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El origen del foulard

El origen del foulard
María Luisa Funes el

Los Foulards no vienen de París. Su historia va desde el Jordán a Mónaco

     

Hace más de 3.000 años ya se utilizaba el foulard en Oriente Medio. Aunque el pañuelo haya adoptado un nombre tan francés, bajo ninguna circunstancia se trata de un invento galo. En la antigüedad, se elaboraba como el vino, pisando el algodón o el lino hasta crear una especie de tela tupida y pastosa que resultaba más sencilla de procesar.

De Oriente Medio y África, donde se llevaba por motivos religiosos y como talismán de protección respectivamente, pasó a Europa del Este. Desde allí, las judías ortodoxas y las católica popularizaron su uso entre las mujeres.

La denominación foulard se le da en Francia en el siglo XVIII. Allí, influidos por los excelentes tejidos de Lyon y los talleres de seda del norte de Italia, se hacen conocidos por ser piezas en seda de primera calidad. Los dibujos, los bordados, las planchas y cuatricromías se sucedieron en el arte de decorar estos pañuelos que comenzaron a exportarse a otros países. Se diferenciaban del paño o la bufanda de otros lares en su delicadeza, su calidad, materiales y –por tanto- en su precio.

Para las mujeres, era un adorno y una señal de respeto y discreción cubrirse la cabeza con ellos. Los hombres, en cambio, los solían llevar al cuello para absorber el sudor o protegerse del frío. Fue de esta manera como un ejército de croatas que estuvo al servicio del rey Luis XIII en Francia, puso de moda atar los foulards de seda de modo muy preciso al cuello, algo que los franceses llamaron cravat por su origen y que más tarde dio lugar a la sempiterna corbata masculina.

La emperatriz Josefina Bonaparte, a comienzos del siglo XIX, fue una ávida coleccionista de foulards y pashminas, su versión ultra ligera y delicada traída de la India. Tanto es así que se dice que su colección llegaba a los 500 ejemplares. Napoleón, personalmente, impedía el paso a los marchantes que visitaban a la emperatriz en sus aposentos para mostrarle las nuevas colecciones.

 

En el siglo XX, varias casas de moda pusieron al día el foulard, llevándolo hasta el estatus de obra de arte. Piezas a mano, dibujos de artistas, ediciones limitadas y técnicas antiguas se recrearon para uso y disfrute de las señoras. Isadora Duncan, bailarina de los años 20, hizo trágicamente famosa su afición a los largos foulards cuando pereció estrangulada por su propio pañuelo, que se enredó en los radios de la rueda del coche de su amante cerca de Mónaco.

Isadora Duncan.

Hermès, la gran casa de accesorios en cuero para la equitación, comenzó en 1937 a adentrarse en colecciones de foulards, que pronto se hicieron populares entre la nobleza europea. Su cuidada elaboración y su precio, los hacían muy exclusivos. La casa florentina Pucci los puso de moda en grandes dimensiones, con un colorido etéreo y dibujos geométricos.

Y fue así como las mujeres con más notoriedad de los años 50 y 60, Grace Kelly, Marella Agnelli y Jackie Kennedy, tres enemigas íntimas, comenzaron a usar casi diariamente pañuelos de diversas marcas y colores. Cada una tenía su peculiar forma de anudarlo.

Grace, de modo tradicional en plan chica buena. Marella, adaptado a un cuello sobresaliente por el que la apodaronel cisne”.

Y Jackie de las más extrañas maneras, siempre cubriendo en exceso su cara. Desde entonces, no hay mujer  que no tenga una buena colección de foulards en el armario, ni marca de moda que no los ofrezca. ABC ofrece cada sábado un foulard de corte largo y estrecho con dibujos intemporales.

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