Después del dramático empate de la quinta partida del Mundial de Ajedrez, la sexta empezó de la manera más prometedora posible. De nuevo en los caminos de la apertura española, Magnus Carlsen, con negras, planteó una versión del ataque Marshall, que implica un sacrificio de peón a cambio de ataque. Pronto se vio que el noruego llevaba la línea estudiada de casa mejor que su rival, haciendo jugadas complicadísimas «al toque», pero Sergey Karjakin no cayó en ninguna de las trampas. Todo desembocó en las tablas más rápidas del campeonato. No se puede decir que fuera un empate sin historia porque hay mucho trabajo oculto detrás, pero para el espectador fue una nueva decepción, esta vez sin errores ni emoción.
Las sextas tablas consecutivas no dejaron a los expertos indiferentes. Susan Polgar, varias veces campeona del mundo, se apresuró a pedir cambios en las reglas del Mundial. En su opinión, no debería haber jornadas de descanso en fines de semana (mañana les toca otro día libre), deberían jugar con las reglas que proponía Bobby Fischer (se sortea la posición inicial de las piezas) y el ritmo de juego tendría que ser más rápido.
Casi lo más interesante del día fue la presencia de Ken Rogoff, economista, profesor en Harvard y gran maestro, que realiza el «saque de honor». La partida fue muy parecida a la tercera, pero en teoría aún más atractiva. El problema es que los jugadores conocen demasiado bien las aperturas que juegan hasta profundidades casi insondables, y eso para el público no es muy divertido. Quizá Susan Polgar tenga algo de razón, como mínimo.
Los espectadores, pese a todo, siguen con pasión este campeonato, en la sala de juego, en la web oficial y en los portales especializados, que estos días están logrando los mejores resultados de visitas de su historia. También en este blog el seguimiento es elevadísimo. En algún chat leí el caso de un cubano que no se perdía una jugada, aunque la conexión le costaba dos dólares por hora. Hoy le resultó más barato, pero estoy seguro de que no se alegró.
Para el aspirante, pese a todo, no fue una partida fácil. Se vio de pronto en el terreno preparado por Carlsen, que sin pensar, no corría apenas riesgos. Con un juego perfecto del blanco, la partida debía terminar en tablas, como así fue, pero la menor imprecisión por parte del aspirante podía dar el punto al noruego. Este había preparado lo que en el argot se llama un «tubo» o «receta», una situación difícil de afrontar para cualquiera, más en un Mundial. Mientras Carlsen veía la partida en zapatillas, el ruso sufrió como en una carrera de obstáculos, saltando vallas y pisando charcos todo el rato. Al menos pudo disfrutar de un final moderadamente feliz.
El GM Rogoff, invitado de honor, explicó que ama el ajedrez, «un juego fantástico». Habló de los paralelismos con la Economía y declaró que también fue «muy feliz como jugador».
Karjakin, por cierto, jugará de nuevo con blancas en la séptima partida, el próximo domingo.