Si alguien quiere comprobar el valor de las marchas procesionales, la belleza que está en sus compases y que resiste clichés y prejuicios, la seducción de las melodías donde luchan la tristeza y la esperanza, que pruebe a llevárselas a un molde distinto, a una instrumentación que no es la suya, donde ni la corneta esté para mover a la emoción y donde tampoco se pueda alegar la enajenación del azahar y la seducción primaveral de la calle.
Cuando suenan en instrumentos diferentes puede suceder que el valor de la obra se multiplique o se desvele para quien no lo había comprado, y así pase que no hay mejor saeta que aquella que Gámez Laserna soñó para que sonase en cada rincón de la ciudad en la que vivía, y que la desolación más bella embarga cuando el “crescendo” de la emoción cuenta cómo lloran sin cesar unos ojos verdes.
La Camerata Ipagro, de Aguilar de la Frontera, regaló a quienes asistieron a su concierto en Cabra el domingo pasado una exquisita versión de una decena de marchas procesionales, clásicas absolutas o maravillas de la provincia semidesconocidas para el cofrade de a pie. Laúdes, guitarras, bandurrias y hasta violines se hicieron afinada orquesta, llena de riqueza y matices, donde “Jesús de las Penas”, “Amarguras” y “Soleá, dame la mano”, entre otras muchas, se elevaron como ofrendas de la más alta inspiración.
En los siguientes enlaces, gracias a la gentileza de Mateo Olaya y Rafael Sabariego, se puede disfrutar de “María Soledad”, una preciosa marcha dedicada a la Soledad de Aguilar por Sebastián Valero, pero también de la clásica, incomparable “Virgen del Valle”, que alcanza cotas de inigualable belleza.
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