No soy ningún entusiasta de los desfiles militares, aunque entiendo que a mucha gente le guste asistir a ellos. No creo que tengan en sí nada malo, si se quedan simplemente en un momento para que los ciudadanos contemplen de cerca a algunos de sus soldados y a una muestra de algunos de los materiales de que se dispone para la defensa del país.
Lo que si produce cierta inquietud es ese tipo de desfiles, con una perfecta sincronización de movimientos, en los que, obviamente, se quiere mostrar al resto del mundo el poderío de que se dispone. El músculo militar exhibido por Rusia, con ocasión del 70 aniversario de la victoria soviética contra la Alemania de Adolfo Hitler, sí resulta preocupante, habida cuenta de las últimas actuaciones de Vladimir Putin. Está mucho más cerca de las todavía vigentes marchas de Corea del Norte o China o de las manifestaciones nazis, fascistas o comunistas del siglo XX, que de lo que se estila hoy en los sistemas democráticos.
No es de extrañar que los gobernantes occidentales hayan dado la espalda a Putin y que la mayoría de los que le han arropado hayan sido precisamente los que mandan en regímenes donde las libertades brillan por su ausencia.
En septiembre esos líderes de Occidente se van a tener que enfrentar a un nuevo dilema, ante la invitación de China para que estén presentes en los actos con los que, el día 3, Pekín quiere conmemorar los 70 años de la victoria china sobre Japón y el fin de la Segunda Guerra Mundial, y que lógicamente e incluirá un desfile militar al más puro estilo comunista. Hasta hace un par de semanas, al menos, la invitación no había llegado al Gobierno de España, pero probablemente llegará pronto, porque el presidente chino Xi Jinping aprovechó su estancia en los actos Moscú para transmitírsela personalmente a Putin, que, por supuesto, la aceptó.
El problema es que las autoridades de Tokio miran con lupa quién está dispuesto a acudir y quién no a unos festejos que se anuncian como el triunfo sobre “el militarismo japonés”.
Por lo que respecta a España, hasta donde se he podido saber, no hay una clara predisposición a aceptar esa invitación, y es más que posible que se encuentre alguna excusa, posiblemente enmarcada en una decisión conjunta europea, para eludir la asistencia. Pero mientras, en Japón no se oculta una seria preocupación, porque se piensa que algunos países occidentales, deudores económicos de China de una u otra manera, podrían sucumbir a la presión de Pekín.
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