Este tejido ornamental semitransparente cuajado de dibujos hechos a mano con hilo fue una de las esencias de la moda veneciana del siglo XVI. Con el tiempo Francia y los Países Bajos replicaron el encaje con tino; Pero en España, donde ya existía a la par que en Venecia, se convirtió para siempre en santo y seña de la feminidad más castiza.
Coqueto, buen decorador y muy proteccionista de su industria, Luís XIV de Francia, el Rey Sol, decidió obligar a los costureros franceses a utilizar únicamente encaje local, visto como los recaderos iban y venían de Venecia cargados de costosísimo material. Así fue como instaló los primeros talleres franceses de encaje en Valenciennes y Chantilly.
El encaje se puso entonces de moda en toda Europa. Bordado sobre malla o sobre cualquier otra tela transparente, a menudo terminaba en puntas o dentellones que le dan también el nombre de puntilla y en frances de dentelles. Estas puntillas habían ya sido habituales en los españoles durante el siglo XVI y habían formado parte de prendas tan castizas como la lechugilla o la gorguera.
Es por ello que incluso ahora, las mantillas, tocas o tejidos de encaje artesanal, siguen siendo a menudo españolas, por más que Sully, Richelieu y Colbert chinchasen durante un siglo para monopolizar un sector que consideraban rentable.
Ni los encajes de Bruselas, Amberes o Lovaina, tan renombrados, ni los de Alençon, Borgoña, Normandía, Chantilly, Lille o Valenciennes, ni los de punto de Venecia, ni los holandeses de Malinas, ni tampoco los de origen húngaro, dejan de tener un gran rival en el encaje español, ya sea valenciano, andaluz o castellano. Pero esta tradición, tan señera, se está perdiendo por lo laborioso de su menester y la competencia del encaje industrial. Conservemos nuestras tradiciones facilitando su enseñanza y su comercialización.
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