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Blogs Jugar con Cabeza por Federico Marín Bellón

Seis libros de ajedrez para que no te saquen de tus casillas

El coronavirus no ha frenado la creación de novelas (y poesía) sobre el juego, que no requieren ningún conocimiento especializado

Seis libros de ajedrez para que no te saquen de tus casillas
Intriga, biografías, drama y poesía forman un amplio abanico en blanco y negro
Federico Marín Bellón el

No solo de partidas viven los tableros. Además de los libros especializados (aperturas, finales, problemas, partidas…), asistimos a una pequeña avalancha de novelas, aderezadas con algún poemario, con el ajedrez en el centro del argumento. Rescato aquí seis títulos por lo general recientes, ahora que mucha gente tiene más tiempo para disfrutarlos.

«Este juego es infinito», de Francisco Delgado-Iribarren Cruz

Empezaremos por el más original y probablemente menos comercial de los seis, una colección de 64 sonetos publicado por la editorial «Poesía eres tú» y escritos por Francisco Delgado-Iribarren Cruz (Valencia, 1985). Por supuesto, el número no es casual: hay un poema por cada casilla del tablero. De hecho, cada uno lleva el nombre de la casilla como antetítulo: a1, b1, c1, etcétera, hasta completar las ocho filas y columnas.

Algunos sonetos son didácticos y hablan de las reglas del ajedrez o del movimiento de sus diferentes piezas, otros están dedicados a grandes campeones y también los hay que aluden al amor y otros sentimientos. El título es una cita al famoso verso de Jorge Luis Borges, de un conocido soneto dedicado al ajedrez. Entre mis favoritos, destaca el último (H8), titulado «El futuro», que empieza así:

El ajedrez, tal vez, no tiene meta,
y seguirá creciendo eternamente.
El ajedrez, tal vez, no es más que un puente
que une las culturas del planeta.

Y termina con su homenaje:

Si Borges lo escribió, yo lo repito: 
como el otro, este juego es infinito. 

«Nieve negra», de Jorge Benítez

Todavía no conozco en persona a Jorge Benítez (Madrid, 1979), colega que escribe en el diario «El Mundo», y espero que el confinamiento que vivimos no aplace el momento demasiado. Su libro, editado por Libros del K.O., es una sucesión fantástica de pequeñas biografías dedicadas a «dioses, héroes y bastardos del ajedrez», como reza el subtítulo. Uno intuye que los últimos son los que más le interesan y no sé si son los más apasionantes, pero al ser menos conocidos amplían la sensación de sorpresa que ya lleva de fábrica la prosa del autor.

«Nieve negra», que comparte título con una película argentina protagonizada por Federico Luppi, Leonardo Sbaraglia y Ricardo Darín, nada menos, tiene también ramalazos cinematográficos, traza paralelismos históricos y aventura teorías hermosas sobre la vida, no siempre descabelladas. El tablero es un escenario y un anhelo para el autor: que algún padre desempolve uno guardado en el trastero para jugar con su hijo.

«Tardes quietas de jazz y madera», de Hugo Roca Joglar

De Hugo Roca (México, 1986) no sabía nada hasta que cayó en mis manos este libro editado por Tandaia. Cuenta la historia de la joven de 17 años Lorca León, que comparte con Judit Polgar algún rasgo fiero y lo lleva aún más lejos (no es la única exageración), al convertirse en la primera mujer en la historia que logra retar al campeón del mundo de ajedrez. De macabro telón de fondo, el insoportable goteo de asesinatos de mujeres en aquel país. Y de banda sonora, el jazz.

La novela es también un alegato feminista en la que el relato deportivo se ve ensuciado por la violencia incivilizada que solo ocurre fuera de los tableros. Puede que haya alguna imprecisión menor, pero sus doscientas páginas no suponen el menor esfuerzo para cualquier lector.

«El peón», de Paco Cerdá

La triste y fabulosa vida de Arturo Pomar sirve como armazón de una novela que también se detiene en las peripecias de otros peones de la historia. El niño prodigio español, explotado y luego abandonado por la España de Franco, pese a las prematuras comparaciones con Capablanca, resiste como un jabato en su célebres tablas contra Fischer, que luego lo acuchillaría de palabra: «Pobre cartero español. Con lo bien que juegas, tendrás que volver a poner sellos cuando termine el torneo».

Paco Cerdá (Genovés, Valencia, 1985), otro periodista, documenta hasta el detalle la vida del gran maestro, un muñeco roto quizá no tan trágico como Joselito y algún otro, pero de destino dramático e inacabado. Ecditado por Pepitas de calabaza.

«El peón envenenado», de Ricardo Alía

Ajedrecista y escritor, Ricardo Alía (San Sebastián, 1971) combina presente y pasado en una historia de intriga con un astuto asesino en serie. Pude entrevistar al autor mientras cumplía el viejo sueño de jugar con él, al mismo tiempo, una partida de ajedrez. Se puede ver una pequeña parte del encuentro en este vídeo, grabado por David Conde.

El libro transcurre en tres épocas distintas: 1937, centrado en un niño de la guerra enviado a Inglaterra; en los setenta, cuando el protagonista descubre su talento infantil para el ajedrez; y en el siglo XXI, cuando Arturo Muñoz es ya un gran maestro destacado y se enfrenta a un asesino en serie que lo reta a una partida en Londres. Ha pasado ya algo más de tiempo desde su publicación, pero me apetecía recuperar este título, editado por Maeva.

«Fianchetto», de Hugo Vargas

Terminamos con el título más antiguo de todos (Trama editorial lo lanzó en 2015), subtitulado de forma elocuente «El ajedrez como una de las bellas artes». Hugo Vargas (Tampico, México, 1958) es también el autor más «antiguo» de todos y puede que el más sabio. No nos libramos y también es periodista, además de editor.

«Fianchetto» es casi un antecedente de «Nieve negra» y cuenta historias y anécdotas de artistas consagrados, sobre todo, en una serie de deliciosas crónicas que solo tienen en común el ajedrez y el buen gusto. Incluye también alguna partida clave en la historia… del cine, como la que disputan Humphrey Bogart y Lauren Bacall, u otra entre Chaplin y Reshevsky. También podemos ver cómo jugaban Stalin, Karl Marx y Fidel Castro, entre otros, además de auténticos ajedrecistas. Con todo, que el lector sepa jugar o no es lo de menos, como ocurre con los otros cinco libros. Como respondió Billy Wilder cuando le preguntaron si los directores de cine deberían saber escribir también: «Basta con que sepan leer».

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