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Romper el escaño

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Se sabía que estábamos en una partitocracia, pero lo de estos días, con los Nuevos Pactos de la emergencia, ha sido revelador. Se le ha perdido definitivamente el respeto al escaño.
Sólo falta que, como un piso cuando se trocea para realquilarlo, se divida en parcelitas manejables según lo que salga del pacto de turno (de fondo, y por ponernos un poquito serios, un poquito, está la superior estimación del pacto, “la cultura de pacto”, respecto a la conexión democrática entre el votante, la circunscripción, el diputado y su escaño).
¿Le pertenece el escaño al diputado o al partido?
Y más allá: ¿por qué ceñirse al escaño, a la unidad?
Fraccionando el escaño habría más posibilidad pacto, o juego democrático. Partiéndolo, llegando al decimal de escaño, los partidos podrían refinar el pacto, que es a lo que se está.

La fracción del escaño permitiría hablar de “escañidad”, como unidad de medida, como gran caudal de representatividad. La democracia española aún está sujeta a la limitación individual del diputado y su escaño, ¡pero en realidad el escaño no es suyo!

Izquierda Unida tiene dos escaños, esto limita mucho su capacidad de pacto. Debería convertirse en una cantidad continua de representatividad para así moverse mejor. Romper el dos y sustituirlo por otra medida de “escañidad”.

Rompiendo esa unidad la democracia sería más pura, y se evitaría el elemento humano o humanísimo de la corrupción, de transfuguismo: todo sería un caudal puro de “escañidad” para que los partidos pactasen y, pacta que te pacta, lograsen la más perfecta cima de democratismo: el pacto de gobierno o estabilidad.
Hay gente que quiere llegar a la democracia pura por la fórmula un hombre, un voto, mismo peso y vínculo perfecto entre votante y diputado. Pues no, la democracia española consiste en que el caudal de representación se vaya depurando, toda esa vasta pluralidad de votos se reduzca e integre hacia formas políticas desarrolladas. Y eso sólo se consigue mediante el pacto, pactando. Cuanto más se pacte y de un modo más estable, mejor es la democracia según esta concepción.

Para este consensualismo o pactismo institucionalizado, yo sólo veo un paso adelante (UPA democrático, como en UPA dance): la ruptura de la unidad de escaño, y el libre manejo de fracciones de escaño.

La unidad de representación política (diputado, escaño) es una farsa. Quizás tenga origen en el occidentalismo de la democracia representativa, pero llegados a este punto de globalidad: ¿por qué no recurrir al decimal (oriental, árabe)?

En el Parlamento esto tendría un rápido reflejo: sillones fuera, y en su lugar, tabiques de pladur (provisionales, desmontables) que dejasen claro los límites de los partidos.
El escaño y el diputado silente, que son como un centauro mobiliario, son fantasías, engaños, representaciones anticuadas que intentan convencernos de que tenemos representantes “humanos”, personalizados. Como una ilusión óptica anglosajona.
¿Pero es que no lo ven los Nuevos Partidos?

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