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Rito de paso

Rito de paso
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Esta semana salió del armario Pablo Alborán. Expresión no muy bonita: salir del armario. Que yo sepa no hay otra. Todos conocemos alguna salida (por supuesto todos tenemos algún amigo gay), pero cuando se trata de un famoso se levanta un debate que además es nuevo: se enjuicia el anuncio, se valoran los motivos y hasta se cuestiona el tiempo. Hay quien cuestiona el anuncio mismo. En el caso de Alborán había, es verdad, una ambigüedad neutra un poco a lo Morrissey que tenía más de tabú que de misterio.
El caso es que leyendo comentarios, reacciones, podía observarse estos días lo que la salida del armario ya tiene de rito: “Mi salida fue…”, “¿cómo fue la tuya?”, se contaban unos a otros. Las había traumáticas, terribles, otras alegres, festivas, celebratorias. Pero tenían cosas en común: una reafirmación personal que supone un cambio en el estatus y que se hace frente a la comunidad. Es un acto personal ante la sociedad, y aunque no es religiosa, a menudo va acompañada de una reflexión que suele asumir la finitud de la vida. El inevitable y rickymartinesco “que la vida es muy corta”. Los tristes límites de la existencia quedan asumidos y también, aunque no siempre ni necesariamente, se adopta una posición política (y se da ejemplo, según la estricta ley de la ejemplaridad, que en el mundo gay parece seguirse mucho).

Es un rito, pero además un rito de paso, de madurez. El homosexual que lo asume y se proyecta como tal, que, como diría un torero, decide vivir “en homosexual”, trasciende un estado anterior, ambivalente, oscuro, hacia una plenitud de sentido. Es un rito de fortaleza masculina, es algo difícil, templa definitivamente el carácter.
Este paso hacia la madurez, o hacia una cierta madurez, no es ahora tan común. Es algo que desaparece. Por ejemplo, cada vez menos gente se confirma y las puestas de largo son apenas un evento para cierta sociedad. Entre la adolescencia y la madurez hay un continuo al que no renunciamos roto sólo por el matrimonio, la paternidad o sencillamente el deterioro físico que nos retira forzosa o piadosamente de las manifestaciones más truculentas de la juventud. Tampoco hay “mili”. Vamos madurando como podemos, como se forma un canto rodado, pero ya hay muy pocas experiencias iniciáticas salvo las lúdicas y/o grotescas: irse a San Fermín, las novatadas, “debutar” (como dijo Maradona de Pelé, “debutar con pibe”)…
En este mundo “adultescente”, algunos homosexuales, sin embargo, afrontan este paso público que los trasforma a ojos de los demás. Es como un Bar Mitzvah a cualquier edad. Sin embargo, se suele interpretar y considerar como un acto individual y hasta cierto punto de rebelión personal, de “ponerse el mundo por montera”, cuando sabemos que los ritos de paso o madurez son también, y sobre todo, una regulación social, una ceremonia de socialización. Es más bien el mundo el que nos “enmontera”. Quizás con el tiempo, este elemento social, esta uniformización o categorización que ahora solo se apunta se vaya haciendo más visible. El movimiento LGTBI (ojalá se dijera el movimiento “gayista” o el “gayismo”), sin embargo, no aspiraría tanto a ello, a su plena socialización, como a su desaparición o naturalización. Que no sea necesario, que no se deba manifestar. Que fuera, todo lo más, como cuando se caía un diente y se solemnizaba con la llegada del ratoncito Pérez. Algo natural apenas subrayado; y celebrado.

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