Política suicida de EE. UU. hacia Asia Central

La política exterior de Biden y de su equipo está empeñada en contener a Rusia y a China, a cualquier precio y de cualquier manera.

Es un ejercicio que, de forma infantil e irresponsable, trata de reaccionar ante el final del momento unipolar que se produjo en el mundo, en 1991, tras la disolución de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y del Pacto de Varsovia, la estructura de seguridad que aquella había creado en la Europa Central y Oriental.

La ilusión de que Estados Unidos (EE. UU.) sería el hegemon mundial, incontestado en cualquier región del planeta, está bajo cuestión a medida que China se está convirtiendo en la primera economía global.

A EE. UU. le está costando reconocer que el poder político y económico que disfrutaba, hasta ahora, se le está escapando de forma irremediable.

2022 fue el año en el que ese mundo unipolar comenzó a ser desmontado y en el que comenzó a surgir una Guerra Fría nueva, que podría durar durante décadas.

Con el propósito de dominar a Rusia y a China, Biden y su equipo de política exterior, con el apoyo de los líderes de la Unión Europea (UE) y de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), creen que pueden movilizar a las repúblicas centroasiáticas en favor de estas políticas de confrontación contra Moscú y contra Pekín.

EE. UU. está amenazando a los gobiernos de Asia Central para que se pongan de su lado.

A tal efecto, en las últimas semanas, equipos políticos y económicos estadounidenses, incluyendo al secretario de Estado de EE. UU., Blinken, fueron llegando a la zona exigiendo que las cinco repúblicas centroasiáticas rompieran sus relaciones con Rusia.

El foco de EE. UU. y de la UE es voltear Asia Central y el Cáucaso meridional -parte de la “jungla del mundo”, de acuerdo con el comentario condescendiente de José Borrel, Alto Representante de la UE para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad de la UE- para alinearlos con sus intereses.

El fin último de Washington y de Bruselas es el de convertirlos en un puesto avanzado para el enfrentamiento contra Moscú y contra Pekín.

De acuerdo con las ideas de Zbigniew Brzezinski, politólogo de origen polaco y anti ruso rábido, que asesoró a los presidentes de EE. UU. Johnson y Carter, la Banda de los Cuatro, es decir, Biden, Blinken, Sullivan y Nuland, estadounidense cree que EE. UU. no estará seguro mientras que no tome el control de Asia Central y no despiece a Rusia como nación.

Para éstos, Asia Central ofrece la oportunidad de que se convierta, de manera inicial, en un socio de la guerra de sanciones que EE. UU. ha lanzado, con tan poco éxito, hasta ahora, contra Moscú para, en un momento posterior, actuar contra Rusia abriendo un segundo o un tercer frente en la guerra a través de terceros que los estadounidenses iniciaron en Ucrania.

Si estas dos opciones fracasaran, no es difícil imaginar que EE. UU. recurriera a las revoluciones de colores y al terrorismo islamista para desestabilizar a los actuales gobernantes centroasiáticos.

Para este último objetivo, EE. UU. cuenta en Afganistán con un número variado de grupos terroristas a los que podría, si no lo está haciendo ya, financiar, entrenar y dirigir, como se les acusa de haber hecho, por ejemplo, en Siria, desde 2011.

EE. UU. y la UE ni pueden ni saben ofrecer a los países de Asia Central alternativas de seguridad y de desarrollo económico como las que les proveen, en la actualidad, la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC), la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) o la Iniciativa del Cinturón y de la Ruta (ICyR) o nueva ruta de la seda.

Además de Irán y de Turquía, que están comprometidas con la estabilidad y con el desarrollo económico de Asia Central, China y Rusia son vecinos del área centroasiática, comparten historia, raíces culturales y étnicas con ella y están interesadas en su seguridad.

Así lo demostró la OTSC, en enero de 2022, al parar la revolución de colores estadounidense en Kazajistán, que buscaba derrocar al gobierno de Kassym-Jomart Tokayev.

El 9 de mayo pasado, Día de la Victoria rusa frente a la Alemania nazi, en 1945, durante el desfile anual que tiene lugar en la Plaza Roja de Moscú, el presidente de la Federación de Rusia, Vladimir Putin, estuvo en la tribuna presidencial acompañado de Tokayev y de todos los demás presidentes de las repúblicas de Asia Central y de Armenia y de Bielorrusia.

El presidente de Azerbaiyán excusó su ausencia porque, en esa fecha, además del Día de la Victoria, el país homenajeaba el centenario del nacimiento de su padre, quien fue, a su vez, presidente, entre 1993 y 2003.

Tokayev aprovechó su visita a Rusia para viajar a la ciudad de Rzhevsk, donde pudo rendir homenaje a la memoria de su tío, del que recibió su nombre, Kassym, quien está enterrado en esa ciudad, en la que murió, durante la II Guerra Mundial, como soldado del Ejército Rojo.

El 18 de mayo de 2023, Tokayev viajó a Pekín, donde se le unieron todos los demás jefes de Estado de Asia Central, para asistir a la primera cumbre China-Asia Central.

Durante esas reuniones, Tokayev no necesitó la asistencia de intérpretes simultáneos en sus conversaciones con los dirigentes chinos porque, en los años setenta, estudió chino, durante su licenciatura en el Instituto Estatal de Relaciones Internacionales de Moscú (MGIMO).

Posteriormente, Tokayev realizó cursos de formación en la embajada soviética en China, trabajó en el Ministerio de Asuntos Exteriores ruso, continuó, en 1983, con su formación lingüística en el Instituto de Idiomas de Pekín y fue destinado a la embajada soviética en Pekín, desde donde fue ascendiendo a puestos de mayor responsabilidad en la estructura diplomática de la URSS, antes de la independencia de Kazajistán.

A Blinken, a Sullivan y a Nuland les queda todavía camino por recorrer en Asia Central para ser aceptados como interlocutores respetables por los gobiernos de aquella región y poder, entonces, ejercer algo de influencia sobre cualquiera de ellos.