Me había prometido no escribir ningún post de fútbol hasta por lo menos haberse iniciado la Liga, pero escribo esto por pura necesidad.
Tiene que ver con Neymar, el futbolista Neymar, aunque el fondo del asunto conecta con algo más profundo.
Vaya por delante que conozco la grave acusación que pesa sobre él, pero sólo voy a hacer una valoración estricta de su rendimiento deportivo. Es (aviso) un texto futbolero, pero sobre todo es un desahogo.
No diré que me obsesiona Neymar, pero sí que llevo un par de años pendiente de él desde que por trabajo lo tuve que observar con más atención. Antes del Mundial de Rusia me pidieron unos perfiles de las estrellas de cada equipo. Al llegar a “Ney” estuve dudando. No tenía mucho tiempo pero no quería incurrir en detestables arrebatos líricos. Pensé en él, en su carrera. Me fijé en sus números.
Había algo en ellos. En el Barcelona compartía equipo con Messi, la estrella absoluta, pero aun así sus estadísticas eran muy buenas.
Messi, como Ronaldo, estaban en una media de gol por partido. Esto es algo conocido que les distingue del resto. Era el ritmo que tenía el Ronaldo Nazario (el gordo) antes de la lesión.
Neymar no estaba mal, en sus 186 partidos con el Barcelona había metido 105 goles, una media de 0,57 por partidos. Bien, pensé, era lo esperado. Pero había dos cosas a tener en cuenta. Una eran sus asistencias. Había dado un montón de ellas, a una media de 0,43 por partido. Si sumábamos los dos datos veíamos que Neymar aportó al Barcelona eso que se llama una “acción de gol” por partido. 0,57 goles y 0,43 asistencias de media. Esto le acercaba a los más grandes. Y con Messi, sometido a Messi, protagonista de todo en el Barcelona.
Entonces miré sus datos con Brasil, pues era el Mundial lo que se venía encima. Cuando acuden a sus selecciones, Cristiano y Messi bajan su media goleadora, pero con Neymar sucedía lo contrario: daba las mismas asistencias (0,43 por partido) y marcaba más, una media de 0,68.
Era como si el potencial de Neymar estuviera aún por desarrollar, como si algo le limitara en el Barça. Entendí que su fichaje por el PSG tenía cierto sentido. En el Barcelona estaba frenado por Messi. Además de lo económico, había una lógica deportiva detrás. Y no pudiendo ir al Madrid, ¿qué equipos europeos podían quitarle esta estrella al Barcelona?
Comencé a “entender” a Neymar. Cuando jugó en el Bernabéu con el PSG me sorprendió. Me pareció un líder absoluto. Centralizó el juego, subió la pelota desde su posición en la banda y volvió loco a su marcador. Por curiosidad, leí después críticas a su partido y vi sorprendido que algunas eran muy negativas. No daba crédito.
Al irse del Barcelona, Neymar dejó de recibir los elogios de la prensa culé. En algunos había cierto rencor. La prensa de tintes culés no es solo catalana. La hay en Madrid y fuera de España y está marcada por la pseudo-ideología del toque. Para ellos, Neymar era una especie de renegado que había osado abandonar la academia Barça, la ortodoxia, por el “dinero” y la falta de tradición parisina. Desde su punto de vista era imperdonable.
Pero además de eso cargaba con su fama madrileña de regateador hiriente, de frívolo, de jugador bonito bajo sospecha que huye a Brasil con sus amigotes como si el cumpleaños de su hermana fuera todos los meses. Su mala prensa en Madrid era muy grande, con la fijación de gente como Roncero. ¿De dónde venía esto? Neymar fue una frustración del Madrid en su momento. Era un jugador casi firmado, y luego fue un rival temible en el Barcelona. Su juego algo frívolo (lo contrario del populismo raulista de los Lucas Vázquez), sus amigos (los toyss) y sobre todo sus peinados eran caricaturizables por cierto sector del madridismo que nunca gustó de estas cosas (recordemos lo que al principio se decía de Guti por sus pelos en la policía capilar del Bernabéu). Sus regates y filigranas eran consideradas hirientes y expresión de la “bula barcelonista”, parte de la nueva prepotencia culé permitida por el Villarato.
La mala prensa de Neymar en Madrid no se detuvo. Se le comparaba mucho con Robinho, trauma brasileño de la afición, aunque esa sospecha era muy similar a la que durante un tiempo despertó el joven Cristiano antes de ser fichado. Algo inconcreto. Un poco su estilo, otro poco su fútbol, y reticencias no confirmadas sobre su vida. “Es que se va a Brasil”. Hombre, ¡es que es de allí! Como si Brasil nos evocara al Dioni.
