No quería celebrar su 100 cumpleaños y lo ha conseguido. El directo, enérgico, rebelde y atractivo marido de la Reina Isabel de Inglaterra se ha quedado dormido para siempre en su habitación del Palacio de Windsor esta mañana. Con el duque de Edimburgo desaparece el máximo exponente de la elegancia masculina del siglo XX.
Ni el duque de Windsor, ni Lord Mountbatten, ni Carlos de Inglaterra, ni Cary Grant, ni Marcello Mastroianni, ni incluso el elegantísimo Gianni Agnelli pueden superar a Felipe Mountbatten en elegancia, por su corrección y austeridad masculina. Y explicamos nuestro razonamiento.
El duque de Edimburgo ha sabido aunar la naturalidad, el respeto del protocolo y el buen gusto a un físico ciertamente privilegiado. A aquellos que puedan pensar que el más elegante del siglo fue el duque de Windsor, tío carnal de su mujer, les recordaremos que aunque el exrey Eduardo VIII de Inglaterra se inventó la vuelta del pantalón, agujereó a gusto los zapatos tipo Oxford y combinó como nadie ciertos tejidos y plaids, a veces lo estropeaba con sus apariciones en albornoz blanco y zapatones de cordones o con las camisas de palmeras de sus viajes a Marbella.
Por otra parte, Lord Mountbatten, tío carnal de Felipe de Edimburgo, fue el que inspiró al marido de la Reina de Inglaterra en cuanto a elegancia se refiere y quien le instó a cuidar con esmero su guardarropa y uniformes. Pero el viejo Mountbatten viajaba excesivamente “interpretado”: en sus desplazamientos a la India como Virrey llevaba más de 300 baúles para estancias de 12 días, algo que dejaba a la Piquer en paños menores en cuanto a vestuario. Mountbatten se cambiaba de atuendo una media de cuatro veces al día y era en exceso cuidadoso con remilgos y adornos. “ Too much”.
Carlos de Inglaterra, tantas veces tildado de ser el más elegante por antonomasia, abusa en exceso de los trajes gris claro y beige, así como de unas chaquetas cruzadas muy anchas que le hacen parecer más bajo. Eso si, el príncipe Carlos va siempre a su estilo, pero ni se adapta a los distintos registro con la naturalidad y las buenas maneras de su padre, ni posee el porte y la pose elegante del duque de Edimburgo.
Y aún más atrás quedan actores del caché de Cary Grant o Marcello Mastroianni, elegantísimos ambos, pero menos rigurosos con el protocolo y sin la necesidad de un permanente acierto. A veces llevaban chaquetas demasiado anchas y en su tiempo libre se disfrazaban de “marineritos”.
Del mismo modo, políticos como los Kennedy o empresarios como “il divino Gianni Agnelli”, famosos por su atractivo, su elegancia, su naturalidad y su éxito con las señoras, añadían a sus excepcionales físicos un toque de descuido – a propósito unos y por simplificar otros -. Los Kennedy a menudo dejaban ver sus “canillas” blancas sobre el calcetín corto o arrugado, vestían camisas de cuellos sin forma o portaban chaquetas de otra talla.
Agnelli, el atractivísimo “Avvocato” y quasi-príncipe de Italia, ideaba curiosidades en su guardarropa, a menudo fruto de la practicidad y la comodidad. Fue así como decidió colocar el reloj sobre el “polsino” -o puño- de las camisas, para no perder de vista la hora.
De modo similar, Agnelli comenzó a llevar sus trajes de vestir con botines de ante con suela de goma tras haber sufrido varias roturas de tobillo. Se trataba de fórmulas poco ortodoxas que no se hubieran tildado como correctas de adoptarlas el marido de la Reina de Inglaterra.
Pero Felipe Mountbatten, con sus casi 100 años de elegancia y su apostura, estaba acostumbrado a amoldarse a todo, a mirar a su alrededor y a ser exigente consigo mismo. Su paso por Gordonstoun, por la Royal Navy y por Buckingham, así como su adquirido hábito de recibir a su sastre casi a diario para ajustes y modificaciones, hicieron de él el verdadero rey del estilo y el mejor embajador de la moda masculina británica.
