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La cal viva

La cal viva
Marisa Gallero el

 

Con caretas es muy fácil insultar. Con pasamontañas te pueden llamar hijo de perra y quedarse tan ancho. El escrache a Felipe González en la facultad de derecho de la Universidad Autónoma de Madrid ha traspasado una línea. Amenazando la libertad de expresión al tenerse que suspender la conferencia por la «violencia» de la protesta, que ha ido «más allá». Todavía en octubre de 2010 en la facultad de Ciencias Políticas a Rosa Díez, la decena de estudiantes que boicotearon a la portavoz de UPyD fueron con tarjetas rojas y a cara descubierta. Entre ellos estaba Pablo Iglesias.

La crítica más directa ha sido la de uno de los suyos. Un estudiante que se ha enzarzado con sus compañeros en los pasillos de la UAM intentando razonar en medio del caos: «Los modos y las herramientas que utilizan son completamente, y perdón por la palabra porque se abusa mucho del término, fascistas. Critican el fascismo cuando ellos utilizan las mismas herramientas. Esto es censura. Están censurando. Es fascismo».

¿La «batalla de las ideas» era esto? ¿Insultos y gritos de «asesinos»? ¿Forcejeos e intentar derribar puertas? ¿Hasta qué punto se sienten legitimados? Creando cada vez más sectarios. En eterna crispación. Fomentando el odio en la sociedad dividiéndola entre buenos y malos. Nos está pasando factura seguir en funciones. Echan en cara a González que diera un golpe interno para llegar a la abstención, y se olvidan por el camino que no votaron a Pedro Sánchez en su investidura.

Desde que Iglesias utilizó la tribuna del Congreso como propaganda política, queriendo hacer suya la historia del PSOE reivindicando que se llama como su fundador, su objetivo es engullirlo. Para ello tiene que aniquilar a su figura máxima. El expresidente. La expresión de la «cal viva» consigue esa carga ideológica.

El reverso tenebroso de Iglesias le permite sentar cátedra y sentenciar sobre el pasado de González, e indultar a su vez a Otegui. De un cinismo pasmoso. Reduciendo el mensaje a un alarido proyectado por un megáfono, cuanto más alto y rapeado, más se considera el verdadero representante del pueblo.

Pero, no nos confundamos. Esos violentos realmente eran unos pocos, aunque hagan mucho ruido y consigan mayor visibilidad. Es hora de quitarles las capuchas.

 

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