NB: Este artículo fue publicado anteriormente en El Economista.
El Grupo de los Siete (G7) celebró su Cumbre número 50 en Apulia, Italia, en junio de 2024.
Los países miembros del G7 -Alemania, Canadá, Estados Unidos (EE. UU.), Francia, Japón y el Reino Unido, además del anfitrión- estuvieron representados por la clase más débil de dirigentes de su historia desde que este Grupo se reunió por primera vez en 1975.
La familia de Joe Biden sabe que éste sufre demencia senil desde 2019 y, a pesar de ello, permitió que se presentara a las elecciones de 2020.
Desde entonces, el presidente en ejercicio de EE. UU. es Barack Obama entre bambalinas.
El pueblo americano se ha despertado abruptamente a esta realidad tras visionar en televisión el debate-trampa de Biden con Donald Trump, en junio de 2024, al que aquél fue empujado por los que mueven los hilos del poder del Partido Demócrata para impedir que concurriera a las elecciones de 2024 y adelantar el final de su carrera.
La crisis constitucional a la que se enfrenta el país es monumental.
El resto de los presentes en Italia, con alguna excepción, ha experimentado cómo sus niveles de popularidad han caído a los niveles más bajos que se recuerdan y el representante del Reino Unido ha dejado de ser el primer ministro de su país.
Una élite separada de los ciudadanos de Occidente advierte que la democracia está en peligro y, con ello, muestra su justificación para cumplir con la ambición perversa de tener que acabar con la democracia para defenderla y con cualquiera que se cruce en su camino, ya sea Fico, Trump u Orbán.
Asimismo, esta reunión ha puesto de manifiesto que la era de la hegemonía mundial del G7 terminó, ya que la relevancia de las decisiones del G7 en el mundo empieza a estar en entredicho.
Los países del G7 sumaban el 70% del Producto Interior Bruto (PIB) del planeta hace 50 años, mientras que hoy sólo acumulan el 40%.
Los PIB en paridad de poder adquisitivo más grandes son, de acuerdo con el Banco Mundial, los de China, EE. UU., India y Rusia, por este orden, y tres de estos cuatro no están presentes en las reuniones del G7.
El empeño de los miembros del G7 de seguir manteniendo su hegemonía global en un mundo en estas condiciones y dentro de un contexto de creciente de multipolaridad se asemeja al castigo que los dioses impusieron a Sísifo.
Este encuentro ha servido, según el gobierno de Rusia, para evidenciar la voluntad de los países occidentales de escalar su enfrentamiento con Moscú y con Pekín y de estar dispuestos a pagar el precio que sea necesario para ello.
El gobierno ruso destaca dos conclusiones de la convención del G7 en Apulia.
En primer lugar, el G7 acordó confiscar activos rusos congelados en Occidente, junto con los intereses que éstos generan, para estructurar con éstos un bono de $50 a $100 millardos que continue financiando la guerra de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) contra Rusia, a través de su apoderado, el gobierno de Kiev.
María Zakharova, portavoz del ministerio de Asuntos Exteriores de la Federación de Rusia, comentó que el G7 debería cambiar el significado de su acrónimo por el de “Gangsters 7” al conocer esta decisión.
Rusia observa con perplejidad que el gobierno de EE. UU. siga arrojando fondos al agujero negro en el que se ha convertido el gobierno de Kiev, a sabiendas de que la victoria en Ucrania es imposible y de que la “derrota estratégica” que se quería infligir a Rusia no sucederá.
Por otra parte, Moscú cree que la reunión del G7 ha servido para otorgarle a China la categoría nueva de enemigo, después de años en los que EE. UU. la ha considerado como un socio crítico y difícil, pero, socio, al fin y al cabo, con el que aspiraba a competir por el liderazgo económico y comercial en el mundo.
Los planes de Occidente hacia China contemplan el incremento del conflicto con Pekín, si Rusia fuera derrotada, a pesar de la interdependencia económica profunda que existe con la economía y las compañías chinas, especialmente, dentro de la Unión Europea.
Moscú está persuadido de que Occidente está listo para una escalada en la confrontación con Rusia y con China y que, para ello, está dispuesto a correr el riesgo de atacar el territorio de la Rusia anterior a febrero de 2022 en la creencia enloquecida de que Rusia no responderá.
El balance de la Cumbre del G7 que se ha hecho en China es también crítico.
Pekín entiende que esa cumbre ha sido un desastre para la humanidad porque empuja al mundo hacia una guerra que puede tener consecuencias devastadoras.
China piensa que los actuales dirigentes del G7 carecen de habilidades de liderazgo porque diseñan políticas que no se pueden adoptar ni en sus países respectivos y están aislados de un mundo que es multipolar de manera creciente y sobre el que no ejercen ninguna autoridad moral para dirigirlo.
El gobierno de China está convencido de que EE. UU. empuja al G7 a provocarlo para que intervenga en Taiwán, territorio que se ha convertido en el polvorín del mundo del siglo XXI, y quiere colocar cuñas entre Moscú y Pekín o Nueva Delhi, respectivamente.
El mundo se adentra en uno de los períodos más peligrosos desde el final de la II Guerra Mundial.
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