remontan a hace más de sesenta millones de años y cuyas diferentes especies lograron sobrevivir hasta hace alrededor de dos.

Se las conoce, y no sin razón, como “aves del terror”, aunque el nombre científico de su familia, a la que pertenecen dieciocho especies diferentes, es el de forusrácidos (Phorusrhacidae). Sus tamaños oscilaban entre uno y tres metros y su peso podía llegar, en los ejemplares de mayor tamaño, a rondar los cien kilos. Para llevar a cabo su estudio, los investigadores eligieron un ejemplar de una especie de tamaño intermedio (Andalgalomis). Un ágil cazador de metro y medio de altura y cerca de cuarenta kilos de peso, dotado de un cráneo grande y rígido, y armado con un gran pico ganchudo y en forma de hacha.

El ave, que vivió hace seis millones de años en lo que hoy es Argentina, no podía volar, pero era capaz de saltar con agilidad alrededor de su desdichada presa, atacándola repetidamente y después retirándose, y propinándole durante su “danza” auténticos “hachazos” que terminaban por derribarla. El estudio que ha revelado este comportamiento hasta ahora desconocido puede considerarse como el primer vistazo a las técnicas depredadoras de una numerosa familia de aves extintas.

Debido a que las aves del terror no tienen ningún descendiente directo entre las aves modernas, sus hábitos y estilo de vida han estado envueltos en el misterio. Ahora, un equipo internacional de científicos ha completado el estudio más sofisticado llevado a cabo hasta la fecha para averiguar algunas de sus costumbres, especialmente las relacionadas con la caza. Para ello, los investigadores se han servido de tomografías axiales computerizadas (TAC) y métodos avanzados de ingeniería.

“Nadie había intentado nunca un análisis biomecánico tan exhaustivo de un ave del terror -explica Federico Degrange, del Museo de La Plata /CONICET de Argentina e investigador principal del estudio-. Necesitamos comprender el papel que jugaban estas asombrosas aves en la ecología si realmente queremos comprender cómo evolucionaron los insólitos ecosistemas de América del Sur durante los pasados sesenta millones de años”. Bajo estas líneas, el cráneo del ave del terror junto a un cráneo humano y uno de águila.

Lo primero que se hizo fue realizar un TAC del cráneo de Andalgalomis, lo que reveló una arquitectura interna muy rígida y robusta, lejos de la ligereza y movilidad habitual en el resto de las aves. Esa rigidez, que probablemente evolucionó al mismo tiempo que la pérdida de la capacidad de volar es, precisamente, lo que convierte la cabeza del ave del terror en un arma formidable.

A partir de los escáneres, diversos investigadores en Australia y Francia realizaron modelos informáticos en 3D y realizaron complejas simulaciones para comparar diferentes patrones de movimiento del ave del terror con los de un águila y un seriema o chuña, el pariente vivo más próximo a estas aves extintas. Y encontraron que el ave del terror era mucho más capaz de proyectar su cabeza hacia delante que de moverla de lado a lado.

Quedaba ahora la cuestión de averiguar cómo de fuerte podía ser el mordisco que un ave del terror podía propinar a su presa con su enorme pico. Y resultó que Andalgalomis tenía menos fuerza en sus mandíbulas de la esperada, y desde luego mucha menos que la de la mayor parte de los mamíferos carnívoros depredadores de tamaño similar.

Pero el ave del terror compensaba con creces esa debil mordedura utilizando los poderosos músculos de su cuello para lanzar su duro cráneo contra la presa, como si fuera un hacha.

Combinando los diferentes datos, la estrategia de caza quedó al descubierto. Una mordedura débil, unida a la dificultad de mover lateralmente el pico, a la descomunal fuerza del cuello y a la dureza y tamaño del cráneo daban como resultado un estilo de ataque basado en fuertes golpes propinados de arriba hacia abajo.

Golpes, además, que podían ser desgarradores gracias a la terminación del pico, en forma de gancho. Sus fuertes patas daban a las aves del terror, por último, la movilidad y agilidad que necesitaban para colocarse, durante un ataque, en la posición adecuada para descargar repetidamente sus golpes.

Se producía así una auténtica “danza mortal” alrededor de las presas. Al estilo de los mejores boxeadores, que gracias a su juego de piernas pueden colocarse y golpear al mismo tiempo que evitan al contrario, las aves del terror brincaban alrededor de sus víctimas, propinándoles una serie de golpes tremendos que terminaban por derribarles y poner fin a sus vidas.

Un estilo de caza agresivo y que permitió a estas aves únicas estar a la altura de otros depredadores de la época, como los grandes marsupiales de dientes de sable (Thylacosmilus) que poblaban el continente.

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