No es la primera vez que los ministros de Defensa y de Asuntos Exteriores de un Gobierno español discrepan sobre algún asunto en el que ambos departamentos tienen intereses. Acaban de hacerlo de nuevo Pedro Morenés y José Manuel García-Margallo, pero, en el Ejecutivo de José Luis Rodríguez Zapatero, por ejemplo, hubo más de un rifirrafe entre José Bono y Miguel Ángel Moratinos.
Cuando se producen esos desencuentros, consecuencia de las diferentes visiones de cada Ministerio, es cuando se hace necesario que desde la Presidencia del Gobierno se señalen claramente las líneas de actuación en política exterior. Moncloa no puede hacer dejación de ese papel y da la impresión de que algo de eso está ocurriendo, tal vez porque la necesidad de resolver, ante todo, los problemas internos es acuciante.
Hagamos un poco de memoria. En las relaciones con la Venezuela de Hugo Chávez, Bono vio una posibilidad de negocio en la venta de aviones y patrulleras, mientras Moratinos fue quien sufrió los reproches de la Administración Bush, que se negó a autorizar la transferencia de tecnología estadounidense que llevaban las aeronaves. Poco después, cuando el titular de Exteriores dijo en un viaje por África que su colega de Defensa viajaría a Angola para vender aviones, éste replicó que él no se dedicaba a vender armas. Todo derivaba de las distintas percepciones que se tenían en uno y otro departamento, sin descartar tampoco ciertos afanes de protagonismo.
Volvamos a la actualidad para ver que se producen situaciones que recuerdan a las mencionadas. Así en los últimos días hemos vivido algo parecido con Morenés y García-Margallo. El primero dijo el pasado 14 de abril en una entrevista a La Razón, que las misiones militares españolas en el extranjero no pueden ser permanentes y que le gustaría que las tropas desplegadas en el Líbano pudieran regresar en 2014 ó 2015. El segundo, hace sólo unas pocas fechas, mientras visitaba a esas tropas destacadas en Finul, la misión de interposición de Naciones Unidas en el sur del Líbano, aseguró que el compromiso de España es permanente y que los militares no se irán, salvo que cambien las circunstancias.
Los ministros de Exteriores y de Defensa de Mariano Rajoy ya habían manifestado distintas sensibilidades hace poco tiempo al hablar de las fuerzas que España estaba dispuesta a mandar a la misión de la Unión Europea en Mali para formar al Ejército de ese país en su lucha contra los elementos yihadistas. García-Margallo se mostraba dispuesto a que España enviara dos secciones –unos 60 efectivos-para dar protección a los formadores, mientras Morenés, señalaba que sólo sería una sección. Finalmente, parece que, inicialmente, será una sola sección, aunque, en el próximo relevo, se completará con otra más.
En el caso más reciente, el de las tropas en Líbano, es obvio que, hoy por hoy, no es necesaria una presencia tan importante como tuvo España. De hecho, de los 1.100 militares que llegó a haber allí, se ha pasado a unos 700, que, incluso, se reducirán a 600, en el próximo relevo del mes de mayo. Defensa tiene sus argumentos para considerar que las tropas deben volver, como detalladamente explicaba Esteban Villarejo, en su blog de ABC “Por Tierra , Mar y Aire”, pero Exteriores las tiene también para apostar por la permanencia. Entre estas, está que la candidatura de España al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas para el bienio 2015-2016, se podría ver dañada con una salida de la misión militar más importante de la ONU en la que está España.
La realidad es que la visibilidad de estas discrepancias no ayuda en absoluto ni a la Marca España que se quiere fortalecer ni, por supuesto, a la imagen de seriedad del país ante los aliados. Puede ser comprensible que cada ministro o cada Ministerio tenga una idea distinta de lo que se debe hacer en las diferentes situaciones que se presentan, pero hace falta que alguien trate de hacer compatibles esas posiciones. Y eso es algo –reitero- que corresponde a la Presidencia del Gobierno y, singularmente a quien hoy la ocupa, que es Mariano Rajoy.
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