NB: Una versión distinta de este artículo fue publicada, anteriormente, en El Economista, con un título diferente.
El plan de China, diseñado en 2010, para incrementar sustancialmente su influencia en el Próximo Oriente se está cumpliendo más allá de sus expectativas iniciales.
Los intereses estratégicos que Pekín quiere alcanzar en esa región del mundo son seis.
En primer lugar, China quiere adquirir recursos estratégicos y conquistar mercados críticos para poder sostener su crecimiento económico.
El acceso ininterrumpido de China a las materias primas energéticas del Levante es central para el cumplimiento de este objetivo.
Sin embargo, para Pekín, ganar mercados importantes para la exportación de bienes y de servicios chinos es tan importante, o más, como lo anterior.
Asimismo, China aspira a fomentar su influencia en esa región con el propósito de suscitar el apoyo de sus naciones en un momento en el que se está consolidando un mundo de multipolaridad creciente.
Pekín es consciente de que el estrechamiento de sus relaciones con la Liga Árabe, con Irán, con Turquía o con Israel, por citar algunas de su interés prioritario, será decisivo en el futuro.
De ellas dependen el mantenimiento y el crecimiento, aún más, si cabe, de la ascendencia de la política exterior china dentro de organizaciones o de agrupaciones internacionales destacadas.
Este es el caso, de forma especial, de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), el de los países que forman los BRICS + (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, más Arabia Saudí, Argentina, Egipto, Emiratos Árabes Unidos, Etiopía e Irán), el de los países del G20 o el de la Organización Mundial de Comercio (OMC).
De forma complementaria, China busca reforzar, indirectamente, su estabilidad interna a través de la identificación, en primer lugar, y de la movilización, posterior, de países importantes del Próximo Oriente, que estén dispuestos a defender las políticas domésticas de la República Popular de China.
China, por otra parte, se está convirtiendo en el líder informal del llamado sur global dentro de las grandes organizaciones que conforman la arquitectura de la gobernanza mundial actual.
Pekín está actuando como el defensor de muchas de las causas de los países en vías de desarrollo y sabe que, en ese rol, puede despertar muchas simpatías entre países del Próximo Oriente.
El gobierno chino tiene, cómo no, la obligación de proteger a los miles de sus ciudadanos que están desplegados en el Próximo Oriente y en el norte de África.
En muchas ocasiones, éstos se encuentran en lugares de alto riesgo, como es el caso de Yemen, de Siria o de Libia.
Del país norteafricano, China tuvo que evacuar a más de 10.000 de sus compatriotas, en el momento de la destrucción de aquel Estado que la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) provocó, cuando ésta decidió acabar, en 2011, con el régimen de Muammar Gaddafi.
Por último, China busca que el fruto de todos estos esfuerzos para hacer avanzar sus intereses nacionales combinados sea que el Próximo Oriente, como otras regiones del mundo, esté de su lado y le apoye, cuando la protección de su integridad territorial y de su soberanía estén en juego.
Este propósito es el más importante de la diplomacia china en el Próximo Oriente, ante el riesgo de una provocación o de una intervención militar en el sudeste del Pacífico por parte de Estados Unidos (EE. UU.).
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