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Dior y Lanvin, sin cabeza

Dior y Lanvin, sin cabeza
María Luisa Funes el

Baile de nombres en el efímero mundo de la moda

Alber Elbaz se marcha de Lanvin

 

En el plazo de una semana, se han anunciado dos importantes cambios en tradicionales casas parisinas. Si esta semana Alber Elbaz acaba de hacer el comunicado de su marcha,  el belga Raf Simons abandonó precipitadamente la maison Dior durante la anterior.  Y es que la moda es cada vez más efímera.


En la era digital, la información se consume a gran velocidad: cada instante se documenta todo en las redes sociales y noticias procedentes de pueblos recónditos se propagan por el mundo en cuestión de segundos. Impera el “Nexting”, la tendencia de ir siempre en la búsqueda de lo “siguiente”(next, en inglés). Empiezan a ser poco habituales los creadores que duran eternamente en el puesto, a salvedad del omnipresente káiser Lagerfeld en Chanel y de Miuccia Prada en Prada y MiuMiu, claro está que esta última es la dueña y presidenta de su conglomerado de empresas.

La moda se convierte en un sistema de fichajes parecido al de las ligas de fútbol internacionales. Con cada nuevo creador, la marca se renueva, se reinventa y toma impulso. A veces, incluso parece que un buen entrenador – así como un buen director creativo- será capaz de tirar hacia delante de un club de fútbol o de una marca de moda. Como si los jugadores y el presidente no fueran también responsables de los resultados.

Aunque la moda parezca un mundo ocioso y divertido, se trata más bien de una industria extremadamente competitiva y exigente que demanda dedicación absoluta. Mientras más alto el cargo, mayor la “exclavitud-de-luxe”. El escenario, aparentemente idílico, requiere progresivamente más trabajo:  fotos en las aperturas de tiendas, Instagram, Facebook, Tweeter, los continuos viajes, los desfiles en varios continentes, las reuniones, los cambios y las cada vez más numerosas colecciones, hacen de los puestos relevantes de la industria de la moda de alta gama, un exigente yugo.

Es por ello que no ha extrañado tanto que Alexander Wang se decidiese a marcharse de Balenciaga para defender su propia marca, un proyecto más flexible, en el que campará a sus anchas, con menos exigencias y reglas del juego. Le ha sustituido el desconocido Demna Gvasalia, que aún se tiene que hacer un nombre y pondrá –por el momento- toda la carne en el asador de la moda.

De modo similar, la repentina salida de Raf Simons de la casa Dior, se ha percibido en mucho círculos como un escape del creador belga, que a sus 48 años veía como se le iba la vida entre aviones, posados y reuniones. No se entiende si no, que se aleje de una de las casas de costura más importantes del mundo y de un rol tan envidiado en la industria. Pero es que la moda, una gran industria y una importante faceta de la antropología humana, no otorga la felicidad.

LVMH, con la silla de Dior vacía, estudia si “ascender” a Riccardo Tisci – actual director creativo de Givenchy- o buscar un “mago de Oz” fuera de su grupo. En el grupo LVMH, al igual que en el seno de Kering o Prada, se trabaja con la eterna presión que supone cotizar en bolsa. Para más inri, estos grupos propietarios de varias marcas“hermanas”cuentan siempre con el agravio de poder comparar el crecimiento de las ventas y la rentabilidad de las distintas empresas propias con todo lujo de detalle, convirtiendo los resultados en una carrera de velocidad. Lógcamente, mientras mayor es la importancia de las ventas de una marca, mayor es la presión que se ejerce sobre sus ejecutivos y creativos.

 

Ahora es Alber Elbaz el que sale de Lanvin, con un emotivo comunicado en el que agradece a su equipo sus 14 años de productivos esfuerzos y en el que reconoce que se va por decisión de la accionista mayoritaria, la china Shaw-Lan Wang y del CEO, Michele Huiban, con quienes aparentemente el creador israelí ya no mantenía una buena relación.

Intuitivo, risueño y original, Alber Elbaz a buen seguro tendrá más oportunidades profesionales en el futuro. Hay quien ya baraja su nombre para Dior, aunque quizás sus diseños sean demasiado barrocos para los dueños de la gran maison.

Atrás queda el tiempo en el que l@s grandes modist@s se mantenían al abrigo de la opinión pública, en un reservado pero misterioso segundo plano que les otorgaba esa condición de genios. Ahora, la era digital y el “nexting” imperante, obligan a los creadores a salir a la palestra, a aparecer por doquier e incluso a considerar un ridículo selfie cual esfuerzo publicitario. El eterno baile de nombres de la moda sigue sonando de fondo, mientras los más privilegiados – y valientes- deciden bajarse del carrusel y recuperar su vida, alejados de una esclavitud de luxe.

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