Se acaban de cumplir 40 años de la famosa Marcha Verde auspiciada por Hassan II para hacerse con el Sáhara Occidental aprovechando la decadencia del régimen franquista. Desde entonces las relaciones con el vecino del Sur han sido de todo menos tranquilas. Por eso, llama la atención el clima de entendimiento que el Gobierno de Mariano Rajoy ha logrado con Marruecos.
Es difícil recordar, incluso en los tiempos de José Luis Rodríguez Zapatero -que se entregó sin pudor a las tesis de Rabat en relación con el Sahara-, una temporada tan larga sin ningún contencioso bilateral. Y sobre todo, es posible que nunca haya habido una cooperación tan fluida y fructífera, especialmente, en la lucha contra el terrorismo, lo que está permitiendo la detención de un buen número de yihadistas en suelo español.
El Gobierno mima la relación con Marruecos y se esfuerza en evitar cualquier crítica hacia Rabat. He aquí algunos ejemplos:
Marruecos fue el destino elegido por Felipe VI en julio de 2014 para el primer viaje de los nuevos Reyes a un país no miembro de la Unión Europea y en junio de este año tuvo lugar en Madrid una Reunión de Alto Nivel, presidida por Rajoy y el primer ministro marroquí, Abdellillah Benkiran, que fue una auténtica balsa de aceite.
Ni una sola palabra de reproche salió de las autoridades de nuestro país cuando el pasado mes de abril, tras el accidente sufrido por tres espeleólogos españoles en el sur de Marruecos, la deficiente actuación de los equipos marroquíes de rescate, impidió que uno de ellos pudiera ser debidamente atendido y salvada su vida. Tampoco, más recientemente, se ha escuchado crítica alguna a la errónea información facilitada sobre el paradero de los militares que viajaban en el helicóptero accidentado en el Atlántico frente a las costas del Sáhara.
El temor a un deterioro de la sintonía con Marruecos estuvo presente también en las dificultades puestas por el Ministerio de Asuntos Exteriores para que pudiera presentar declaración un testigo francés en favor del periodista español Ignacio Cembrero, demandado por el marroquí Ahmed Charai, a quien el informador acusó de ser un estrecho colaborador de los servicios secretos marroquíes. Exteriores interpretó, aunque no lo dijo públicamente, que aceptar la declaración que se presentó en el Consulado General en París podía ser acogido como un gesto hostil por parte de Marruecos, que tiene desde hace tiempo al citado periodista entre sus más persistentes críticos. (La demanda contra Cembrero acaba de ser rechazada por un Juzgado español).
El último hecho conocido, si hay que dar credibilidad al denunciante, es el protagonizado por el ex eurodiputado de Izquierda Unida Willy Meyer, quien acusa a José Manuel García-Margallo de haber censurado su participación en el libro “Todos los cielos conducen a España”, que el ministro ha publicado hace escasos días, en base a un intercambio epistolar con distintas personas. Según Meyer, García-Margallo le envió una misiva, a la que respondió con una carta en la que había críticas a Mohamed VI y alusiones a la “ocupación” del Sáhara Occidental, motivo por el cual no fue incluida en el libro.
El Ejecutivo ha tenido algún ejemplo de que si expresa sus críticas a actuaciones que afectan a los intereses marroquíes recibe de inmediato una respuesta poco amistosa de Rabat. Mariano Rajoy sabe que la cooperación con Marruecos resulta hoy vital ante una presión del yihadismo cada vez más fuerte en el Magreb o ante las corrientes de refugiados y de inmigrantes económicos que buscan nuevas vías de llegada a Europa. Por ello, la consigna es evitar que las aguas del Estrecho que unen las dos orillas se enturbien por problema alguno. Y hasta ahora lo está consiguiendo.
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