El embajador de Estados Unidos en Madrid, James Costos, lleva tiempo insistiendo a su amigo Barack Obama para que visite España, pero el presidente de Estados Unidos no ha tenido nunca ese desplazamiento entre sus prioridades. Si las cosas no se enderezan en España, Costos va a tener que volverse a su país sin haber logrado lo que quería, lo cual supongo que resultará bastante frustrante a una persona acostumbrada a tener éxito en su s iniciatbvas profesionales.
El viernes pasado, Obama le confirmó al ministro García-Margallo que mientras el Gobierno español siga en funciones no piensa hacer esa visita. No le ven mucho sentido en Washington a que un pato cojo, como llaman allí a los presidentes que están en el final de su segundo mandato y no va a ser reelegidos, se reúna con un presidente cojo, cuyo futuro está en el aire. Se llevaba tiempo pensando en aprovechar el viaje de Obama a la Cumbre de la OTAN en Polonia, a primeros de julio, para dar el esperado salto a Madrid, pero las cosas no están nada claras. Salvo que Pedro Sánchez logre terminar el rompecabezas y forme Gobierno ante del 2 de mayo, Obama no vendrá a España en julio.
La única opción posible de visita sería que las elecciones del 26 de junio arrojaran un resultado que permitiera una rápida formación de Gobierno, pero habría que pensar entonces ya en otoño -demasiado cerca de las elecciones presidenciales en Estados Unidos- y contar con que Obama estuviera dispuesto a hacer un desplazamiento “ex profeso” a España.
Hace quince años que un presidente de Estados Unidos -George W. Bush-visitó oficialmente este país. Lo hizo siendo presidente José María Aznar. Es un tiempo demasiado largo para unas relaciones entre dos países que se dicen amigos y aliados, por más que haya habido en ese periodo momentos de desencuentro, propiciados, sobre todo, por la falta de tacto de José Luis Rodríguez Zapatero, con sus desplantes a la bandera estadounidense y sus precipitadas salidas de Irak.
A Barack Obama no le han faltado oportunidades para viajar a Madrid y no deja de resultar chocante que no lo haya hecho, a pesar de los gestos que España ha tenido en los últimos cuatro o cinco años, empezando por la decisión del propio Zapatero quien, en su afán de congraciarse con Estados Unidos, ofreció, en sus últimos meses en La Moncloa, la base naval de Rota como sede del escudo antimisiles de la OTAN. El Ejecutivo de Mariano Rajoy no sólo ratificó ese acuerdo, sino que puso a disposición de las Fuerzas Armadas estadounidenses las instalaciones de Morón de la Frontera para que instalaran allí la base permanente de su mando militar para África (Africom).
Se trata de decisiones que hubieran debido tener una muestra de correspondencia por parte de la Administración Obama, que se ha dado pocas señales de agradecimiento público a España en forma de visitas de alto nivel a este país. La de John Kerry sólo se produjo hace medio año, cuando ya el Gobierno de Rajoy andaba enfrascado en la preparación de las elecciones, aunque es cierto que un accidente de bicicleta impidió que el viaje del secretario de Estado se hiciera en mayo.
Me consta que James Costos se ha movido mucho para tratar de que se llevara a cabo el viaje de Obama. Y lo sigue haciendo. Pero ni el haber movilizado numerosos fondos del mundo gay para la última campaña electoral de Obama, ni el hecho de que su pareja, Michael Smith, haya sido el decorador de la Casa Blanca, han sido suficientes hasta ahora para que la visita del presidente de Estados Unidos a España se haya producido. Es la asignatura pendiente del mediático embajador estadounidense.
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