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Las Obama y el pavo

Las Obama y el pavo
María Luisa Funes el

Las críticas a Sasha y Malia Obama en Estados Unidos

El pavo. Que edad más mala. Como dos guardaespaldas de minifalda aparecieron esta semana las dos hijas de Barak Obama en la ceremonia del Indulto del Pavo, otro invento americano para hacer el otoño menos aburrido. Mirada inquietante, gestos de enfado y poses desafortunadas. Ni una sonrisa, ni siquiera ante las bromas de su padre a la prensa que cubría el acto.

No tardaron en llegar las primeras críticas. Elizabeth Lauten, colaboradora del senador republicano por Tennesee, Stephen Fincher, tachó a Sasha y Malia Obama de niñas “sin clase”: “Queridas Sasha y Malia, ya veo que estáis pasando esos difíciles años de la adolescencia, pero sois parte de la Primera Familia, así que deberíais mostrar algo de clase. Al menos, pretended que estar en la Casa Blanca os importa. Vestid como si merecieseis respeto, no un hueco en una barra de bar. Y desde luego, evitad poner caras raras durante los actos públicos televisados”.

Sus críticas fueron las más afiladas, pero en absoluto las únicas. Múltiples medios de comunicación se lanzaron a criticar el poco adecuado atuendo de las hijas de Obama en un acto fotografiado y filmado para todo el mundo.

Politizar la figura de las niñas por parte de un miembro del partido de la oposición republicana puede estar fuera de lugar, pero en realidad, desde el momento en que Sasha y Malia están presentes en un acto oficial de gran repercusión, ya se está jugando con su imagen. Recordemos que teniendo en cuenta de que se trata de las hijas de un presidente y no de un rey, la figura de Sasha y Malia no tiene importancia de cara a la posteridad, pero si en el presente: no es indispensable que aparezcan porque nadie las ha “votado” a ellas y tampoco van a “reinar” en un futuro, pero si lo hacen, es interesante que no empañen el mensaje que su padre quiera trasmitir.

 


Si el vestido es el mensaje, las niñas Obama tendrían que haberse dejado aconsejar en cuanto a su atuendo. Malia, la mayor, acudió con una minifalda de lana a cuadros de poco más de una cuarta de largo, un jersey gris, botines con suela de plástico claro y –albricias- leotardos oscuros. Parecía vestida por restos del “Salvation Army”, la asociación que reparte ropa usada a indigentes en U.S.A.

Sasha, de 13 años, se llevaba la palma con un inexistente vestido marrón, que desaparecía bajo una gigante rebeca blanca. En realidad, daba la impresión de haber perdido la falda por el camino de entrada. Remataba el muslamen de luchadora con calcetines blancos largos y botas de guerrero de tribu urbana. Los gestos de disgusto, el atuendo y la descuidada pose de Sacha revelaban que nada queda de aquella niña encantadora y risueña que visitó España con su madre hace escasos años. ¿Qué necesidad había de vestir y comportarse así? Ellas, que siempre habían ido impecables y con la sonrisa en la boca, han restado carisma y solemnidad al acto.

La Primera Familia representa a todos los habitantes de los Estados Unidos, cada uno con su distinta sensibilidad. ¿Qué ha hecho Obama para merecer esto? Si hace memoria, recordará que ya tuvo un anticipo en la visita de Zapatero y sus hijas góticas a los Estados Unidos en 2009. Si entonces le pareció divertido, ahora no tanto. Hubiera sido preferible que Sasha y Malia se quedasen en sus habitaciones privadas, al abrigo de la prensa y el escrutinio público.  A pesar de todo, las Obama ganaron a las Zapatero por goleada.

 

 

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