Ya duele y dolerá mucho más conforme se acerquen las fechas. Cuando sea Viernes de Dolores y la cabeza tenga que decirle al corazón que no vaya donde va todos los años. Cuando no haya túnicas colgadas esperando el momento de quedar sobre la cama y llenarse de un cuerpo con alma. Cuando sea el día y no haya ni nazarenos en la calle ni siquiera turnos de vela, cuando no sea posible ni mirar a las imágenes sobre los pasos encendidos mientras llueve en la calle. Quienes solemnizan el paso del tiempo y elevan las anécdotas y detalles a hechos históricos tienen mucho que contar cuando pase este año en que las procesiones de Semana Santa sólo serán un recuerdo que revivir, y este sí que tendrá motivo, y no como esos que dan la pelma toda la semana.
Los que tengan que trabajar un Domingo de Ramos o un Miércoles Santo pisarán calles vacías que debían estar llenas, no se llevarán cera rechinante en los zapatos y quizá tendrán que pasar por una esquina en la que algún año vieron un giro hermoso, rezaron en silencio un avemaría y se guardaron para siempre la música. Este será para siempre el año del coronavirus.
Pero como Dios no da puntada sin hilo ni deja desgracia de la que aprender, también estos días, y por supuesto los muy dolorosos que vengan, son para volcarse un poco en todo lo que se pierde en las Cuaresmas hedonistas y callejeras con que las cofradías suelen tentar. Los habrá que no se den cuenta, pero la mayoría saben que de ensayo a fiesta de regla, de trabajo en el reparto de papeletas de sitio a montaje de altar de cultos, de besapiés a concierto de marchas, al final apenas hay tiempo para la oración, si acaso algo de ayuno aunque con poco sentido, y mucho menos de penitencia.
Y en eso están las cofradías en estos días, aunque sea con el aluvión de las redes sociales. Las iniciativas de novenas virtuales y de citas diarias para rezar en torno a las imágenes, o con su recuerdo, merecen un aplauso porque fomentan la base de las hermandades, que es la devoción y lo que se comparte en torno a las imágenes. Sí, ahora apenas se les puede ver físicamente, pero son las mismas que están en las carteras y en las fotografías enmarcadas de los hogares, en los fondos de escritorio de los ordenadores y sobre todo en la cabeza del que reza y sabe el nombre y el rostro en madera que le da a Dios y a su Madre. Quizá sea el momento de que los Vía Crucis sean de verdad meditación de las estaciones y mirada interior y no excusas para mover al Señor, y habrá quien busque, aunque sea en una pantalla, la belleza y profundidad de los oficios para recordar que salen procesiones por ser Viernes Santo, y no al revés.
Vienen días duros en los que se saltarán las lágrimas con solo mirar al calendario y recordar que en ese mismo día lo normal sería tener una túnica puesta y acompañar a aquella imagen que se nombra tanto todos los días. Y sin embargo, en ese momento de todos los años lo normal es no verla. Sí que se nota que está delante o detrás, que acompaña debajo del cubrerrostro y que alivia el dolor de las piernas y el cansancio del brazo cuando se sube el cirio a la cintura. Sí que acompaña cuando en esa soledad van apareciendo arrepentimientos y súplicas. Esa será este año la estación de penitencia que habrá que hacer y si la cabeza se disciplina lo bastante, aunque el hábito esté guardado y no se pisen las calles por las que se pasa una vez al año, será posible para quien lo busque, para el que ama revestirse de eternidad pero sabe que su hermandad y sus titulares le acompañan todos los días. No todos los que participan en la Semana Santa podrán decir que son capaces de revivirlo aunque les hayan quitado todo.
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