Y así llegó el Mundial. En Rusia se convirtió en meme por sus caídas y no pudo llegar a la final. Unos y otros sentenciaron: ¡Fracaso! Esto ocultaba algunas cosas.
Las caídas de Neymar tenían algo de simulación y algo de protección. Puede que fuera uno de los jugadores más vapuleados. Estaba en sus datos del Mundial. Era el que más faltas recibía y esto ligaba con su importancia en el juego de Brasil, donde acumulaba la posesión, la tenencia de la pelota. Marcó un gol, dio otro, fue revulsivo contra México y asumió la responsabilidad en los momentos claves, pero sin suerte. A Brasil la eliminó la fulgurante Bélgica con un planteamiento memorable del técnico Roberto Martínez. Tite, el seleccionador brasileño, no superó la ausencia de Casemiro, que robaba un balón de cada tres. El único partido que había perdido el Brasil de Tite anteriormente también lo había jugado sin él.
En Rusia se percibía otra cosa. El mundo del fútbol se había unido en contra de Neymar. Era vergonzosa su simulación, decían todos. Pero en Brasil había una importante defensa del futbolista, una defensa casi nacional, cultural. Algunos periodistas y muchos exfutbolistas consideraban que la persecución a Neymar (los defensas en el campo, el realizador en la grada) simbolizaba el asedio internacional al último tipo de futbolista genéticamente brasileño. Neymar era el último driblador, el representante del “jeito” nacional. Una tradición, un estilo sambista que acababa en él y era menospreciado por el tacticismo europeo, incluso por una determinada concepción del “fair play” que admite las patadas pero no la exageración. Neymar lideraba la estadística de faltas recibidas. También la de regates u ocasiones.
Después del Mundial, la incomprensión de Neymar había aumentado y todo lo que se decía de él era malo: jugador inefectivo, sobrevalorado, individualista, teatral, etc.
Este verano ha aumentado. El escándalo de la acusación empieza a arruinar su imagen comercial, y cunde además en lo deportivo una sensación de fracaso. Estos días, cuando vuelven los rumores sobre su fichaje por el Barcelona, se vuelve a escuchar que es un jugador “que no piensa en el fútbol”, “que ha fracasado en París”, que “allí se abandonó”.
Bien. Esto no es cierto.
Cualquiera que viera algún partido del PSG (alguno vi yo) se daría cuenta de que el entrenador Tuchel había hecho algo con él. De jugar tirado a la banda izquierda había pasado al centro, a dirigir el juego, a bajar mucho a por la pelota. Se había adaptado a Mbappé y sus partidos en Champions eran muy buenos. Aparecía antes en la jugada, asumía un liderazgo casi diría que impropio de un jugador de su naturaleza. Esta es la impresión que daba. La de un jugador con exceso de responsabilidad, que sufría. El centro de Brasil, el centro del PSG. En el Barcelona aparecía como auxiliar y su juego parecía fluido, ligero, pertinente. Pero en el PSG a menudo era el que bajaba al centro del campo para construir y cada jugada nacía de un regate suyo. El líder era él, se echaba el equipo encima. Esto, por supuesto, fue ignorado, destacado solo por periodistas deportivos de alcance minoritario o especializados. En la conversación general, en las tertulias, cundía la idea de un Neymar en declive.
Este verano la opinión ya es delirante. Hablan de él como si fuera un exfutbolista, un jugador dado al vicio y la excusa, aunque contra ese estado de opinión no se levanta solo la impresión de quienes le hemos visto algún partido, también los datos.
Neymar ha jugado 37 partidos en la Liga francesa: 35 goles 20 asistencias. ¿Recuerdan los números de los que hablábamos al principio? (escribo esto en la suposición muy optimista de que todavía haya alguien leyendo). Esa media suya barcelonista de 0,57 no era aun la de los grandes Messi y Cristiano. Pues bien, en París ya sí: casi un gol por partido y además media asistencia. ¡Un gol y medio de valor en cada partido!
Datos asombrosos.
Pero es que si vamos a las dos temporadas en París, sumando todas las competiciones, encontramos que Neymar ha jugado 58 partidos, ha marcado 52 goles y ha dado 27 asistencias. Su aportación de valor, su impacto por partido, lo tienen pocos, si es que lo tiene alguien.
