CHRIS BAILEY / MARÍA DÍAZ
El primer bar
Fue todo tan mágico que merece ser contado con cierto detalle. Esta es la crónica del concierto de los Saints en Madrid. El pasado jueves había quedado con María en el bar donde calentaban motores los parroquianos antes del concierto de los Saints, una oportunidad única para ver a estos pioneros del punk allá por 1977, en la sala Siroco de Madrid. Llegué tarde debido a una manifestación que cortaba la Gran Vía. Saludo a María que lleva media hora esperando y veo en el amplio espejo de la pared de mi derecha que el tipo que me da la espalda no es otro que Chris Bailey, la leyenda de Brisbane. Un tanto azorado por la proximidad, aprovecho para enseñarle a María los dos primeros discos de vinilo originales y en muy buen estado de los Saints, que relucen como el oro en medio del vaho de las cañas y los vinos y las voces armoniosas del bar. Al lado de Chris, veo que se le van los ojos hacia los discos a una mujer que luego conocí como Margaret. Tras un rato largo de disfrute del calor del bar en esta fría noche de diciembre, el círculo de amigos y familiares del cantante comienza a salir cerca de las nueve rumbo hacia la sala de conciertos. En un instante y por pura intuición me lanzo sobre Margaret y le pregunto muy cordialmente por Chris. Es mi hermano, contesta. Le pregunto si estaría dispuesto a firmarme los discos. Seguro, Chris es una persona muy corriente y cercana. Al final de la actuación, subid arriba, ya veréis como os lo firma.
En el Siroco
Y así fue como tras pasar por la puerta y bajar las escaleras nos encontramos con que ya solo había hueco en la sala abarrotada casi hasta los topes en una esquina al final, al lado de la barra. Nos colocamos donde pudimos, con tan buen ojo que allí también se había situado el círculo de amigos de Chris.
Margaret se acercó a hablar con María y luego nos presentó al resto del círculo de Bailey, amigas australianas y el marido de una de ellas, Jess, un profesor de matemáticas catalán que había emigrado a Australia hacía un par de años. Más tarde Jordi me confesaría su impresión sobre aquel gran país: aunque algunos puedan pensar que es un tipo de vida aburrido, para mí es como estar en el paraíso. Al cabo de un rato bajarían dos amigas más de Margaret, una de ellas recién instalada de vuelta a Madrid tras veinte años residiendo en Londres. Dio la casualidad de que Paula era asidua de la sala El Sol, donde trabajé unos cuantos años de disc jockey. Conocía a Antonio Gastón, el fundador hoy ya desaparecido de la mítica sala de la calle Jardines y sentía una enorme nostalgia de aquellas noches, hasta el punto de que seguía escuchando a los Dexys Midnight Runners, lo cual no pude por menos que celebrar. Y quedamos en que tal vez estaría bien hacer una fiesta para rememorar aquella época de aprendizaje en todos los sentidos. La otra mujer era una rubia guapísima de pelo rizado con aspecto de actriz. Se lo dije a María y al cabo de un rato me viene partida de la risa diciendo que la rubia es una inglesa que trabaja, efectivamente, como actriz.
El concierto hace rato que ha comenzado con canciones de King of the Sun, el nuevo disco de un Chris Bailey en estupenda forma. Arranca “All that´s on my mind”, una canción de las que te enamoran a la primera escucha, con Chris mostrando una voz que ha ganado en profundidad con el paso de los años sobrevolando un medio tiempo muy rockanrollero. El disco al completo a mí me parece que es de altura, y las canciones se defienden en directo con gusto, buenas distorsiones, guitarras engrasadas y una línea de bajo tocada por el propio Bailey con una presencia muy acusada. El concierto continúa y los Saints van desgranando sus nuevas y grandes canciones, como la antibelicista “Sweet Chariot”, “Mistified” o la dylaniana de título imposible “Adventures in the Dark Arts of Watermelonery”.
