NB: Este artículo es una versión distinta de la que fue publicada anteriormente en El Economista.
El establecimiento de relaciones diplomáticas con países árabes o musulmanes es una prioridad estratégica para Israel.
Lo fue en 1979 y en 1994, al firmar con Egipto y con Jordania, respectivamente, los dos primeros tratados de paz con naciones árabes.
Volvió a serlo en 2020, al suscribir, bajo el patrocinio de Estados Unidos (EE. UU.), en dos rondas sucesivas, los Acuerdos Abraham (AA) con Bahréin y con los Emiratos Árabes Unidos (EAU), en primera instancia, y con Marruecos y con Sudán, en segundo lugar.
Israel estaba manteniendo conversaciones muy avanzadas con otros ocho países árabes o musulmanes, entre ellos el Reino de Arabia Saudí (RAS), para continuar el proceso de normalización de sus relaciones exteriores, cuando, el 7 de octubre de 2023, el grupo terrorista Hamas atacó el sur y el centro de Israel.
Las negociaciones con el RAS estaban finalizadas prácticamente y Washington, Riad y Jerusalén planeaban firmar su versión de los AA en el primer trimestre de 2024.
La agresión de Hamas buscaba sabotear el reconocimiento mutuo que Israel y el RAS llevaban preparando durante años de forma muy discreta.
La guerra en Gaza no permite formalizar ahora ese AA nuevo, pero éste sigue estando en la agenda de saudíes y de israelíes para ser abordado cuando concurran las condiciones necesarias que permitan cerrarlo.
Este AA tiene como norte la paz y la prosperidad, quiere ser transformacional para el Oriente Próximo, dada la importancia geoestratégica y económica del Reino de los Saud dentro de la región, y ambiciona provocar un realineamiento estratégico novedoso de fuerzas y oportunidades económicas para todos los países de la región.
Los condicionantes actuales para poder continuar ese proceso son dos.
En primer lugar, Israel continuará su operación militar en Gaza hasta la conclusión de su misión -eliminar cualquier fuerza en el interior de la Franja que pueda amenazar o hacer daño a la población israelí en el futuro-, que podría lograrse a finales de 2024.
Asimismo, el gobierno actual de EE. UU. desearía retomar las negociaciones para hacer posible un AA entre saudíes e israelíes, antes de que pierda el interés en este asunto por culpa de las elecciones presidenciales estadounidenses de noviembre.
Es difícil, por lo tanto, imaginar, en estos momentos, cuándo se podría abrir una ventana de oportunidad para un llegar acuerdo a la vista de calendarios de prioridades tan dispares de unos y otros.
El precio que debe pagar Israel por un AA con Arabia Saudí se ha incrementado.
Israel espera obtener legitimidad política en la región con este AA y continuar y profundizar la relación de seguridad que ya mantiene con el RAS, como se puso de manifiesto en la colaboración prestada por los saudíes para hacer frente al ataque iraní contra Israel del pasado mes de abril.
EE. UU. quiere utilizar este AA para restaurar su estatus de gran potencia en el Oriente Próximo, al mediar para que el RAS firme la normalización con Israel y usarla como contrapeso al éxito diplomático espectacular que China consiguió en 2023 como árbitro del entendimiento entre Teherán y Riad.
EE. UU. es consciente que, desde la presidencia de Obama, es visto dentro del Oriente Próximo como un jugador debilitado, lo que induce, por ejemplo, a que Egipto esté coqueteando con Irán en estos momentos.
La monarquía saudí debe mostrar a su opinión pública que está alineada con sus sentimientos sobre el conflicto en Gaza y debe involucrarse más con la causa palestina.
Esta tarea no es fácil porque, para los palestinos, el RAS, después de EAU, son las dos monarquías menos queridas y el 95% de los ciudadanos de las monarquías del Golfo y de los países árabes de Oriente Próximo están en contra de la normalización entre los saudíes y los israelíes, en particular, y del modelo de los AA, en general.
La posición saudí se ha modificado.
Riad ha pasado de requerirle a Israel promesas para abordar el asunto palestino a exigir al gobierno israelí el reconocimiento del Estado palestino.
Asimismo, el RAS quiere obtener dividendos de Washington por materializar esta normalización con Israel, en capital e inversiones, y el príncipe heredero saudí, Mohammed bin Salman (MBS), no quiere una normalización sin más, en el vacío, que no venga acompañada de juguetes estadounidenses, ya sean económicos o militares.
Por último, el RAS quiere que Israel acepte que se rompa el tabú del desarrollo de las capacidades saudíes para enriquecer uranio con el apoyo de EE. UU.
Riad tiene ahora el tiempo de su lado y se tomará todo el que sea necesario para avanzar lenta y gradualmente en un proceso de normalización por el que no quiere asumir ningún riesgo.
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