NB: Este artículo fue publicado anteriormente en El Economista.
La primera vez que la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) abordó la adhesión de Ucrania a la Alianza fue en 2008.
Más de quince años después la OTAN acordó crear un fondo de $40 millardos para financiar la provisión de ayuda y de armamento letal a Ucrania, durante la Cumbre de su 75º aniversario que se celebró en Washington, D.C., en julio de 2024.
La decisión fue propiciada por el equipo de política exterior de Biden como fórmula para anudar Estados Unidos (EE. UU.) al proyecto Ucrania antes de la victoria de Donald Trump en las elecciones presidenciales de noviembre de 2024.
Ese fue también el sentido con el que el Congreso de EE. UU. aprobó el paquete último de apoyo a Ucrania de $60 millardos en abril de 2024.
Zelensky regresó a Washington a finales de septiembre de 2024 para presentar su llamado “plan de la victoria”.
El programa exigía a EE. UU. más armas y dinero, el permiso para atacar la retaguardia de Rusia, la incorporación inmediata a la OTAN para activar a continuación el artículo 5 del tratado de la organización por el que sus socios acudirían en defensa de Kiev y la recuperación de las fronteras de 1991.
Aquél no era más que el plan de supervivencia política de Zelensky.
El intento burdo de Zelensky para arrastrar a EE. UU. y a la OTAN a una guerra contra Rusia, que sería mundial y, probablemente, nuclear, fracasó estrepitosamente.
Asimismo, la ratificación de aquella iniciativa de la OTAN de julio de 2024 no ha tenido ningún efecto concreto sobre el campo de batalla en Ucrania tres meses después de su adopción, dado que las tropas ucranianas están siendo avasalladas por las rusas.
La política de Trump sobre Ucrania en el futuro no estará condicionada por dicha resolución de la Alianza, ya que puede declararla nula al llegar a la Casa Blanca en enero de 2025.
La propuesta de la campaña electoral de Trump al respecto ha conectado con el sentimiento extendido entre los estadounidenses de no querer luchar una guerra contra Rusia por Ucrania.
A Putin no le impresionó aquella idea de la Cumbre OTAN 75, aunque le ha dado la razón.
El presidente ruso venía diciendo, desde febrero de 2022, que la guerra en Ucrania es una guerra entre Rusia y la OTAN, a través de la cual se está dilucidando por medios violentos el futuro de la seguridad europea y del mundo.
Este enfrentamiento no hubiera estallado si EE. UU. no se hubiera negado a considerar las reclamaciones diplomáticas que Moscú venía haciendo desde 2008.
Zelensky abandonó decepcionado Washington por dos veces porque la ambigüedad de la cumbre de la OTAN y del gobierno de Biden no le dejaron espacio para la esperanza.
Ucrania recibió promesas sobre su incorporación a la Alianza en julio y en septiembre.
Sin embargo, no se le ofreció un camino claro de pasos concretos a dar para alcanzarla dentro de un calendario razonable.
Si la intención de la OTAN fue hacerle entender a Ucrania que su ingreso en la organización se produciría cuando la guerra en Ucrania concluyera, lo que consiguió, en cambio, fue darle estímulos a Putin para no terminarla nunca.
EE. UU. se aproxima a los $35 billones de deuda y la élite que formula su política exterior sigue viviendo en un mundo unipolar fantasioso sin aceptar que los recursos escasean.
Los intereses de EE. UU. en Ucrania son limitados y deberían tener una expresión equivalente en los medios financieros y militares que se ponen a su servicio.
La decisión estadounidense de extender la frontera de la OTAN hasta la linde occidental rusa en Ucrania es absurda y se está convirtiendo en una inversión de retornos menguados.
Europa está paralizada tras la Cumbre OTAN75 y la visita de Zelensky a Washington, lo que le ofrece a Kiev el incentivo de escalar el conflicto bélico en Ucrania para forzar a EE. UU. a que se involucre aún más en la guerra contra Rusia en suelo ucraniano.
Los países bálticos y Polonia exigen el acceso de Ucrania a la OTAN, a pesar de ser un país en guerra, por razones compartidas de carácter histórico, ante las que la Alianza balbucea excusas de todo tipo.
Rusia, mientras tanto, multiplica sus capacidades fabriles militares, que superan con creces a las de Occidente, incluyendo Alemania, Reino Unido o EE. UU.
El mundo vive desde 2021 en el absurdo de que un grupito de iluminados le esté dictando a una gran potencia global, con el mayor arsenal de armas nucleares del planeta, cuáles deben ser las prioridades y los intereses de su política exterior.
Moscú lleva años diciendo alto y claro que la entrada de Ucrania en la OTAN es una amenaza existencial inaceptable para su nación.
Los riesgos de escalada de la guerra en Europa crecen porque algunos líderes occidentales, como el nuevo primer ministro del Reino Unido, no quieren darse por enterados de cuáles son las líneas rojas de Rusia.
Todo ello a pesar de la nitidez con la que Putin las ha trazado y del mensaje que el ministro de Defensa de la Federación de Rusia, Belousov, trasladó a su colega en el Pentágono, Austin, en vísperas de la visita de Zelensky a Washington en septiembre de 2024.
Ucrania se ha convertido en un campo de minas nuclear y en Occidente pervive el empeño de empujar la OTAN hacia la frontera occidental de Rusia sin ninguna consideración a las necesidades de seguridad de Rusia.
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