Margaret abre el bolso y me dice: ¿Conoces a Javier Marías? Es muy bueno, me encanta cómo escribe. Muestro mi sorpresa al ver el libro de Marías en edición de bolsillo. Margaret es fan del escritor a dentelladas, así que no entro al trapo y hago un tímido elogio. Luego me cuenta cosas de Chris y su familia: la familia Bailey proviene de Irlanda del Norte, cerca de Belfast. A día de hoy todavía está muy lejos de resolverse el conflicto, porque católicos y protestantes siguen aislados, cada uno en su acera, sin comunicarse entre sí, pero conviviendo en el mismo suelo.
La familia de Chris llega a Australia desde Irlanda y se instala en una zona suburbial de la ciudad de Brisbane. Margaret recuerda las calles de su juventud como una olla a presión: un paro galopante, una enorme represión policial y la sensación de que no había futuro para los chicos del barrio. Es así como lo único que sentían que podía salvarlos era la música. Comienza de esta forma a labrarse el estilo, rabioso y contestatario, activista, a la vez que poético, algo romántico, de un Chris Bailey aliado con un compañero y amigo del instituto de origen alemán, Ed Kuepper, que se encarga de las guitarras. Pretenden comunicar con sus canciones el desaliento de unos chicos de apenas 17 años a los que se les está negando el futuro. Y contra esto, reaccionan. El resultado es apabullante, tanto, que el primer elepé, “I ´m Stranded”, es elevado a zeitgeist generacional de un fenómeno con réplicas en todo el planeta como fue el punk de 1977. Margaret hace hincapié en que aquellos chicos australianos eran cualquier cosa menos unos pasotas: querían cambiar el mundo con sus canciones.
El concierto hace rato que está elevando la temperatura de los congregados, felices de poder volver a sentir el rock and roll en las venas. Entonces suena por fin “Just like fire would”, la canción que Springsteen recogió y versioneó hace escasos meses contra todo pronóstico en su último disco “Good Hopes”. Y todos corean la canción. Al terminar, los del círculo de Bailey gritan: “Hero! Hero!”.
Le pregunto a Margaret por la relación con Ed Kuepper, puesto que la historia de los Saints dio un giro cuando Kuepper abandona el barco. Margaret me cuenta: Ellos son amigos desde el colegio, muy amigos, al principio se juntaban para hacer versiones de los Kinks. Pero siempre discutían mucho. Uno irlandés, el otro alemán, imagínatelo. Y Ed siempre fue un tipo muy cuadriculado. Chris tocaba ya varios instrumentos, le encantaba el oukelele. Era bueno con la guitarra, pero Ed, Ed era fabuloso… El problema con ellos dos es que no pueden estar mucho tiempo juntos en la misma habitación. De todas formas se juntaron hace poco para tocar juntos, en un show para pocas personas.
Dejamos de hablar, porque está sonando “I´m stranded”, la canción bandera con la que barrieron, como un tsunami, las carreteras del rock de la época y que hizo de ellos unos auténticos iconos generacionales para gente tan variada como los componentes de INX´s, Nick Cave de Birthday Party o Evan Dando de los Lemonheads. El Siroco se viene abajo, y por un momento parece que estamos reviviendo algo que ocurrió en Brisbane en 1977, con la salvedad de que estamos en 2014.
En la planta de arriba
Ahora viene lo bueno, el vértigo de esperar que Chris Bailey tenga fuerzas, pero sobre todo ganas, después del concierto, de hacernos un poco de caso, el justo al menos para conseguir que nos firme los discos.
Subimos las escaleras del Siroco y en la planta de arriba con una iluminación muy viva, seguimos las cadencias del disc jockey, que luce unas barbas de hipster de los de cómic. Al cabo de un rato aparecen, con las guitarras, Chris y Barringtone, el guitarra actual que ya lo fue de los Saints en los ochenta. Gracias a Margaret, que me hace bailar un improvisado rock and roll, me encuentro delante de Mr. Bailey, a quien le pido sea tan amable de firmarme mis originales de los Saints. Chris coge el bolígrafo y me hace unos dibujitos del monigote de la serie “El Santo”. Así que se desvela uno de los misterios, el de dónde proviene el nombre de la banda que no es otro que las peripecias de Simon Templar. Las dificultades fonéticas para trasladar mi nombre al inglés no se hacen esperar, así que acabo viendo duplicada una “r” en la dedicatoria. De pronto, Chris me dice: Yo no tengo este disco. Me quedo helado, aunque rápidamente me doy cuenta de que por inverosímil que parezca es algo que ya he oído anteriormente, artistas que finalmente no tienen ni una sola copia de sus primeros trabajos, y eso que en el caso de los Saints fue la poderosa EMI (Australia) por medio de Harvest quien editó los primeros discos.
