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Guerra civil en Yemen (1/2): raíces del conflicto

Guerra civil en Yemen (1/2): raíces del conflicto
Badreddin al-Houthi
Jorge Cachinero el

La guerra civil en Yemen, iniciada en 2011, tiene dimensión regional e internacional, a la vez, y es un asunto tan complejo que el empeño de comprenderla es casi una misión imposible.

De hecho, los elementos más importantes de esta crisis provienen de lealtades que son, en algunos casos, ajenas al marco y a los sesgos mentales de los observadores alejados de la geografía, de la historia y de la cultura de la Península Arábiga.

En realidad, se trata de filiaciones, que, en orden de importancia, son tribales, locales, de confesión religiosa y, en último lugar, de pertenencia a partidos políticos.

Tres factores definen la realidad presente de Yemen.

En primer lugar, Yemen es el país árabe más pobre del mundo.

En su Informe sobre Desarrollo Humano de 2020, el Programa de Desarrollo de las Naciones Unidas (UNDP, por sus siglas en inglés) sitúa a Yemen en la categoría de desarrollo humano bajo dado que se encuentra en el puesto 179 de las 189 naciones clasificadas por UNDP y, aunque la expectativa media de vida de la población yemení creció, entre 1990 y 2019, en 8,8 años, su Renta Nacional Bruta (RNB) per cápita descendió un 46,1% en ese mismo período de tiempo.

La población de Yemen que, en la actualidad, vive en la pobreza es superior al 40% y, si se define pobreza como la disponibilidad de menos de 3,10 dólares al día, esta cifra se acerca al 75%.

Las predicciones de UNDP son que, para el año 2022, el 65% de la población se encontrará en situación de pobreza extrema, es decir, que tendrá que sobrevivir con menos de 1,90 dólares al día.

Por otra parte, no debería sorprender que, en esas condiciones, los índices de analfabetismo se encontraran en torno del 40% de la población en 2009.

Además, la escasez de agua limpia y potable aumenta las dificultades básicas que sufre la población yemení.

Por último, la corrupción es un fenómeno extendido en el país y que afecta directamente a los dos factores anteriores porque, como se señalará en la segunda entrega próxima de este artículo, aquella ha estado dificultando el esfuerzo que la comunidad internacional ha realizado para paliar las carencias materiales de los yemeníes durante los últimos años.

La sociedad yemení se agrupa en torno a dos denominaciones religiosas principales.

Por una parte, la Shafi’i -una de las cuatro más grandes y principales escuelas tradicionales del islam de obediencia sunní-, que es la mayoritaria en el país, dado que es seguida por el 70% de la población.

Por otro lado, la Zaidi -la rama más antigua y la segunda más grande de las de lealtad shi’a-, y que es seguida por el 30% restante de los yemeníes.

Dentro de esta última se encuadran los Houthis, cuyo fundador pertenece a la tribu septentrional yemení de la que recibe esta denominación y en torno a la cual se sitúa el origen, en los años 80 del siglo pasado, de la actual crisis yemení.

Los Houthis representan sólo entre un 3% y un 5% de los Zaidi y, por lo tanto, también son de filiación shi’a.

En el caso de los Zaidi, la transferencia de poder es fruto de una jura de lealtad al grupo, mientras que, para los Houthis, la transferencia de poder es hereditaria.

A comienzos de los años 90, el clérigo y político Badreddin al-Houthi, educado en el Irán del Ayatollah Khomeini, creó el movimiento de los Jóvenes Creyentes con el propósito de formar a la población Houthi en su versión más radical del islamismo Zaidi y, a la vez, desde sus orígenes, de facilitar entrenamiento militar a sus seguidores.

Adicionalmente, Badreddin al-Houthi fundó el partido político Ansar Allah o Los Partidarios de Dios.

Tras su fallecimiento, y el previo de su hijo Hussein, que también ejerció como líder de Ansur Allah, otro hijo de Badreddin al-Houthi, Abdul-Malik, heredó el liderazgo del movimiento revolucionario de los Houthis.

En resumen, en la teoría como en la práctica, los Houthis, en general, y el movimiento Ansar Allah, en particular y de forma muy destacada, son, sin duda, un grupo extremista y violento surgido de la secta Zaidi y cuyo eslogan preferido es “Dios es grande, muerte a los Estados Unidos, muerte a Israel, maldición a los judíos y victoria para el islam”.

Tanto es así que, a comienzos de 2021, la milicia Houthi y el movimiento Ansar Allah fueron designados organización terrorista global (GTO, en sus siglas en inglés) por el gobierno de Estados Unidos (EE. UU.).

Muy pocas semanas después, esta denominación le fue retirada por el gobierno de EE. UU. por razones que, todavía hoy, siguen discutiéndose en EE. UU. o en Israel -por citar dos países donde este debate está desarrollándose- por parte de políticos y de especialistas en relaciones internacionales, seguridad y defensa.

Las implicaciones de la retirada de dicha denominación (GTO) a la milicia Houthi y al movimiento Ansar Allah pudieran estar incentivando a otros malos actores no estatales regionales, como, por ejemplo, la organización Hamas, con vinculaciones financieras, de entrenamiento y logísticas con Irán, similares a las de la milicia Houthi y del movimiento Ansar Allah, a dar un nuevo impulso a sus acciones terroristas y de enfrentamiento militar irregular contra el Estado de Israel.

Tras los años iniciales de formación y entrenamiento, Ansar Allah se decidió a dar un salto cualitativo en sus actividades al iniciar los enfrentamientos con el gobierno de Yemen.

Durante los años entre 2004 y 2010 se produjeron las llamadas Seis Guerras Sa’dah en las que, con apoyo material y militar del gobierno de Irán, los Houthis se enfrentaron al gobierno yemení.

En uno de esos combates, se produjo la muerte de Hussein al-Houthi, hijo de Badreddin y líder de Ansar Allah y hermano de Abdul-Malik, actual líder del grupo, como se mencionó más arriba.

Tras la finalización de las Seis Guerras Sa’dah, los Houtis, no muy numerosos, pero muy bien organizados y entrenados, jugaron un papel decisivo en las manifestaciones que provocaron la renuncia del presidente de Yemen, Ali Abdullah Saleh, después de más de 30 años en el poder y en un último intento, fallido, por su parte, de evitar, con esa renuncia, el desencadenamiento de una guerra civil en el país.

Entre 2011 y 2014, los Houthis ocuparon la zona occidental del país para, finalmente, terminar conquistando, en septiembre de 2014, la capital de Yemen, Sana’a.

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