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Los millonarios anales

Los millonarios anales
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Con el papel higiénico se ha disparado una codicia concreta. Lo deseamos ya porque sí. Me he asomado todos los días al supermercado de la esquina solo para ver si lo habrían repuesto y cada día encontré los estantes vacíos. Si hoy viera un paquete de rollos, lo compraría sin dudarlo por un deseo de tipo económico, y no porque lo necesite de forma inmediata. Su escasez lo ha convertido en algo precioso. Un rollo de papel ha cambiado de repente, ha pasado de ser apenas nada a ser un objeto preciadísimo. Basta que los demás lo persigan para que yo lo desee. En algún sitio deben de estar riéndose los rollos, vengándose. ¿Los miraremos de otra forma a partir de ahora?

Pero además del mecanismo de escasez y valoración, debe de haber algo más allá de su importancia higiénica que explique esto del desmedido acaparamiento de papel y que quizás esté en la raíz psicológica del propio hecho de acaparar. Freud relacionaba las heces con el dinero. En la fase anal, el niño retiene el excremento como una primera riqueza, y eso le da un placer que es una primera manifestación erótica. Nuestro cuerpo, de alguna forma, nos enseña a acumular esa riqueza excrementicia. Surge un narcisismo ahí.

Quizás ver el cajón lleno de rollos evoca esa primera retención feliz del niño.
El que los guarda se asegura de tener todo lo que necesita, comida, bebida, tabaco, pero especialmente rollos de papel. Es la seguridad última. Lo que hará posible manejar el último tesoro. Freud relacionaba heces y dinero, y el rollo de papel en un mundo simbólico de carestía y ausencia de actividad económica, en el que se reduce el comercio y nos recluimos en una esfera distinta, doméstica y personal, quizás recupere en nuestra psique otro valor vinculado a esa profunda raíz simbólica. Es un elemento asociado a un oro subconsciente en un momento en el que el dinero real pudiera no ser suficiente y en una situación de encierro y soledad.

Bunkerizados, repletos los armarios, disponer de rollos garantiza la seguridad retentiva, la última, la muy personal, el manejo de nuestra “riqueza”, la economía de nuestro oro líquido. El rollo es el instrumento higiénico que permitirá, en la intimidad profundísima y psíquica del retrete, manejar nuestra propia acumulación. Manejarla y asegurarla. Disfrutarla, recogerla, sopesarla, incluso analizarla. Es más, no podemos acumular si no hay papel. Un rollo garantiza una feliz deposición. Muchos rollos multiplican esa seguridad. Muchísimos ya forman un capital de retención psicológica.
Ahora mismo hay gente sintiendo corrientes de confuso pero voluptuoso placer al mirar sus armarios repletos de rollitos. Creo que la intensidad de esa sensación puede ser hasta física.
El rollo es como el elemento monetario del deseo de retener, su traducción matemática. Uno compra tantos rollos como cantidades aspira a acumular. Se traduce así su pasión anal, acumulativa. El rollo viene a ser una unidad monetaria distinta, la rupia, el dólar del retenedor.
Además de los de siempre, ahora mismo hay otros millonarios entre nosotros, ¡los millonarios anales!
Son los dueños de un capital íntimo que la emergencia permite aflorar, expresar, revelarse en rollos.
Un armario lleno de latas de conservas da tranquilidad, pero aun da más tranquilidad un armario lleno de rollos de papel. Nos garantizan una seguridad real, alimentaria, y además otra simbólica, excremental. Expresan toda la riqueza infantil, oscura, sensual, proyectiva, psicológica e interna que somos capaces de acumular. Todo el gozo íntimo del que seremos capaces mientras los demás se las ven y se las desean.

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