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La tilde en el ojo ajeno

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Con el derbi se da algo curioso. El madridismo siempre ha estado marcado estrechamente ante cualquier exceso simbólico prepotente, político o machista, mientras el Atlético se iba quedando en exclusiva con la representación de la pasión (auténticamente irracional), la virilidad escenográfica dentro y fuera, la militancia, la pertenencia tribal, e incluso la manifestación simbólica de la violencia gestual y verbal en la grada. Esa diferencia estaba clara con solo ver los dos fondos del Bernabéu: individuos uniformados en un lado, aires bravos y descamisados en el otro. Es un poco paradójico, porque muchos de los periodistas forofos que lo aplauden ejercen casi profesionalmente de “vigías progres” y todas estas cosas les tendrían que repeler.
En Atlético tiene muchos aficionados en el periodismo que, ya digo, no le pasan una al Madrid y sus aficionados. Ayer, sin ir más lejos, un periodista, desconozco si colchonero o no, escribía un artículo inmediato para corregirle la pancarta al fondo sur, la, así llamada, Grada de Fans del Madrid. No había visto la tilde de “qué” y más rápido de lo que Gameiro estuvo ante Navas, reaccionó para regalarle al Madrid un simpático “Lázaro Carreter”.
Bueno, de ese tipo de compensaciones está hecha la afición futbolera. Estaba bien. Aunque resulta incómodo para el no madrileño, y, en tanto no madrileño, no necesariamente sumiso a ciertas inercias, tener que aguantar en silencio este eterno reparto de papeles.
Porque si algo desazonó ortográfica y sintácticamente la noche de Champions fue el grito unánime de “Madridistas hijos de puta” que coreó la expedición de aficionados rojiblancos, glorificados como de costumbre por el periodismo local, es decir, colchonero.
Y perdónenme, porque no sé cómo transcribir el grito. ¿Era “Madridistas, hijos de puta”? Y de ser así, ¿era un vocativo o mera aposición? Quiero decir: ¿informaban a los madridistas, como buenos vecinos, de la llegada de unos terceros invasores hijos de puta de otro lugar? ¿O estaban llamando a los locales por su nombre? ¿O simplemente gritaban un poco maquinalmente, un poco a lo Faemino y Cansado, el grito “Madridistas-hijos-de-puta” todo junto, como una tara traumática, como un sintagma aberrante?
También tuvo su intríngulis el “písalo” que gritaron tras la lesión de Nacho.
¿Písalo o fue “pisalo” lunfardo? ¿O exclamaban “¡Pi Saló!”, en recuerdo de la Saló sodomítica pasoliniana? ¿O avisaban al árbitro (“Lopisa-lopisa”) de que Nacho pisaba a alguna víctima inadvertida o incluso a sí mismo?

La Grada del Madrid es como un coro de voces blancas, oficialistas. Cualquier día cantarán ópera, creo que es el sueño secreto de Florentino. Convertir eso en un plató de José Luis Moreno. La del Atleti tiene otro tono, y bien está, pero lo llamativo es que sus periodistas aficionados, o aficionados periodistas, le pasen tan poco al Madrid y tanto a los suyos. En lo ortográfico, pero sobre todo en lo demás: la representación gestual, coreográfica y verbal de cierta violencia simbólica remanente. Algo que, unido a cierto historial poco memorable, debería levantar sarpullidos cívicos en pieles tan finas.

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