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La pulga y el elefante: tres consejos básicos para mejorar en ajedrez

La pulga y el elefante: tres consejos básicos para mejorar en ajedrez
Federico Marín Bellón el

«El ajedrez es un mar en el que puede beber una pulga y bañarse un elefante». Este proverbio indio, una de mis citas favoritas sobre el juego de reyes, ilustra su generosa versatilidad. Cualquiera puede disfrutar una partida y casi cualquiera, desde grandes maestros como Bronstein y Capablanca a una pulga ajedrecística como yo, puede escribir un libro. Hasta ahora no me he abusado del autobombo, creo, y solo he publicado una breve entrada sobre «Ajedrez para torpes», un libro de iniciación para todas las edades editado por Anaya, dentro de la colección Oberon Práctico. Mañana jueves, de 12.30 a 14.00 horas, firmo ejemplares en El Corte Inglés del paseo de la Castellana, en Madrid, a todo el que tenga la generosidad de pasarse por allí. No es imprescindible que sean familiares o amigos cercanos.

Os espero este jueves en El Corte Inglés

«Ajedrez para torpes» no es una obra para jugadores expertos, por supuesto. Al escribirlo, tenía en mente dos tipos de lectores: aquellos que no tienen ni idea y no saben cómo empezar y, quizá el grupo más frecuente, los que aprendieron a mover las piezas y no progresaron demasiado o abandonaron hace tanto tiempo que sólo recuerdan lo esencial. Dentro de este amplísimo grupo de personas, un gran número estarían encantadas de aprender a jugar de verdad, pero se sienten intimidadas por la literatura existente, que suele ser para ajedrecistas más expertos o están escritas pensando en los niños.

Una de las grandes virtudes del ajedrez es que se puede aprender a cualquier edad y seguir mejorando incluso en la tercera y la cuarta. Como la mayoría de las actividades, lo esencial es practicar, pero se puede mejorar más deprisa si se siguen algunas pautas básicas. Son secretos muy mal guardados, al alcance de todo el mundo, pero que no todos ponen en práctica.

Tres consejos básicos

1. Aprende a escribir y leer las partidas. No lleva más de cinco minutos y se puede aprender casi en cualquier libro, incluido el mío, por internet o con ayuda de un amigo. Nos permitirá ejercer dos actividades esenciales: repasar las partidas propias, para intentar averiguar dónde nos equivocamos, y deleitarnos con las partidas de los grandes maestros. No hay placer más grande para un aficionado, ni vía más rápida de aprendizaje, que observar cómo juegan los mejores. Incluso en el Museo del Real Madrid solo se pueden ver un puñado de jugadas del gran Di Stéfano. Los aficionados al ajedrez, en cambio, pueden deleitarse con las obras completas (o casi) de Paul Morphy.

Al principio, es posible que no entendamos casi ninguna de las decisiones de las grandes estrellas. Por eso es un complemento perfecto recurrir a partidas comentadas por alguien sabio. Un buen libro o una revista y un tablero para reproducir las jugadas al ritmo que nosotros queramos pueden darnos horas y horas de placer. En internet también hay infinidad de sitios donde se pueden ver desde los duelos clásicos entre los campeones del pasado a las partidas que se disputan ahora mismo en algún torneo de élite. Esto ni siquiera requiere saber leer y escribir ajedrez. Si os interesa, otro día comentamos por aquí una pequeña selección de libros y algunos de los portales más interesantes que nos ofrece «la llamada red de redes», que decía Miguel Rellán en «El Ministerio del Tiempo».

2. Habla con tus piezas. Esto tampoco lo he inventado yo, por supuesto. Jonathan Rowson y otros autores lo explican mucho mejor y la revista «Peón de Rey» tiene una sección fija dedicada a esta idea. La idea básica es pensar en tus piezas como seres vivos, con unas necesidades. Si las observamos un poco, es muy fácil descubrir que tenemos una torre algo encerrada, que nuestro alfil carece de grandes diagonales en las que aprovechar su largo alcance o que el caballo apenas tiene casillas a las que saltar. También podemos detectar que nuestro rey se siente inseguro y, en general. averiguar cuál de nuestros soldados está peor aprovechado. Es un ejercicio muy sencillo, válido en cualquier situación y una manera sencilla de saber qué hacer cuando hemos perdido el rumbo y no sabemos cómo planear la próxima jugada.

3. Piensa que el rival también juega. El ajedrez no consiste solo en imaginar grandes combinaciones y tener la capacidad de encontrar un bonito sacrificio para rematar una partida. Una de las virtudes esenciales de todo gran jugador, que pueden empezar a practicar incluso los principiantes menos avezados, es pensar también en lo que planea nuestro rival. ¿Qué intenciones tiene el jugador que conduce las piezas de distinto color al nuestro? ¿Qué nos puede hacer si se lo permitimos? ¿Dónde llevará sus piezas si no hacemos nada? ¿Puede comernos algún peón o lanzar un ataque sobre nuestros puntos débiles? Piensa en tus posibilidades, pero también en las del contrario. Si no le dedicas unos segundos al menos a estas ideas, perderás muchas partidas de forma innecesaria, incluso después de haber alcanzado gran ventaja. No seas egoísta y ponte siempre en el lugar del otro, aunque sea un instante. Este consejo, además, también te será muy útil en la vida fuera del tablero.

Hay mil consejos más que se pueden aprender sin excesiva dificultad. Los libros están llenos de ellos, pero estos tres, que no requieren ningún conocimiento previo ni calcular variantes complicadas, ayudarán a mejorar a cualquiera que se lo proponga. Sus efectos son casi inmediatos.

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