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EE. UU. busca una guerra contra China por Taiwán

EE. UU. busca una guerra contra China por Taiwán
Jorge Cachinero el

NB: Una versión distinta de este artículo fue publicada anteriormente en El Economista.

El Economista, 29 de mayo de 2023, p. 29.

Las probabilidades de que estalle una guerra entre Estados Unidos (EE. UU.) y China en torno a Taiwán crecen rápidamente.

La razón que está espoleando esta confrontación por venir es la decisión estadounidense de socavar la política de “Una China, establecida hace décadas, gracias a la cual EE. UU. aceptó que sólo existe una China y que Taiwán forma parte de ella.

Al final de la II Guerra Mundial, se desató en China una guerra civil entre los comunistas, liderados por Mao Tse-Tung, y los nacionalistas o Kuomintang, dirigidos por Chiang Kai-shek.

En 1950, EE. UU. intervino militarmente para suspender ese enfrentamiento fratricida con el propósito de evitar que la guerra recién iniciada en Corea se extendiera por Asia.

Al congelar ese conflicto, EE. UU. impidió que la China continental, controlada por los comunistas, atacara Taipei, en la isla de Taiwán, en dónde se refugió el Kuomintang, y paralizó cualquier intento de Chiang Kai-shek de atacar a la China comunista en el continente asiático.

Desde 1970 hasta 1982, EE. UU. trabajó en diseñar una solución que sirviera de marco para gestionar esa situación endiablada.

En 1971, Henry Kissinger, secretario de Estado de EE. UU., viajó, de forma secreta, a China y el presidente Nixon hizo lo propio, de forma oficial, en febrero de 1972.

Zhou Enlai (i), Ricard Nixon (d), Pekín, 28 de febrero de 1972.

Como resultado de la visita presidencial, ambas partes firmaron un comunicado en el que la parte estadounidense:

  • reconocía quetodos los chinos a ambos lados del estrecho de Taiwán sostienen que sólo hay una China y que Taiwán es parte de China”,
  • reafirmaba su interés en que se encontrara “una solución pacífica de la cuestión de Taiwán por los propios chinos y, con esta perspectiva en mente,
  • afirmaba que el objetivo último de EE. UU. erala retirada de todas las fuerzas e instalaciones militares estadounidenses de Taiwán.

Posteriormente, en 1979, EE. UU., durante la presidencia de Jimmy Carter, y la República Popular de China de Mao Tse-Tung normalizaron sus relaciones diplomáticas, a expensas de las que los estadounidenses mantenían con los nacionalistas chinos de Taipei.

Finalmente, en 1982, la presidencia estadounidense de Ronald Reagan y el régimen de Pekín acordaron que EE. UU. dejaría de vender armas a Taiwán y que no interferiría entre las dos partes chinas en la resolución pacífica de su conflicto civil.

En definitiva, EE. UU. aceptaba que, de la finalización de dicho enfrentamiento, se derivaría la reunificación de China.

Zhao Ziyang (i), Ronald Reagan (d), Pekín, abril de 1984.

En la actualidad, todos los elementos de ese marco relacional entre EE. UU. y China han desaparecido.

Washington trata a Taiwán como si fuera un Estado independiente de China.

Para que no quedara ninguna duda de lo anterior, EE. UU. construyó un edificio de representación de sus intereses en Taipei, que costó $300 millones y que está protegido por una guardia de marines, que lo hace indistinguible de cualquier otra embajada estadounidense a lo largo y ancho del mundo.

Washington acordó desentenderse de la defensa de Taiwán y suministrarle las armas imprescindibles para que ésta pudiera hacerlo por sí misma.

Sin embargo, Biden ha declarado, en cuatro ocasiones distintas, que EE. UU. defenderá a Taiwán.

Por último, EE. UU. acordó con China que no iba a contar con instalaciones militares en Taiwán.

No obstante, ha rodeado la isla con un cable de detonación compuesto de fuerzas y de activos militares que, en la práctica, desmiente aquella promesa.

En resumen, China se siente traicionada por EE. UU., al comprobar que, en la práctica, Washington ha construido una política exterior hacia Pekín basada integralmente en la disuasión militar, lo que ha generado un dilema de seguridad entre las dos potencias.

La situación actual no permite a EE. UU. albergar razones para el optimismo.

Todo lo que EE. UU. hace en relación con Taiwán y con China es visto por ésta como amenazas a las que China responderá de forma decisiva.

No en balde, Pekín está gastando en defensa, en términos de paridad de poder adquisitivo, lo mismo que Washington y su capacidad industrial es equivalente a la de EE. UU., la de la Unión Europea (UE) y la de Japón combinadas.

EE. UU. no debería olvidar, por otra parte, que los niveles de gasto en defensa no se compadecen necesariamente con la capacidad y con la voluntad para el combate, como Afganistán, Iraq o Ucrania han demostrado.

China ha aprendido del conflicto en Ucrania la lección de que, teniendo una capacidad nuclear masiva, una potencia puede pelear una guerra convencional contra otro poder nuclear.

Por ello, China está actualizando y desarrollando a toda velocidad su arsenal nuclear para prepararse para una guerra convencional contra EE. UU. por Taiwán, que China no quiere librar.

La similitud entre el enfrentamiento en marcha en Ucrania y entre el que pudiera estallar en Taiwán es que ambas son esferas de influencia de un tercero.

Taiwán lo es de EE. UU., que así la quiere conservar, mientras que China quiere que deje de serlo porque considera a la isla territorio nacional propio.

Ucrania no era parte de la esfera de influencia de EE. UU., ni, por extensión, de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), pero los estadounidenses querían incluirla en el suyo propio, mientras que Rusia está luchando por impedirlo.

El choque de trenes es inminente.

Xi Jinping.

Xi Jinping no se pone al teléfono con Biden y China le ha dejado claro a Blinken que no se le espera por Pekín.

La Banda de los Cuatro estadounidense -Biden, Blinken, Sullivan y Nuland-, arrogante, incompetente, adolescente y malvada, ha despreciado la práctica de la diplomacia para abordar los problemas del mundo.

El resultado está siendo devastador.

 

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