La política exterior de Turquía ante su propio espejo

La política exterior de Turquía, bajo la presidencia de Recep Erdogan, sufre de delirio grandioso o, como se conoce vulgarmente, de complejo de superioridad.

Este fenómeno puede ser causado bien por un mecanismo de defensa para afrontar sentimientos de inferioridad -es decir, un complejo de inferioridad, como defendía, a comienzos del s. XX, la escuela de la psicología individual-, que empuja a inflar el sentido propio de la importancia, o bien por albergar una autoimagen de supremacía, con sentimientos de superioridad y de alta autoestima reales, como argumentaban psicólogos posteriores a dicha escuela.

La presencia turca en la península de Anatolia se remonta, aproximadamente, a mil años atrás, Turquía es un país que se encuentra en un territorio estratégico y de encrucijada entre Europa y el Próximo Oriente -según el gobierno turco, “Turquía es el país asiático más europeo y el país europeo más asiático”, afirmación harto discutible y, de nuevo, reflejo de una percepción de sí misma muy exagerada- y, aún hoy, mistifica su historia al conectar los éxitos de los soldados de origen turco que combatieron en el Creciente Fértil iraquí -gracias a la ventaja competitiva de sus unidades de caballería ligera, dotadas de lanzas, de arcos y de flechas- con el uso decisivo, según el gobierno turco, de los vehículos aéreos no tripulados (VANT) o drones Bayraktar TB2, fabricados por la empresa del yerno del presidente Erdogan, en Etiopía, en Irak, en Libia o en Siria.

Sin embargo, el rendimiento decepcionante de los Bayraktar TB2 utilizados por el ejército ucraniano frente a los sistemas de defensa antiaérea de las Fuerzas Armadas de la Federación Rusa, desde febrero de 2022, han acabado no sólo con la continuidad histórica gloriosa de ese relato turco, sino que, desde un punto de vista comercial, la propuesta de valor de los VANT turcos ante el mercado ha quedado seriamente dañada.

El mundo presente está caracterizado, desde Ankara, por la tendencia imparable hacia la multipolaridad, de naturaleza inestable, volátil e incierta, cuyas organizaciones globales no están funcionando eficientemente, en el que los centros de poder políticos y económicos están mutando y en el que la globalización no está cumpliendo con las expectativas que había generado.

En ese contexto, Turquía cree que su influencia llega “desde el Mar Adriático hasta la muralla china -el gobierno turco ha mostrado interés por los problemas de la población uigur en China, dado que su idioma pertenece al grupo túrquico- y desde Siberia, al norte, hasta Asia Central y el Próximo Oriente”.

No son ambiciones modestas.

Asimismo, Turquía está persuadida de que la mayoría de los problemas actuales del mundo tienen lugar, literalmente, a su alrededor y en su vecindad más inmediata, lo que obliga a su gobierno a “permanecer alerta y vigilante”.

En definitiva, ésta es una visión de Turquía como centro del mundo.

El decálogo oficial de las prioridades de la política exterior turca son, en su propia formulación, la ayuda humanitaria y la promoción económica, construir puentes a lo largo y ancho del Próximo Oriente, una paz sostenible, una diplomacia activa, la cooperación bilateral con otras naciones y la construcción de lazos regionales, el compromiso con la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), aunque Turquía mantenga, todavía, su presupuesto de defensa por debajo del 2% de su Producto Interior Bruto (PIB) -umbral mínimo al que están obligados a alcanzar todos los países de la Alianza Atlántica-, una participación activa en los organismos multilaterales de los que es miembro, el alcance de su red diplomática -la quinta más densa del mundo-, el impulso de la ayuda cultural, educativa y de respuesta ante emergencias más allá de sus fronteras y convertir el aeropuerto de Estambul -el tercero más grande del mundo- en un nodo de conexión para la aviación comercial entre continentes.

Mencionado todo lo cual, en realidad, las prioridades de la política exterior de Turquía del momento presente son dos.

Una, la lucha antiterrorista contra el Estado Islámico (EI), en Siria y en Irak, pero, sobre todo, contra la población kurda que se agrupa en torno al Partido de los Trabajadores de Kurdistán –Partiya Karkerên Kurdistan (PKK), en kurdo-, “vamos a por el PKK”, afirma el gobierno turco, “y a liquidar su infraestructura en el norte de Irak”, y, también, a las llamadas Unidades del Protección del Pueblo –Yekîneyên Parastina Gel (YPG), en kurdo-, creadas por el PKK en Siria, a quienes Turquía y Qatar califican de organización terrorista.

No obstante, nada de todo lo anterior puede esconder la realidad de que la prioridad más importante de la política exterior actual de Turquía es reelegir a Recep Erdogan como presidente de Turquía.

Para ello, el gobierno turco quiere expulsar del país a los 3 millones de sirios que se encuentran refugiados en su territorio, desde que comenzó la guerra civil en Siria, en 2011, como reclaman, de acuerdo con las encuestas, el 80% de los turcos.

El propósito electoral es que los 50 millardos de dólares dedicados por el presupuesto nacional turco a la ayuda a los refugiados sean redirigidos a mejorar la economía doméstica turca y evitar, así, que Erdogan pueda ser derrotado electoralmente en junio de 2023.

En estos momentos, a eso se reducen las grandes formulaciones y ambiciones exteriores de Turquía.