Algunos dirán (es como si los escuchara) “pero es que juega en Francia, una liga menor”. Bien, miremos solo a sus partidos en la Champions League: 13 partidos, 11 goles, 5 asistencias. En cada partido europeo mete un gol y da medio. Este es el “fracaso” de Neymar en París, donde ha ganado las dos Ligas que ha disputado. No ganó la última Copa porque su equipo calamitoso desperdició dos goles que él había marcado y dado después de volver de su lesión.
Porque este es el problema real, visible, de Neymar (juicio aparte). Neymar ha tenido dos lesiones en París en los momentos importantes de la temporada.
En Francia sus números son excelentes y el fracaso que le imputan es no haber ganado la Champions. Pero ¿quién gana la Champions?
En la primera temporada le eliminó el Madrid, sin que él pudiera jugar el partido de vuelta; en la segunda, el United en un final absurdo decidido por un penalti de VAR y con él mirando desde la grada.
El fracaso de Neymar en Francia es muy opinable. Sus números mejoraron los del Barcelona, pero habiéndose colocado en los de Messi o Cristiano lo ha hecho en un equipo sin prensa, sin “narrativo”, sin propaganda.
Cuando se dice que Neymar los consigue en París, plaza fácil, se olvida que él mejora en el altísimo fútbol internacional. Sus estadísticas con la selección de Brasil son 97 partidos, 60 goles, 41 asistencias. Proyectados en el tiempo, por delante de él sólo estaría Pelé.
Con Brasil ha ganado la Copa Confederaciones y la Olimpiada (más que Messi con Argentina), con el Santos la Libertadores, con el Barcelona la Champions League. En los tres clubes acumula 469 partidos, 293 goles y 153 asistencias.
Todo Neymar, los 10 años de carrera de Neymar, se pueden resumir así: entre pases y asistencias da un gol por partido. Juegue contra quien juegue, y últimamente más.
Liberado del peso del juego, bien rodeado, lo que podría hacer en el Madrid no es ni imaginable.
Pero ni siquiera eso motiva este texto. Es la pura necesidad de hacerlo. Cada vez que alguien dice que Neymar es un desastre me pongo a hablarle a la tele o al periódico o a la radio. Hablo solo con el frigorífico, le hablo a las farolas, le hablo a los seres queridos cada vez que un periodista o aficionado español dice perezosamente que Neymar es un fracaso.
Es que esto no es opinable. Es convertir al tercer o cuarto mejor jugador del mundo (Messi, Cristiano y Mbappé, con matices) en una ruina. Es el colmo del fake news en algo tan simple, tan comprobable como es el fútbol.
Neymar es un jugador fabuloso, aunque puede que eligiera mal al irse a París. ¿Hubieran rechazado ustedes todo ese dineral? Es que también se fue allí Mbappé. Neymar está entre los diez deportistas mejor pagados del mundo. París le acercó a sus números potenciales, objetivamente los mejoró, pero le alejó de la Champions y le dejó sin “prensa”.
La inquina moralista que ha despertado en Madrid como brasileño “malo” que “se va a Brasil”, me exaspera, me produce una ira creciente. La repiten los mismos que aplauden como locos los goles de Benzema contra los equipos en zona de descenso. Hubieran despreciado al mismísimo Romario y se les reconoce por la frase “no le gusta al Bernabéu”. “No es del gusto del Bernabéu”. ¡Pero si al Bernabéu le ha gustado hasta Gravesen!
La sospecha moral y de costumbres del periodismo madrileño en realidad es ya una subcultura. Por encima hay otra crítica más importante y cosmopolita que desprecia a Neymar por su individualismo presunto y por haber abandonado la academia coral del Barcelona (el faro del fútbol) para irse a París “por dinero” a hacer un juego improvisado, despreciable y All Star, casi circense. Le miran como a alguien que dejara el ballet ruso para hacer una gira como bailarín de Rihanna. Intolerable, intolerable.
Sé que Ney (yo ya me permito llamarle Ney) se enfrenta a una acusación muy grave. Tampoco es el primer deportista, recuerden a Kobe Bryant, por no mencionar casos más cercanos. Esta es una defensa estrictamente deportiva. Un encomio ponderado del Neymar futbolista por puro amor a la verdad. Es uno de esos casos en los que ves algo que es verde, lo remiras y sigue siendo verde, y te dicen que es rojo. Y por cojones tiene que ser rojo.
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