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La pena de no ser miembro de una mesa electoral

La pena de no ser miembro de una mesa electoral
Luis Ayllón el

Ahora, cuando el cartero llama a tu puerta –ya sea una o dos veces-, en la mayoría de los casos es para entregarte una multa. Excepto en época preelectoral, en que el mensaje es mucho más agradable, muchísimo más: has sido nominado para formar parte de una mesa electoral. Naturalmente, das saltos de alegría, a pesar de que a la Administración le gusta mantener el suspense desde el momento en que reciben la notificación. ¿Cómo lo hace?

Sencillamente, citándote como “suplente de presidente o vocal”, expresión bastante equívoca, que deja a los nominados, como si estuvieran en los Oscar, con el corazón en un puño durante un par de semanas, confiando en que alguno de los titulares falte a la cita para así poder participar activamente en la fiesta de la democracia. ¡Qué ilusión!

El primer detalle gratificante es que tienes que levantarte casi con el alba, para presentarte de todas, todas, a las ocho de la mañana en el colegio electoral. Y allí es cuando, además de encontrarte a algunos de tus vecinos, descubres que la gran mayoría de los citados –ocho o nueve por mesa- llevan el mismo papelito y denominación que tú.

Entonces es cuando viene el momento más emocionante. El representante de la Administración abre un sobre en el que figura tu destino para las próximas catorce o quince horas. Una relación numerada, en la que, si figuras entre los últimos, es fácil que te sientas desilusionado, por no poder estar en la mesa.

No se sabe nada del presidente, que quizás, lamentablemente para él, tiene alguna obligación ineludible que le impide acudir. Así que el primero de los suplentes es designado como tal. Se produce entonces la exclamación de José Miguel: “¡Otra vez. Ya van cuatro veces!”. Naturalmente, todos lo interpretan como un grito de alborozo.

Suele suceder que los designados en más de una ocasión para formar parte de una mesa electoral comenten que siempre les toca eso, pero nunca la lotería. No se puede tener todo.

A tu vecino Ramón le adjudican un puesto de vocal, que asume de manera entusiasta, dando muestras de un gran espíritu democrático, mientras tú y varios más como tú, lamentáis no haber sido elegidos y veis con sana envidia a los que se van a quedar a pasar una jornada tan entretenida.

Así que te dispones a marcharte. Pero en ese momento, interviene José Miguel, que no quiere ser el único que disfrute como presidente. En un alarde de generosidad, ofrece a alguno de los suplentes que asuman su cargo, porque él tiene cosas que hacer ese día. Por supuesto, todos están deseosos de sustituirle, pero por pudor, no lo exteriorizan. Sólo Carmen, que dice que ya se había hecho a la idea de estar en la mesa, da el paso adelante.

No es un caso normal, así que miembros de la Administración, policías, interventores, apoderados… se arremolinan en torno a las urnas, mientras a los suplentes descartados se les insta a permanecer en el lugar hasta que se constituye finalmente la mesa.

Después de numerosas consultas sobre la legalidad de la operación y dado que hay una asunción voluntaria del cargo, se acepta finalmente la solución, de la que se levanta acta. Se constituye la mesa.

Tú, votas y te vas para tu casa, frustrado por no poder dedicar el día a una actividad tan gratificante, que incluye anotar nombres de los votantes en las actas, recontar los votos y discutir de cuando en cuando con los interventores y apoderados.

En fin, no se puede tener todo. Otra vez será.

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