Mucho más elegante que la Reina de Inglaterra, sus buenas hechuras se complementaron con las instrucciones recibidas por su tío carnal, Lord Mountbatten, que enseño a su sobrino a “vestirse para el rol”, algo que Felipe nunca olvidaría, aprendiendo a disfrutar con la elección de materiales y cortes.
En las listas de los mejor vestidos desde hace décadas, el Duque de Edimburgo sabía destacar impecable sin que ni siquiera el atractivo John F. Kennedy le hiciese sombra en sus recíprocas visitas oficiales. Cliente habitual de Savile Row desde que comenzó su noviazgo con la Reina Isabel, eran sus proveedores los camiseros Turnbull & Asser, Gieves & Hawkes y Haste & Lachter.
El príncipe Felipe utilizaba en invierno gabardinas y abrigos de corte sencillo y no muy largos, que elongaban aún más su figura.
Lucía elegante con falda escocesa – de Kinloch Anderson – y sporran, la bolsa-petaca de cuero colgada en la cintura, al igual que iba impecable montando a caballo con el uniforme rojo de la Guardia Real y el morrión, ese gigantesco sombrero negro de piel de oso.
En sus carreras de enganches – una de las últimas aficiones que le permitían practicar – escogía la chaqueta perfecta, la camisa adecuada e incluso la manta de cuadros que mejor combinaba. Sus prendas de impecable e intemporal sastrería británica complementaban su altura y su aristocrático perfil.
Felipe de Edimburgo cuidaba mucho sus prendas y antes de descartarlas las ajustaba, reparaba o arreglaba de acuerdo con sus necesidades. Sabía vestir bien incluso practicando cualquier deporte, mostrando un sentido innato del estilo ya fuese jugando al polo, nadando o pescando.
Los sombreros, las gabardinas, saharianas y botas que el duque llevaba en las jornadas camperas de Sandringham o Balmoral eran frecuentemente piezas de encargo, ya que Felipe de Edimburgo ha sido el perfecto “modelo publicitario” de las marcas que tienen el “Royal Warrant”, tal y como es el caso de las chaquetas enceradas Barbour, los sombreros de James Lock Hatters, los rifles de Holland & Holland, las escopetas de Purdey o las botas de Hunter.
Ni en los videos privados ni en los momentos más íntimos, relajaba el duque de Edimburgo su etiqueta. Siempre correcto e impoluto, escogía prendas de sport en Daks y zapatos de John Lobb.
Cuando lucía sus uniformes militares, de Johns & Pegg, las condecoraciones de Felipe de Edimburgo superaban sus chaquetas por la izquierda y la derecha, ya que no en vano, la Reina le concedió hace un par de años el rango de lord gran almirante del Reino Unido.
De traje, sabía combinar las prendas sin intentar ser un dandy: evitaba el colorido estridente y los adornos excesivos, en un ejercicio de simplicidad superlativa.
Tenía preferencia por llevar prendas de tweed en sus atuendos de sport y las solapas anchas en general. Su sastre de juventud fue el famoso Teddy Watson, de Hawes & Curtis, aunque ahora encargaba parte de sus trajes en Gieves & Hawkes y las prendas de corte ceremonial en Eves & Ravencroft, los sastres más antiguos de Londres, con taller desde 1689.
Cuando el duque iba de gala de día, en chaqué, escogía colores sobrios. En las carreras y en Ascot elegía la menos común chistera gris.
Esta y otras sutilezas son el más claro indicador de la naturalidad y la comodidad con la que Felipe de Edimburgo se enfrentaba al protocolo, con su inconfundible estilo impecable pero austero, ese estilo que ha marcado pauta en el mundo por su sobria masculinidad.
El Príncipe Felipe ha sido el verdadero rey del estilo mundial y un excelente embajador de la moda masculina británica. Será difícil que sus nietos le superen.
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