Qué bonita está Las Tendillas con sus palcos y sus sillas. Ahora que están montando los clásicos palcos para la carrera oficial y ésta ofrece sus tripas de tubos, maderas y tornillos, antes de que el rojo besamanos tapice, a modo de faldones de plástico, el carril de las cofradías, y que los paneles de madera sean repintados de rojo Cajasur, maquillajes necesarios para vestir de seda a la mona, se repite, un año más, el conformismo de muchas cofradías con lo «bulgar» (con b de burro) cuando podrían aspirar a lo sublime.
Si la carrera oficial no gusta, la disfrazamos, le colocamos colgaduras, banderolas, palcos y doseles. Todo ello para que el escenario aparente más postín. Pero el escenario no da más de sí, y dice «no».
El colmo del desaprovechamiento escenográfico de la carrera oficial tiene su cénit en la Plaza de las Tendillas. Plaza ancha convertida en calle estrecha. Paradojas del urbanismo cofrade. El talento municipal y capillita, consciente de que a las cofradías les sientan bien las callejuelas estrechas, desafía a las leyes del espacio y de la física convirtiendo a la plaza en calle angosta, jalonada de palcos, palquillos y doseletes. Así, el espacio escénico se reduce, se encoge, dejando la mayor parte de la plaza inutilizada para el disfrute procesional.
Desperdicio de espacio, de público y, sobre todo, de sentido común, que se percibe en el mantenimiento años y años de una carrera oficial vacía de significado, con la única función audiovisual de que las cofradías se dejen ver por quienes ocupen los palcos. ¿Carrera oficial o taquilla oficial? ¿Estación penitencial o estación audiovisual?
Qué bonita está las Tendillas con sus palcos y sus sillas, con sus sillas y bombillas que alumbran de maravilla la carrera cofradiera de la Plaza las Tendillas. En la Catedral no habría que inventarse un decorado, ni un significado. El escenario sería único. El significado, elocuente.
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