Durante una partida, un buen jugador de ajedrez utiliza la cabeza, el culo y las manos, a ser posible por este orden. Más allá de la decencia y las normas de etiqueta, no importa demasiado cómo vista el gran maestro, pero la silla es un elemento capital. En el torneo de Candidatos que se juega en Ekaterimburgo, ha llamado la atención entre los espectadores y comentaristas el amplio muestrario de asientos elegidos, tan variados como los estilos y personalidades de los participantes. Para la próxima edición, se antoja conveniente buscar patrocinadores entre los fabricantes de muebles.
El primero que dio guerra con esto de las sillas fue Bobby Fischer, pionero de tantas cosas. Otro día repasamos aspectos históricos de este complemento esencial. Hoy nos contentaremos con ver el catálogo de gustos de los ocho candidatos:
La imagen de arriba es significativa. Ding Liren prefiere la funcionalidad espartana de una silla clásica, frente al ostentoso sillón de jefazo de Maxime Vachier-Lagrave, a quien solo le falta que una secretaria le anote las jugadas. Alguien comentaba durante el torneo que el jugador chino tiene «nalgas de acero». Comentarios similares se escuchaban de Anatoly Karpov en sus mejores tiempos. El peligro de la comodidad extrema del trono que disfruta el francés es la posibilidad de quedarse dormido o, como mínimo, amodorrado, como pasaba no hace tantos años en el desaparecido cine Azul, en la Gran Vía madrileña, si la película ayudaba un poquito.
No me invento nada:
Sin llegar al extremo de Magnus Carlsen cuando se quedó más ‘roque’ que enrocado, veamos de nuevo a Vachier-Lagrave, algo apoltronado y a la defensiva. No sorprende que sea un maestro a la hora de sostener posiciones difíciles. Desalojarlo del punto entero es tan complicado como levantarlo del sillón. Por si acaso, se rumorea que nunca ha ido a Sevilla.
En la próxima imagen veremos dos modelos totalmente distintos:
El jugador ruso Kirill Alekseenko, de la escuela espartana, estaba muy feliz con el modelo elegido, pero quizá se arrepintió un poco cuando le tocó enfrentarse a Fabiano Caruana. El italoamericano aúna como nadie diseño y poderío económico. Veamos otra fotografía que nos permite ver la superficie de apoyo, ergonómica y preparada para las batallas más largas.
Podría pensarse que la nacionalidad es un factor esencial en este apasionante campo, pero veamos otra foto, en la que aparecen los rusos Kirill Alekseenko y Alexander Grischuk, que refuta la teoría.
Alexander Grischuk es un tipo único. En su última partida pensó durante 72 minutos una sola jugada, para terminar haciendo un movimiento que cualquier aficionado habría ejecutado en unos pocos segundos. Lo que no sabe el ajedrecista inexperto es todo lo que fue capaz de ver el ruso en ese tiempo. Si usara un sillón con orejas, probablemente acabaría traspuesto tras una de sus reflexiones eternas. La silla escogida, con la dureza exacta, le permite cambiar de ritmo cuando es preciso y empezar a jugar a toda velocidad, en su perpetua batalla, casi daliniana, contra los relojes.
El tercer ruso en liza, Ian Nepomniachtchi, es un tipo de apellido complicado, coleta de luchador de sumo y gustos refinados. No renuncia a los placeres del gran butacón, como Vachier-Lagrave, y lo imaginamos devorando caviar, como Korchnoi. Si nos atenemos a la clasificación, su liderazgo le da la razón. Tampoco puede ser casualidad que los siguientes mejor colocados sean Vachier-Lagrave, Caruana y Anish Giri, el otro jugador de la foto, que tampoco tiene una mala silla. Los que van de modestos, como insinuando que lo importante ocurre sobre el tablero, no se sienten cómodos en el torneo.
El holandés eligió un modelo de oficina europea de nivel medio alto, sin lujos aparentes y funcional, pero confortable, como unos reposabrazos mullidos. Como en Rusia tampoco hace mucho calor en esta época del año, no hay peligro de quedarse pegado por el sudor. La zona acolchada de la cabeza permite reclinarse hacia atrás sin que sufra la parte occipital. Giri también es de los que lo tienen todo pensado.
El otro ejemplo de rivalidad entre compatriotas es el de los dos participantes chinos. Ya vimos que Ding Liren optaba por la sencillez extrema, pero su compatriota Wang Hao fue incapaz de negarse a la amabilidad rusa de la organización, como se aprecia en la fotografía que encabeza este artículo. Solo diremos que el primero, mejor jugador en teoría, es penúltimo y ya no cuenta para el triunfo final. Hao, un tipo que no pierde la sonrisa ni después de una derrota, es quinto con medio punto más. Va mejor, pero recordemos que la comodidad tampoco hace milagros.
La gran pregunta que surge en este punto es: ¿puede un gran maestro cambiar la silla a mitad de torneo o incluso de partida? En ese caso, estaría permitido utilizar una camilla, como llegó a hacer Tony Miles?
Miles no jugaba tumbado por esnobismo, aunque un ajedrecista que es capaz de ganar a Karpov con a3 como primera jugada tiene a la fuerza un lado misterioso. El bueno de Miles, el primer británico en conseguir el título de gran maestro, nos dejó hace casi dos décadas tras fallecer de forma sorprendente y prematura, a los 46 años. Debido a una lesión de espalda, jugó todo el torneo de Tilburgo (Holanda) tumbado sobre una camilla de masajes en 1985. Por supuesto, terminó el primero.
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