hughes el 03 jun, 2014 La justificación racional de la monarquÃa quizás no sea la mejor manera de empezar. Pero tampoco le harÃa ascos a intentar, apresuradamente, una argumentación. La incorporación de la familia y de la biologÃa al sistema polÃtico es una cosa muy fina. Es una genialidad. Una estructura modernÃsima, de ingenierÃa jurÃdico-genética. A través de ella se transmite familiarmente (como se transmite y crece todo lo bueno, hasta en la empresa) una institución que en sà misma es de una gran finura. Una clave de bóveda, joya de los siglos, cierre del sistema que sirve para simbolizar. E incorporando el sÃmbolo, proyectándolo hacia la eternidad, hacerlo que dure. Garantizarlo. Esto le da al sistema una enorme estabilidad. Debajo de ello, puede seguir el juego democrático sin problema alguno, y la racionalidad jurÃdica de un sistema absolutamente codificado. Piensen durante un momento en la coyuntura actual. Quiten del escenario al Rey. El pueblo estará muy “empoderado”, que dirÃan los de Podemos, pero… ¿no parecerÃa ya que el paÃs está suelto, descosido y que todo serÃa susceptible de dejar de serlo? Además del sÃmbolo, la monarquÃa encierra el gesto. EL gesto introduce la emoción. Una identificación inmediata, natural. Hace cordial la institución, lo simbolizado. A menudo intentamos justificar con muchas razones algo que tiene la ventaja de ser, de poder ser, intuitivo. No se apela a la natural, elemental naturaleza de la institución. Estas cosas yo creo que no son difÃciles de entender. Son naturales y simplemente se requiere humildad o cierta sutileza. Pero no vamos sobrados de ninguna de ellas. Hay algunos aspectos que sà quedan abiertos, algo imprecisos. La necesaria colaboración de lo parlamentario en instantes como el actual, cuando se debe promulgar una ley que requiere el acuerdo de los partidos polÃticos representativos. Claro, combinar esta institución con la democracia directa no exigirÃa encaje de bolillos, exigirÃa una especie de milagro. Por eso también, la MonarquÃa tiene una función sustentante aunque otras veces pensemos si, como en los edificios, no corre la fuerza de lo pequeño a lo más alto. Si no será que para que la monarquÃa sea firme se requiere fuerza en los restantes poderes. Yo nunca fui Juancarlista. Soy un monárquico por encima del quién y por encima de politiquerÃas. No es necesario el enganche de la simpatÃa personal. Franco demostró una enorme inteligencia y un gran conocimiento del paÃs. Lo vino a decir (y cito de memoria): un Rey que no sea de los vencedores, que sea posterior, que simbolice la Nación para los restos. Lo dijo muy claramente. Pemán contaba la definición de un amigo (de nuevo de memoria, problema de no tener libros en la redacción): Yo no soy monárquico ni republicano, pero aun cuando podrÃa definirme como antirrepublicano, no podrÃa decir que soy antimonárquico. Porque la monarquÃa tiene algo de largo conocimiento de los siglos, de sublime decantación de mucho tiempo. Y en España, además, una forma de ser escarmentada, nada gloriosa sino experta. Se llega a la monarquÃa porque es mejor que lo demás, al menos mejor para nosotros. (Republicanismo y monarquÃa surgen de dos temperamentos distintos. La progresista fe en el cambio, el ilusionismo de cada generación; por otro, cierta desengañada melancolÃa heredada, tempramental, que entiende que las cosas mejor no menearlas. La República es lo que lo cambiará todo, providencialismo casi religioso. La monarquÃa, paradójicamente, es cierta modestia que pide poco a las cosas. Hay una especie de humildad constitutiva en lo monárquico. La una mira hacia delante, la otra guarda un reojo al pasado. Es desconfiada. Por eso, nunca he terminado de entender al conservador republicano). Cuando se le agradece a los Borbones el servicio se le agradece, en primer lugar, que brinden una dinastÃa al propósito de simbolizar lo español. Estas consideraciones no son nada exultantes. Nada fervorosas. Siempre he sentido algo de incomprensión hacia el monárquico cortesano, el peregrino de Estoril, el caballero andante que jura una fidelidad ciega. MI monarquismo es más tranquilo. Le pido poco al Rey, porque ya da mucho y detecto, con cierta desesperada resignación, que no se entiende la institución y que tampoco hay voluntad por entenderla. Y luego es que hay mucho tonto y mucho genio de la media tinta. A la institución le pedirÃa ejemplaridad, pero tanto como ejemplaridad, le pedirÃa grandeza y corrección gestual. Pedirle al Rey reformas me parece poco justificable. Yo me conformo con esa indefinible renovación del ánimo que se siente al pensar en la coronación y en una nueva Jefatura del Estado. ¿No se siente ya, sin más, una conmoción de cambio, un nuevo propósito? Me voy a comer. A la libertad (¡nos la quiere quitar Pablo Iglesias!) de conspirar en los conciliábulos de mesa y mantel. Ahora hay que comer en el escaparate, ¡como en los McDonald’s!  actualidad Comentarios hughes el 03 jun, 2014