Golpes militares en Mali

Mali vive, en la actualidad, un golpe militar dentro de un golpe militar.

De hecho, en sólo nueve meses, tuvieron lugar en Mali dos golpes militares, literalmente, uno detrás de otro.

El colofón a este último año en Mali lo ha puesto el ataque que, el martes, 20 de julio de 2021, dos hombres armados, uno de ellos, empuñando un cuchillo, llevaron a cabo contra el presidente interino del país, Assimi Goita, mientras este rezaba, durante las oraciones por el festival islámico de Eid al-Adha -la fiesta árabe del sacrificio-, en la gran mezquita de la capital de Mali, Bamako.

El coronel Goita fue el responsable, precisamente, de los dos golpes militares mencionados anteriormente.

La crisis presente de Mali -que obtuvo su independencia de Francia en 1960, quien, desde entonces, juega en Mali un papel muy influyente- tiene su origen más inmediato en la situación interna que se creó en el país a partir de 2012.

Desde la caída del líder de Libia, el coronel Muamar el Gadafi, en octubre de 2011, el norte de Mali comenzó a recibir un flujo constante de grupos armados terroristas.

De entre estos grupos surgió el Movimiento Nacional de Liberación de Azawad (MNLA), como este mismo denominó el territorio del norte de Mali, y en el que acabó declarando, en abril de 2012, la independencia del llamado Estado de Azawad.

Azawad no obtuvo ningún reconocimiento internacional -ni de la Unión Africana, ni de Francia, ni de Estados Unidos (EE. UU.)- y tuvo una existencia formal breve ya que, en junio de 2013, se firmó un acuerdo de paz y de integridad territorial para Mali entre su gobierno legítimo y el MNLA.

No obstante, la influencia de los grupos terroristas armados islamistas, que habían poblado el norte del país desde 2011, aumentó progresivamente en todo Mali ya que, además de reforzar sus posiciones en la zona septentrional del país, comenzaron, también, a mover a sus militantes hacia el sur.

Mali es una nación en la que la Unión Europea (UE) ha buscado involucrarse en profundidad.

Las razones de este interés estratégico de la UE en Mali tienen que ver con la necesidad de aquella de protegerse de la amenaza explosiva que representan los que, dentro de la UE, se denominan los “tres comercios”, es decir, la migración de personas, el tráfico de armas y el transporte de drogas.

Estos “tres comercios” se desarrollan en Mali, como en otros de los países que forman parte del Sahel -territorio al sur del desierto del Sahara, de 5.400 km. de largo, de oeste a este, y de 500 km. de ancho, de norte a sur, y que separa el África blanca, árabe y bereber del África negra-, y a los que la UE quiere impedir que cumplan con el objetivo que persiguen de alcanzar los muy lucrativos mercados de Europa.

Mali es un país que cuenta con una población muy joven, cuya edad media es de 15,8 años.

Mali tiene, además, unas diferencias sociodemográficas y étnicas enormes y sufre de la dificultad de poder definir una identidad nacional propia, dado lo diverso que Mali es en el número de las etnias que habitan y de las lenguas que se hablan en su territorio.

A título indicativo de la complejidad de ese mosaico de tribus, bastaría señalar que en Mali viven trece grupos étnicos –Bambara, Senoufo, Songhay, Fula, Malinké, Soninké, Dogon, Moor, Touareg, Bozo, Bomu, Toucouleur y Khasonké-, entre los cuales, el mayor, los Bambara, sólo representan al 25% de la población del país y, de los diez últimos de la anterior lista, ninguno, más del 9%, y varios de ellos, sólo un 1% o un 2%.

Mali, en su zona central, especialmente, está recorrido por luchas étnicas y tribales, sufre una competencia feroz por recursos -valiosos y deseados, como son el oro o el petróleo, y que están sin explotar, todavía- y está siendo usada por grupos terroristas diversos como base para expandir su influencia en toda su geografía, específicamente, y en toda la región del Sahel, en general.

