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El docu

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Telecinco emitió el miércoles un documental sobre Kiko Rivera. Evidentemente, la audiencia acompañó, aunque T5 emitiendo un documental es como la MTV retransmitiendo la Misa del Gallo. Es raro.

Todo para demostrar que Kiko Rivera no canta. Mañana nos dirán que el piquete de ojos de Hulk Hogan no dolía.

Él protestó. “Me levantaré. Soy Rivera y soy Pantoja. Soy humano y soy persona”.

Fue Telecinco la que hizo de Paquirrín una estrella. Su alegría (y peligro) era la creación de estos personajes. El esperpento rosa. Pero al desnudar a Kiko está revelando su “obra social”. Una España en la que Bustamante nos parece Frank Sinatra. Que la cadena reclame “valores” a Kiko es una broma o el comienzo del fin de su éxito.

Kiko en realidad es como de Torrente. Le acompañaba una morena-holograma siempre unos pasos por detrás, como si alrededor del DJ rigiera una Sharía. Fue tronchante cuando entró en una tienda de instrumentos para “investigar y estar actualizado”. Los aporreó como haría un bosquimano ante un Mac. Sopló sin éxito una trompeta. “Qué difícil es esto, yo me vuelvo a DJ”.

Pero lo mejor fue descubrir a Fran, el ayudante que le acompaña 24 horas y vive en su casa. Kiko tiene la figura clásica del criado español. Él, que era el gracioso, el pícaro, se eleva a Don Juan y adopta a un segundón que le acompaña en los bolos. Pero esto es España. Ciutti procurándose criado en un parado. Se juntan en Kiko el final de las sagas copleras del cuore (estertores de un orden postfranquista) y el nicho catódico de tronistas y puterío. Lo que creó Telecinco, que ahora le pide que cante. Hombre, que Mila Ximénez aprenda antes a vocalizar.

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