Prometí no perpetrar aquí nada más de fútbol por un tiempo, pero me voy a desdecir.
El Madrid acaba de fichar a Ancelotti y esto para mí tiene un significado muy especial. En 2013 empecé a escribir en ABC las crónicas de su Madrid. Han pasado ocho años y mi carrera está igual: en el Madrid de Ancelotti. Esa ha sido mi evolución.
No solo soy yo (quiero pensar). Es nuestra vida. Somos lo mismo, pero más viejos, peores, más castigados. El coste de la vida subió y nosotros estamos igual, en la ceja de Carletto. Del Madrid de Ancelotti al Madrid de Ancelotti. Quizás con Isco, con Modric, con Lucas… (una vida escribiendo de Isco. Qué barbaridad).
Florentino ha convertido la figura del entrenador en otra cosa. Desaparecida la tradicional figura del Molowny, el viejo director técnico capaz de bajar al banquillo si las cosas se torcían, ha eliminado ese trámite y ha convertido al propio entrenador en un Molowny. Ancelotti es un Molowny ya en el banquillo que prepara el terreno para el de después. En La Fábrica ya no está un veterano de vuelta, sino el futuro entrenador (Zidane, Solari, Raúl ahora).
Esa ha sido la acción reaccionaria de Florentino: invertir eso. Molowny en el baquillo, y, si falla, entra su relevo juvenil. El entrenador-Molowny no es, por tanto, la salida de urgencia, el sentido común en momentos de crisis, sino la opción preferida. El Madrid, por tanto, hace un fútbol molownizado y clasicón, dialogado y flemático. Está Florentino como empezó: en el delbosquismo.
El entrenador “molownizado” tiene un atributo fundamental: conoce la casa. Esto se repite constantemente. ¿Qué se le pide al entrenador del Madrid? ¿Toque? ¿Pressing? No, no: que conozca la casa.
Zidane la conocía y la ha acabado conociendo tanto que se ha ido, como se iba Camacho, solo que de otra forma. Al irse ha hecho otro servicio al club retratando las interioridades del florentinismo, ese Versalles del que vemos solo su extensión en la prensa vuvuzela.
Zidane empezó muy mal y el club filtró que le quedaba un telediario. Zidane llevaba tres copas de Europa y dos Ligas en cuatro temporadas, pero empezó muy mal su quinto año, el club no esperó y le aplicó un protocolo dudoso. Luego, en los meses siguientes, Zidane reveló sus dotes reales de entrenador (en este humilde blog hay un encendido intento por explicarlas), pero no fue suficiente. No fue suficiente para ganar (por eso era importante señalar la relevancia del VAR) y no fue suficiente para que él olvidara lo sucedido. Zidane agradece al presidente la oportunidad, pero no es una de sus criaturas, es un hombre libre que puede volar.
Zidane se pira y nos deja en el locurón del florentinismo argumental.
El Madrid quería a Zidane, pero en enero o febrero no lo quería tanto. Y no había nada preparado. No había ninguna opción de vanguardia, ninguna gran apuesta, sino un labrador de consensos: Ancelotti.
De la noche a la mañana, Zidane, que era un ángel, la personificación de todas las virtudes, el Madridismo hecho carne, el entrenador que se situaba por encima de todo debate futbolístico porque su mismo estilo era el estilo del club, el príncipe del señorío que ganó una Champions como jugador, y tres como entrenador, se convierte en un ingrato, en un hombre equivocado, en un desagradecido. La maquinaria de propaganda le hace el trabajo habitual. Le hacen un ‘Di María’.
Zidane ha revelado el modus operandi de eso que es, a la vez, la rama deportiva del club y su rama mediática, esa entente. Hay un punto en que las dos se unen y desde ahí, desde ese nodulito (oh, casi imaginamos las sobremesas) lanzan mensajes que socavan, de un día para otro, la imagen y el trabajo de uno de los mitos del Madrid, de uno de los más grandes hombres del fútbol mundial.
Esto es un éxito. En realidad, es un éxito comunicativo del Madrid. EL único. El único efecto institucional de sus mensajes ha sido indignar a su entrenador. No solo a su entrenador: a su emblema, a su moderna simbiosis de Di Stéfano-Muñoz, y a su clave filosófica, el hombre que le ahorraba tener que decidir a qué se juega. EL Madrid se ha cargado su propia fuente de estilo con sus mensajitos a los habituales. Este año, el club ha sido apaleado internacionalmente, en la Liga le han tratado peor que a un recién ascendido y se ha quedado sin representantes en la Selección. Pero el mensaje a Zidane llegó. Enhorabuena.
Hay otra cosa importante en la carta de Zidane. En su despedida se acuerda de la prensa: cuiden el fútbol, dice, porque nunca me hablaron de fútbol. Zidane incidía en el entorno, que es una parte del fútbol. Eso lo descubrimos por Cruyff. Es la atmósfera en la que respira un club. Y es algo que depende de los medios, pero también del propio club.
El entorno del Madrid es aberrante. Lo lleva siendo mucho tiempo. Se va a hacer muy largo si entramos en eso, pero diremos que ya no es exactamente antimadridista, ahora es algo distinto, una mezcla de chiringuitismo y de guardia de corps florentiniana que asfixia el discurso en el Madrid en una especie de Rumanía Disney, en una felicidad indiscutible en la que todos respiran el helio del nuevo estadio y Mbappé.
Sigue habiendo el viejo arsenal de tópicos (“Conte no es para el Madrid…”) pero ahora mediados por tiktok, o sea, introducidos en un desquiciante sistema ya no radiofónico.
Hay antimadridismo (todos muy conformes con Ancelotti, por cierto) y hay un madridismo oficial florentinista y entre medias, cada vez menos, solo la ‘chiringuitización’ del asunto, su explotación intensa.
De fútbol, nada.
El fichaje de Ancelotti no responde a nada futbolístico puro. Conoce-la-casa, es un no-Conte (pax vestuaria), torea a la presa con la ceja, no crispa a los rivales, admitirá la política del club (se crió con Berlusconi) y hasta podrá, si toca, reintegrar lo expulsado por Zidane… En la era del pressing total alemán, del gegenpressing, el Madrid se lima las aristas aún más y recurre a un hombre de perfiles suaves y redondeados. Contra el pressing, ceja.
Apenas hay seres humanos en el mundo que puedan ser entrenadores en el subsistema madridista florentiniano.
En el gran centrismo español, el Madrid de Florentino ofrece centrismo futbolístico. Ni toque ni cholismo, ni chicha ni limoná. Todo en su justa medida. Y la propaganda vemos que más o menos la llevan los mismos.
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