Además, existe un sentimiento de división grande y profunda entre el sur -territorio que experimenta temperaturas muy calurosas y en el que habitan los Touareg, que son bereberes nómadas- y el norte, que posee una identidad árabe muy marcada.

De hecho, los pobladores del norte de Mali se sienten frustrados, marginados y alienados de la organización y de la dirección del Estado y de la gestión de los asuntos de gobierno.

En el norte de Mali, se da una ausencia generalizada de servicios de educación y de salud para los habitantes locales y existe un apoyo amplio de los más jóvenes hacia los grupos rebeldes terroristas islámicos, que, en amplias zonas del norte, se han hecho con el control del territorio.

60 años después de haber obtenido su independencia como nación, las identidades locales en Mali están fuertemente arraigadas y existe una ausencia de interés para integrar efectivamente el Mali septentrional en el Estado de Mali.

Esa fragilidad del norte de Mali, que genera tanto conflicto y rivalidad tribales, se está permeando peligrosamente, en la actualidad, hacia el centro y el sur del país.

La realidad es que Mali, desde su independencia, ha sufrido una historia salpicada de golpes de Estado y, por lo tanto, ausente de transiciones pacíficas del poder político suficientemente repetidas, rutinarias y aceptadas por todos como parte del funcionamiento normal de su sistema político.

Sólo en una ocasión, desde 1960 -cuando Modibo Keita fue nombrado primer presidente del Mali independiente y, también, su primer ministro-, el país ha podido disfrutar de un traspaso pacífico de poder de un gobernante a otro, tras unas elecciones democráticas.

Así, de hecho, ocurrió en 2002, con la llegada al gobierno de Amadou Toumaní Touré, a quien su predecesor, desde 1992, Alpha Oumar Konaré, le hizo entrega del poder de forma pacífica.

Esta trayectoria de golpes de Estado se ha reproducido y se ha perfeccionado en los últimos nueve meses en los que Mali ha experimentado dos golpes de Estado consecutivos.

En agosto de 2020, el presidente del país y primer ministro, Ibrahim Boubacar Keita, elegido en 2013, fue derrocado y detenido por un grupo de militares liderado por el coronel Assimi Goita, quien entregó el poder a otro oficial del ejército de Mali, Bah N’Daw.

Por su parte, N’Daw solamente ejerció esas funciones hasta que, en el pasado mes de mayo, fue derrocado, de nuevo, por el coronel Goita.

El movimiento político M5 Movimiento-Asamblea de las Fuerzas Patrióticas de Mali (M5-RFP) apoyó, junto a líderes religiosos locales, estos dos golpes de Estado consecutivos y ha exigido la salida de las tropas francesas -representativas del anterior poder colonial- de Mali porque ya no consideran que estas sean necesarias para hacer frente y mantener a raya a los grupos terroristas yihadistas establecidos en el país.

A pesar de los llamamientos y de las sanciones económicas de la comunidad internacional en favor de la restauración de un gobierno civil en Mali, sus Fuerzas Armadas están intentando consolidar su propia base de poder político en el país al poner en manos de muchos de sus jefes y de sus oficiales poderes amplios en las áreas ejecutivas, legislativas y administrativas del Estado de Mali.

El golpe militar de mayo de 2021, el quinto en la historia de Mali desde su independencia, podría haber sido el comienzo de la normalización de los golpes de Estado en el país y el inicio de un nueva era en la que estos golpes de Estado acaben siendo aceptados como el instrumento natural para gestionar el traspaso de poder en un Estado que ha fracasado, hasta ahora, en la construcción de un sentimiento colectivo de pertenencia a una única nación para etnias y grupos tan diversos.

La situación política actual en Mali es un mal presagio para la “La Estrategia de la Unión Europea para el Sahel”, de junio de 2011, y para toda la inversión y todos los esfuerzos que la UE ha realizado durante una década para crear institucionalidad en los países del Sahel e intentar, así, frenar el flujo de personas, de terroristas islámicos, de armas y de drogas hacia Europa a través del desierto del Sahara.