Una de chinos
Cuando hace 21 años, se produjo la revuelta de la plaza de Tienanmen, en Pekín, en plena debacle del comunismo soviético, todos los países se lanzaron en tromba a condenar al régimen de Pekín. En cuanto pasaron unos pocos meses, la mayoría de ellos comenzaron las maniobras para acercarse de nuevo a China. Y entre los primeros movimientos, estuvieron los del entonces ministro de Asuntos Exteriores español, Francisco Fernández Ordóñez. China es demasiado China, como para andar enemistados con ella. Y eso que entonces, los chinos no andaban comprando medio mundo.
Ahora, cuando las inversiones chinas se extienden no sólo por Asia, sino también por muchos puntos de África, de América o incluso de Europa, algunos gobiernos se resisten a levantar en exceso la voz para no molestar a los dueños del dinero. Entre ellos, el español.
A Zapatero le ha costado una barbaridad decidirse a pedirle a los chinos que pongan en libertad a Liu Xiaobo, galardonado con el Nobel de la Paz. Como siempre, en política exterior, el Gobierno espera primero a ver que hacen los demás, antes de actuar. No vaya a ser que luego se quede solo. Únicamente cuando Zapatero vio que Francia, Alemania y su admirado Obama decidían anteponer, al menos por un momento, la defensa de las libertades a los intereses económicos, optó por sumarse a sus demandas.
Los chinos creen que su posición económica en el mundo globalizado les da carta blanca para saltarse olímpicamente el respeto de los derechos humanos, alegando la diferencia de civilizaciones y culturas. Y lo cierto es que consiguen a menudo que, como mínimo, no se les recuerden los deberes pendientes.
El Ejecutivo español, por ejemplo, se encuentra en una situación bastante delicada, porque las autoridades económicas chinas están acudiendo a su rescate comprando cerca del 20 por ciento de la deuda española. Por eso Zapatero, a quien el primer ministro chino, Wen Jiaobao, aseguró a finales de agosto en su viaje a China que seguiría con esas compras y prometió facilitar las inversiones españolas y la adquisición de productos “Made in Spain”, no quería irritar a Pekín, si no era necesario.
La concesión del Nobel al disidente chino ha venido a trastocar sus planes y, ante las voces de los “grandes”, no ha tenido más remedio que pronunciarse, pidiendo su excarcelación. Ahora, le queda rezar para que los comunistas capitalistas de Pekín no se lo tengan demasiado en cuenta y no terminen, como mi dice mi compañero Alberto Sotillo, reclamando hasta la devolución de los osos pandas que regalaron al Zoo de Madrid.
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