“Para mí, los expresidentes son como grandes jarrones chinos en apartamentos pequeños. Se supone que tienen valor y nadie se atreve a tirarlos a la basura, pero en realidad estorban en todas partes”. En varias ocasiones, Felipe González ha manifestado, con estas o parecidas palabras, su opinión sobre la figura de quienes han estado al frente del Gobierno. Al menos, en España no está claramente definido qué papel pueden desempeñar los ex presidentes. Lo único que sí es claro son los privilegios de que disfrutan tras dejar el cargo.
A esos privilegios (sueldos, coche oficial, etc), se añade el que, una vez sin responsabilidades de Gobierno, son requeridos con frecuencia para participar en seminarios, jornadas o foros de distinta índole, tanto en España como en el extranjero. Esa actividad es la que plantea de vez en cuando algún que otro problema al Gobierno de turno, sobre todo cuando el ex presidente hace de su capa un sayo y desprecia las repercusiones que sus actuaciones pueden tener para la política exterior española.
Tanto el propio Gónzález como José María Aznar han protagonizado algún incidente de ese tipo, pero las últimas apariciones de José Luis Rodríguez Zapatero son un claro ejemplo de esa falta de tacto, al afectar a los dossiers más sensibles para España: Guinea Ecuatorial, Cuba y el contencioso del Sáhara.
En los dos primeros casos, el ex presidente ha acudido de la mano del que fuera su primer ministro de Asuntos Exteriores, Miguel Ángel Moratinos, hoy al frente de la International Partenership Consulting (IPC) desde la que ofrece a las empresas que lo deseen “asesorar y gestionar” procesos que apoyen su salida a los mercados exteriores. Es decir, Moratinos no oculta que con sus desplazamientos a otros países busca hacer negocios.
Lo mismo que el también ex ministro socialista José Bono, que igualmente estuvo en el viaje que el pasado verano hizo Zapatero a Malabo, con la pantalla de su pertenencia al Comité Internacional de la ONU contra la Pena de Muerte del que es simplemente miembro de honor y no presidente como ha asegurado Moratinos. Con Moratinos y con Bono, Zapatero se presentó ante Teodoro Obiang con quien el Gobierno actual mantiene unas relaciones bastante frías, y con quien los dos ex ministros tienen un contacto muy frecuente y amistoso, que les reporta, al parecer, sustanciosos beneficios.
También con la bandera de la abolición de la pena de muerte, se presentó Zapatero ante Raúl Castro, acompañado con Moratinos, que está muy atento a las posibilidades que ofrecen los proyectos que se pueden poner en marcha con la apertura de la zona económica especial de Mariel en Cuba. La falta de consulta previa con el Gobierno hizo que Zapatero interfiriera en las gestiones para lograr la extradición a España de dos etarras que residen en la isla.
Todavía se oían los ecos del contencioso suscitado con el Gobierno, cuando Zapatero se ha plantado en un foro promarroquí en Dajla, la antigua Villacisneros, en el Sáhara Occidental, territorio controlado por Marrruecos y que los saharauis consideran ocupado. Los diplomáticos europeos no suelen ir allí para que su presencia no sea interpretada como un apoyo a la marroquinidad del territorio. Por eso, al Gobierno no le ha gustado la presencia de Zapatero, que ha hablado en el foro, rodeado de símbolos marroquíes. Y si el Ejecutivo español no ha sido más contundente en sus críticas, se debe a que no desea enturbiar la relación con Rabat, que en estos momentos es muy estrecha, sobre todo en la cooperación policial.
No se trata de coartar la libertad de nadie, pero quizás sea llegado el momento de establecer unos principios por los que deba regirse la actuación de quienes pasen por La Moncloa –y también por el Ministerio de Exteriores-: consultas previas, transmisión de mensajes, realización de misiones especiales, etc. Al menos, para que los jarrones chinos, que suelen tener una gran movilidad, no provoquen más de una desgracia al cruzarse en el camino de los que gobiernan.
Zapatero