Normalmente, las galaxias se agrupan en cúmulos y de ese modo viajan, juntas, a través del Universo. Nuestra Vía Láctea, por ejemplo, forma parte del denominado Grupo Local, unas cuarenta galaxias que, en conjunto, ocupan un área de unos 4 millones de años luz y se desplazan al unísono. Junto a otro centenar de grupos similares, nuestro Grupo Local forma parte de una estructura mucho mayor, el supercúmulo de Virgo, que se extiende a lo largo de 107 años luz. En el Universo observable existen millones de otros supercúmulos parecidos.
A una escala todavía mayor, se puede ver que los cúmulos y supercúmulos de galaxias forman a su vez largas líneas brillantes, auténticos “ríos de luz” que convergen en
los puntos de mayor densidad y que recuerdan la estructura de una telaraña. Así es, a grandes rasgos, cómo se distribuye la materia por todo el Universo.
Pero igual que sucede en las telarañas, a ambos lados de esos “ríos galácticos” interminables se abren inmensos espacios vacíos, en los que nada brilla y que se extienden a lo largo de centenares de millones de años luz. Se trata de enormes “zonas muertas” en cuyo interior no hay estrellas ni galaxias y que están repartidas por todo el Universo conocido.
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Ciencia