1. Él y sus cosas. ¿Quién si no él, dotado de un sentido de la oportunidad que hubiera hecho palidecer a cualquier dibujante de «La Codorniz», hubiera hablado de rogativas precisamente ahora? ¿Quién juzgaría «ri-dí-cu-lo» desvestirse de su alta dignidad y ponerse la anónima túnica? ¿Quién cierra las puertas al nazareno cercado por la humana duda? ¡Ay!
2. Piedras y faltas. Casi todos los modernos editores de textos lo tienen. Corrector ortográfico. Hay quien prefiere no usarlo, pero saca de algún apuro cuando la mirada no da más de sí. ¿Secundario? Depende, que luego los boletines los ve bastante gente y siempre hay ojos que se encuentran con faltas ajenas. Y ya se sabe cuándo hay que tirar piedras.
3. Canela y clavo. Se escribió para cantar con música de uno de los mejores compositores vivos. Se tocó y se cantó. Al poco se arrinconó, porque la cofradía dedicataria empieza a preferir canela y clavo. ¿Una tienda de especias? No, pero está menos lejos que aquel pueblo que de unos años a esta parte no se les cae de la boca.
4. Fuerza brutísima. Fuerza bruta», dicen algunos con su mijita de desdén, de la gente de abajo. Dentro hay gente con finura y cerebro, que no hay que generalizar, pero alguno faltó a la catequesis cuando explicaron «fraternidad» y «no violencia». Su actitud merece tacharse con una cruz en aspa y ponerlo rojo de vergüenza.
5. Campos de plumas. «A batallas de amor, campos de plumas», se le oyó decir, sin segundas, al bueno del loro, que no siempre los de su especie dicen cosas soeces, y a él se le pega lo que oye. Es más, al ver entrar, calculadora en ristre, a sus parroquianos favoritos, preguntó si por alguna calle ya olía a azahar.
Semana Santa