Lewis Cullman falleció el pasado día 8 en Stamford (Connecticut), a los 100 años. Decía Mae West que, aunque solo se viva una vez, bien aprovechada una vez es más que suficiente. Un siglo de vida da para mucho. Rico de cuna, Cullman se convirtió en mecenas cultural y filántropo. Su causa favorita era el ajedrez, sobre todo a través de la organización Chess in the schools, que en los últimos treinta años ha enseñado el juego a más de medio millón de alumnos de las escuelas públicas de Nueva York. «Creo que, si tiene la oportunidad, todo niño tiene el poder de triunfar en la vida y de ayudar a otros», decía, «pero también creo que no hay demasiados niños que tengan esa oportunidad».
El programa de Chess in the Schools, una iniciativa felizmente copiada en colegios de medio mundo, no solo públicos, ayuda a los estudiantes a desarrollar un pensamiento crítico y a mejorar sus habilidades en la toma de decisiones, algo que les valdrá para toda la vida. Pero volvamos a la apasionante vida de Lewis Cullman. Nació el 26 de enero de 1919 en el seno de una familia que hizo fortuna con la industria del tabaco, pero no se apresuren a juzgarlo. Museos, hospitales y universidades se convirtieron para él en lugares más importantes que Wall Street. Mientras su padre y sus dos hermanos construían imperios del tabaco, él se enriqueció con la venta y producción de calendarios y agendas, aunque su sueño era ser meteorólogo, según informa «The New York Times». Llegó a graduarse en la Universidad de Nueva York, de hecho, pero la Segunda Guerra Mundial frustró sus estudios de posgrado.
En la Armada, pronosticó tormentas para las fuerzas estadounidenses en el Atlántico y el Mediterráneo, y después de la guerra fundó un servicio privado de pronóstico del tiempo en Boston, que alertaba a las ciudades y pueblos de Nueva Inglaterra sobre cuándo debían poner en marcha sus quitanieves. Su resistencia a participar en el negocio del tabaco no tenía nada que ver con la defensa de la salud; en aquellos años ese aspecto ni se consideraba todavía. Simplemente, quería seguir su propio camino.
La compra afortunada de una empresa de agendas y calendarios le supuso un beneficio de 300 millones de dólares, pero retirarse y vivir de las rentas tampoco estaba entre sus previsiones. La saneada situación económica le permitió dedicarse a tiempo completo a la filantropía y el mecenazgo, siempre al lado de su mujer, Dorothy, hasta su muerte en 2009. Hospitales y museos eran los receptores más habituales de fondos, pero el ajedrez se convirtió en su pasión predilecta, a través del programa Ajedrez en las escuelas (Chess in the Schools), fundada en 1986 por Faneuil Adams Jr., ejecutivo de Mobil Oil, y por el célebre ajedrecista y entrenador Bruce Pandolfini. Las ayudas de los Cullman suponían para el proyecto un ingreso de un millón anual desde 1991.
«El ajedrez desarrolla el pensamiento crítico», contaba Cullman. «El concepto de utilizarlo como herramienta educativa fue lo que me atrajo». También le apasionaba la idea de gastar en vida el dinero en causas útiles, que desarrolló en el libro «Can’t take it with you: the art of making and giving money» (2004), en el que animaba a los multimillonarios de la lista Forbes a seguir su camino. No consta cuántos lo leyeron y aún menos los que le hicieron caso.
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