Le pregunto por el título de su nuevo álbum, y le brillan los ojos con ilusión: “King of The Sun” significa que aún hay esperanza en el mundo para cumplir con los sueños que llevamos en el corazón. Me quedo de piedra. Ataco de nuevo y le pregunto cómo tomó la decisión de grabar dos veces cada una de las once canciones, en una sesión de estudio más elaborada y otra nocturna, en directo, más densa y eléctrica. La respuesta: A veces creo que bebo demasiado. Sea como fuere admite conmigo en que las canciones lo merecen y que el resultado es muy interesante. Ya entonces me lanzo y quiero saber cómo sobrellevó la ruptura con Kuepper: con naturalidad. Me tuve que hacer con las guitarras y con todo lo demás. No fue traumático ni nada de eso. Seguí adelante con el grupo. Eso es todo. Noto que mi tiempo está a punto de agotarse. Le pregunto por la incorporación de su canción en el disco High Hopes del Boss. Quiero saber si le han llegado los royalties. Si lo que quieres saber es si me han pagado, creo que eso para mí no es algo significativo. Hablamos de la gira, que le está llevando por varias ciudades europeas. Hemos tocado en Italia cuatro conciertos, también en Francia y ahora en España. Elijo qué conciertos quiero dar, creo que es más inteligente, ya a cierta edad, hacer una gira tranquila por lugares que te apetezca visitar por diferentes motivos. Me gusta mucho el público francés, por ejemplo. El hipster de la mesa de mezclas ha subido el volumen para obtener no se sabe qué efecto hasta el punto de hacer que Bailey se tape los oídos. Fin de aventura. Gracias, hipster. Chris se levanta y se dirige hacia la calle, no sé si a fumar un cigarrillo o a que le dé un poco el aire. A todo esto María y Barringtone, el guitarra, se han hecho íntimos amigos, y no hacen más que reírse a carcajadas. Salgo a la calle y allí que están decidiendo a dónde van a tomar algo, en un sitio donde no haya tanto ruido. El círculo de Chris, mas algún elemento que aparece ayudando a llevar los estuches con bajo y guitarra, salen en procesión despidiéndose de Edu “giradiscos”, promotor de la gira española.
El último bar
Al llegar calle abajo a un bar abierto entran y nos vamos sentando, dispuestos a comer algo, pero “no hay cocina”. Yo no salgo de mi asombro porque María y Barringtone se han largado a buscar donde pueda el guitarra encontrar algo de comer y yo estoy frente a la actriz inglesa, con Chris Bailey a treinta centímetros, en frente, ya más tranquilo. A mi derecha, Margaret. El batería de los Saints, el legendario Peter Wilkinson, en un alarde de generosidad, me pregunta qué quiero beber. Pedimos una cerveza. Entonces fue cuando Margaret me confesó qué significaba aquello de Hero! Hero! Chris vino un día y nos cantó una canción que se llamaba “Hero”. Es una canción de Enrique Iglesias, muy buena. Y Chris la canta estupendamente. No, si ya lo decía el de la triste figura: “Cosas veredes, amigo Sancho”.
El círculo de Chris se disgrega. Me despido de la rubia peligrosa, que en un momento dado pareció mostrar cierto interés por mis asuntos, hasta que la conversación se fue hacia el Sticky Fingers, “Dead flowers” y los Rolling Stones y Mr. Bailey comenzó a hablar de su peculiar relación astral con el universo estrellado.
Chris Bailey se retira a un humilde hostal a la vuelta de la esquina, en San Bernardo. Nos despide con un abrazo y hace una teatral reverencia hacia el suelo, antes de entrar por el portal de caballerizas. Barringtone se despide de María, antes de irse a celebrar su impecable concierto rumbo a Malasaña en compañía de Wilkinson. Para algunos la noche no ha hecho nada más que empezar.
Estilos musicales