Turquía redescubrió Asia Central tras la desaparición de la Unión Soviética en 1991 y ha buscado, desde entonces, ejercer su influencia en aquella región.
Durante estos últimos treinta años, Turquía ha realizado, sin duda, un esfuerzo especial de diplomacia en esa zona.
De hecho, Turquía fue uno de los primeros países en reconocer a las nuevas repúblicas de Asia Central tras su independencia de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), especialmente, las de vinculación Turk -es decir, las de origen en los antiguos pueblos que hablaban alguna de las lenguas turcas en Asia Central-, es decir, Kazajistán, Kirguistán, Turkmenistán y Uzbekistán.
Desde entonces, Turquía ha invertido en la educación de sus poblaciones, abrió inmediatamente embajadas en sus capitales respectivas, algunas de ellas, verdaderamente, sorprendentes, por su tamaño, a los ojos del visitante occidental, formó a promociones de sus diplomáticos, quienes, previamente, hasta el colapso de la Unión Soviética, habían sido entrenados en Moscú, y lanzó sus programas de poder blando para invitar, cada año, a más de 20.000 jóvenes de esas repúblicas para que visitaran Turquía y desarrollaran afinidades culturales y políticas con ella en la esperanza de que esa inversión tuviera un retorno político cuando esos jóvenes alcanzaran puestos de liderazgo en sus países de origen respectivos.
Asia Central ha sido una ventana de oportunidad de influencia geopolítica para Turquía, con sus riesgos y con sus expectativas, aunque el balance de su empeño, desde 1992, sólo sea positivo en un 50%.
Inicialmente, muchas de aquellas nuevas repúblicas de orígenes turcos en Asia Central vieron en Turquía a un “nuevo hermano”, que les ofrecía innumerables incentivos para su tan deseado desarrollo económico.
La propuesta de valor de Turquía a Asia Central incluyó, entre otros proyectos, la incorporación, sin éxito, por extemporánea, sin duda, a la Organización de Cooperación Económica del Mar Negro –Black Sea Economic Cooperation (BSEC), en inglés-, surgida como una iniciativa política y económica multilateral, tras la firma de la Declaración de la Cumbre de Estambul y de la Declaración del Bósforo por parte de los Jefes de Estado y de Gobierno de los países ribereños del Mar Negro, el 25 de junio de 1992.
Turquía, también, propició, en este caso, con más éxito, la vinculación de las repúblicas de Asia Central a la Organización de Estados de lengua turca –Organization of Turkic States, en inglés, que fue creada en 2009 bajo el nombre de Consejo de Cooperación de los Estados de Habla Turca, Consejo Turco-, una organización intergubernamental cuyo objetivo es el de promover la cooperación global entre Estados con vínculos históricos lingüísticos turcos y de la que Kazajistán y Kirguistán son miembros fundadores, a la que Uzbekistán se incorporó como miembro de pleno derecho, durante su 7ª Cumbre, celebrada en Bakú, en octubre de 2019, y a la que Turkmenistán se sumó como miembro observador, en la 8ª Cumbre, celebrada en noviembre de 2021.
Conviene subrayar que esta última organización está centrada, exclusivamente, en la cooperación política y cultural entre sus estados miembros, mientras que no tiene ningún mandato, ni ninguna responsabilidad sobre asuntos de seguridad o de defensa.
La estrategia de Turquía hacia las repúblicas de Asia Central, durante los últimos treinta años, ha intentado, lentamente y mediante la utilización de un perfil bajo, atraerlas hacia organizaciones en las que Turquía desempeña un papel de liderazgo.
Es un hecho que Turquía, gracias a este trabajo, ha mejorado sus relaciones con los países de Asia Central, cuando, irónicamente, su política exterior hacia los países, más cercanos, del Próximo Oriente se ha deteriorado sustancialmente, especialmente, después del desencadenamiento, en 2011, de la llamada primavera árabe.
Al final, después de años de trabajo en Asia Central, Turquía ha acabado por reconocerse a sí misma que la potencia que reparte juego en Asia Central es Rusia y que Turquía debe aceptar su rol como contribuyente menor a los asuntos de esa región.
La prueba de esta introspección turca es que la política exterior y de seguridad de Turquía hacia Rusia está siendo, en los últimos tiempos, mucho más cuidadosa y respetuosa.
Rusia y China -ésta, con su Belt Road Initiative (BRI), en inglés, o nueva ruta de la seda– son los protagonistas grandes, poderosos y más importantes en Asia Central, donde Turquía sólo puede aspirar a ser un jugador de un nivel inferior al de estos dos.
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